Capítulo 2: Reyes y maldiciones (1020 a. C)

David y Goliath
Un rey con dos reinos

En al año 1020 a. C ocurrió un hecho de trascendental importancia: las tribus de Israel decidieron por primera vez tener un rey para que las gobernara. Estaban cansadas de ser dirigidas por caudillos esporádicos, que surgían en momentos de peligro para defenderlas, pero que desaparecían en cuanto éstos cesaban. Querían, a semejanza de los otros pueblos vecinos, tener estabilidad política y una conducción fuerte que les permitiera enfrentar a sus enemigos con mayor probabilidad de éxito.

El elegido fue un miembro de la tribu de Benjamín, llamado Saúl, que se convirtió así en el primer rey de Israel. Saúl consiguió durante su reinado varios éxitos militares, sin embargo su vida tuvo un trágico final, pues en el año 1008 a. C fue vencido en una sangrienta batalla por sus tradicionales enemigos, los filisteos, en las montañas de Gelboé. Al verse herido y derrotado, Saúl se suicidó. Y para peor, en esa misma batalla murieron también tres de los hijos de Saúl, con lo cual todas las esperanzas puestas en la familia real se derrumbaron.

Pero las tribus israelitas no se desanimaron, y eligieron a un joven llamado David, procedente de las tribus del sur, para que reemplazara en el trono al fallecido monarca. 

David, que por entonces era ya un experto militar, aceptó gustoso la propuesta, y pasó a ser el segundo rey que tuvo Israel. Instaló su nueva capital en la ciudad de Hebrón, y desde allí gobernó el país, ganándose el respeto y la estima de todos sus súbditos por su sabiduría y prudencia.

 

Ciudad de Jebús

David llevaba ya más de siete años como rey, cuando advirtió un serio problema interno en el país. La ciudad desde donde él mandaba, Hebrón, se hallaba en pleno territorio sureño. Y esto suscitaba la desconfianza y los recelos de las tribus del norte, que no veían con buenos ojos a un rey, procedente del sur, que además los gobernara desde el sur. Era necesario encontrar una capital situada más al norte, que pudiera ser vista como neutral por todas las tribus israelitas. Fue entonces cuando David dirigió sus ojos hacia Jerusalén.

Corría el año 1000 a. C, y Jerusalén seguía siendo habitada por los jebuseos, sus antiguos moradores. Estos llamaban a su ciudad Jebús. A pesar de los varios intentos que habían hecho las tribus israelitas por capturarla, nunca habían logrado vencer sus murallas ni doblegar su poderío. Por eso, después de sus frustradas ofensivas, habían aprendido a respetarla y a convivir pacíficamente con los jebuseos como buenos vecinos. Más aún: habían hecho un pacto con ellos de no agresión, jurándose mutuamente respetar sus distritos, sin invadirse ni atacarse.

Al abrigo de este acuerdo, Jerusalén había crecido. Ahora ocupaba la extensión de unas cinco manzanas sobre la colina del Ofel, y su población alcanzaba ya los 2.000 habitantes, los cuales habían llegado a construir una fortaleza, para proteger mejor la ciudad en caso de ataque, a la que llamaron Sión.

 

La maldición

David se dio cuenta de que Jerusalén era la ciudad que necesitaba. Se encontraba estratégicamente bien ubicada, tenía poderosas murallas, estaba justo a mitad de camino entre el norte y el sur. Y, lo más importante, se trataba de una ciudad perfectamente neutral, ya que nunca había pertenecido a ninguna tribu hebrea.

El rey, entonces, tomó la drástica decisión de marchar contra ella y capturarla. El ataque, dice la Biblia, lo realizó David "con sus hombres", es decir, con el pequeño ejército personal que él tenía, y no con el ejército regular formado por las tribus israelitas. De este modo, el triunfo se debería sólo a David, y no a las tribus hebreas.

Cuando los jebuseos se enteraron de que David estaba preparando un ataque, quedaron pasmados. ¿No habían acordado, acaso, un pacto de no agresión, mediante una alianza? ¿Cómo era posible que ahora el rey de Israel tramara una batalla contra ellos?

Los jebuseos, entonces, prepararon todo para el combate, de manera tal que cuando llegó David con sus hombres a poner sitio a la ciudad, la encontraron pertrechada tras sus murallas. Antes de comenzar la refriega, los jebuseos le recordaron a David el convenio que tenían ambos pueblos. Éste parece ser el sentido de la enigmática expresión: "No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos". 

En efecto, actualmente los arqueólogos han descubierto que en muchos tratados y pactos antiguos solía recurrirse a la magia, maldiciones y maleficios, como una manera de obligar a cumplirlos y de amenazar a quien los rompiera. Y eso fue lo que, según el texto bíblico, hicieron los jebuseos con David y sus hombres: les recordaron que en caso de atacar la ciudad, serían como ciegos y rengos (hombre o, animal cojo) es decir, caerían bajo el hechizo de la maldición que ambos habían pronunciado. 



AÑO 1000 a.C.