Eterno IX
Cuatro mujeres
(336-335 a. C)
Cleopatra, ex reina de Macedonia |
La opulenta villa macedonia de Cleopatra,
anclada en un idílico paisaje de colinas y bosques, deslumbra con su
arquitectura clásica. Murallas de piedra rodean jardines exquisitos, donde
flores y arbustos danzan al viento. La estructura, con columnas majestuosas de
elegancia clásica. Espacios interiores, adornados con muebles lujosos,
desbordan confort y refinamiento. Cocinas equipadas fusionan tradición y
tecnología. En los dormitorios, camas suntuosas prometen descanso regio.
Amplias terrazas ofrecen vistas panorámicas, mientras una piscina refleja la
grandeza de una villa que encapsula la riqueza y el confort de la Macedonia
antigua.
Cleopatra, la joven y bellamente esculpida
viuda de Filipo II, ex reina de Macedonia, irradia una gracia divina. Su piel,
impoluta y bañada por el sol, sirve como lienzo para sus rasgos delicadamente
proporcionados. Sus ojos, profundos y oscuros como la medianoche, destellan con
la sabiduría de una mujer que ha conocido la gloria y la pérdida.
La melena negra de Cleopatra, un río sedoso
que fluye en cascada, enmarca su rostro con la elegancia de una diosa. Adornada
con joyas resplandecientes que destellan como estrellas, su presencia evoca la
majestuosidad de una reina que lleva consigo el legado de Macedonia.
Cleopatra, una diosa terrenal, lleva consigo
la carga de la historia y la promesa de un futuro incierto.
La ex reina de Macedonia y viuda del difunto
rey Filipo II, se encuentra en una posición vulnerable después de los recientes
acontecimientos. Siente la necesidad de agradecer a Ptolomeo, quien, con su
protección, ha brindado seguridad a ella y a su hijo recién nacido, Alejandro.
En un gesto de gratitud, Cleopatra decide
expresar sus sentimientos hacia Ptolomeo. Lo llama a su presencia en el
tranquilo salón del palacio, donde la luz de las antorchas destaca su expresión
agradecida. Sus ojos reflejan la seriedad de la situación, pero también una
profunda gratitud.
Con su pequeño heredero en brazos, Cleopatra
habla con Ptolomeo sobre la importancia de su apoyo y protección. Agradece
sinceramente por brindarles seguridad en estos tiempos inciertos. Su voz,
aunque serena, transmite la intensidad de las emociones que alberga.
Ptolomeo, aunque quizás sorprendido por el gesto,
escucha con atención las palabras de Cleopatra. En su rostro se refleja
comprensión. Él ha asumido la responsabilidad de proteger a la viuda y al hijo
del rey fallecido, no porque los considere una amenaza, sino como un acto de
lealtad hacia su difunto amigo Filipo y como una medida para mantener la
estabilidad en el reino.
Cleopatra, con gestos elegantes y una mirada
agradecida, busca transmitir a Ptolomeo la profundidad de su gratitud. Mientras
su pequeño Alejandro descansa en sus brazos, ella reconoce la importancia de
contar con aliados en estos tiempos tumultuosos y confía en que la protección
de Ptolomeo será clave para el bienestar de su hijo y para preservar la paz en
Macedonia.
Ptolomeo, complacido por la gratitud de
Cleopatra, le advierte sobre los peligros que acechan en Pella y le recomienda
encarecidamente exiliarse de Macedonia. Le advierte sobre la presencia de
poderosos enemigos y, aunque aboga por la paz, reconoce que algunos de sus
compañeros no comparten esa visión. A pesar de las preocupaciones de Ptolomeo,
Cleopatra se muestra reacia a abandonar su hogar, considerando su villa de
campo como un refugio seguro, custodiada por los guardias de su tío y el propio
Ptolomeo.
Después de acostar a su hijo en la cuna,
Cleopatra abandona la habitación y, de manera sugerente, deja caer su túnica
frente a Ptolomeo, entregándose apasionadamente al amor. Sin embargo, el
general parece distraído, posiblemente debido a sentimientos intensos hacia
Darthmoorh.
En el lecho, tras el acto amoroso, Cleopatra
confiesa a Ptolomeo que siente la vigilancia de egipcios, lo que la inquieta.
Ptolomeo, con la mirada firme, le asegura que, al no ser persas, podrían ser
aliados y no una amenaza. Esta perspectiva tranquiliza a Cleopatra, quien
sonríe mientras descansa sobre el cálido pecho de Ptolomeo.
Clito, el Negro, General de Alejandro |
En el intrigante juego de las conspiraciones,
Clito el Negro, figura destacada entre los generales de Alejandro Magno, se
encuentra atrapado entre las sombras y la luz. Su fuerza verdadera reside en
los oscuros callejones, entre prostitutas y peleas de taberna. Leal a su
hermano de leche, Alejandro, Clito ha desatado envidias, y esta vez, sus
rivales en las sombras han tramado algo siniestro.
Acusado injustamente de incitar a la
sublevación, Clito languidece en el calabozo más oscuro de Pella. Aunque su
lealtad a Alejandro es incuestionable, la política retiene las llaves de su
libertad. Sin embargo, en la prisión, Clito teje una red de influencia y
obtiene información valiosa, convirtiendo su encierro en un fortín de poder.
Aprovechando su situación, Clito invierte la
narrativa. Transforma su encierro en una oportunidad para consolidar influencia
y asegurar su supervivencia. Alejandro, desde el exterior, mantiene una
comunicación estrecha, proporcionando apoyo esencial. Pero las sombras de la
cárcel ocultan más de lo que parece, y una misteriosa cita en las catacumbas
olvidadas revelará el siguiente giro en esta intrincada conspiración.
Las catacumbas olvidadas bajo la antigua ciudad de Pella, en la época de Alejandro Magno, son un laberinto sombrío entrelazado con el polvo del tiempo. Sus pasadizos serpentean en la penumbra, revelando la destreza arquitectónica de una era distante. Las paredes, de piedra gastada por los siglos, susurran secretos antiguos mientras el eco de los pasos resuena en la oscuridad.
Candelabros antiguos yacen dispersos,
testigos mudos de rituales y ceremonias olvidados. Las tumbas, talladas con
detalles meticulosos, sostienen el legado de aquellos que yacen en el reposo
eterno. La atmósfera es cargada con la sensación de una historia largamente
abandonada, donde las sombras danzan con los fantasmas del pasado, creando un
santuario silencioso y misterioso bajo la bulliciosa Pella.
Olimpiade, la madre de Alejandro Magno,
personifica la majestuosidad madura y el misterio en la antigua Macedonia. Con
su porte regio, sus ojos penetrantes destilan la sabiduría acumulada a lo largo
de los años. Su cabello oscuro, ahora salpicado de canas, cae en cascadas hasta
sus hombros, una corona natural que enmarca un rostro marcado por las
experiencias.
Olimpiade, Madre de Alejandro Magno |
En el silencioso rincón de las catacumbas de
Pella, debido a que no puede dejarse ver por haber sido exiliada por su difunto
marido el rey Filipo. Olimpiade, con la mirada impregnada de seriedad y
misterio, se reúne con Clito, el valiente general de Alejandro. En un susurro
apenas audible, Olimpiade expone una solicitud sombría pero necesaria. A una
orden silenciosa de Olimpiade, los soldados que escoltaban a Clito les dejan a
solas para que tengan más intimidad.
–Clito, leal defensor de nuestra dinastía, el
futuro de Macedonia está en juego. La viuda de Filipo, Cleopatra, guarda
consigo un lazo que, si se fortalece, podría amenazar el reinado de mi hijo
Alejandro. Te ruego, en aras de la estabilidad, consideres lo impensable:
asegúrate de que ese lazo no crezca hasta convertirse en una amenaza. Ejecuta
al hijo de Cleopatra si es necesario, para proteger la herencia de mi amado Alejandro.
La petición se cierne en el aire como una
sombra, dejando a Clito en la encrucijada entre lealtad y la cruda realidad de
la política de Macedonia.
–Mi reina, solo Alejandro puede darme órdenes
y solo a él serviré. Desde siempre he seguido sus mandatos ciegamente y solo le
pedí una cosa a cambio: ayuda para obtener conocimientos ocultos, una petición
que aún está pendiente. –Clito respondió con firmeza.
–Tienes razón, Clito –asintió Olimpiade–. Eso
no será un problema. Alguien visitará tu celda para instruirte en lo que
buscas. Pero te insto a que consideres mi propuesta. Es lo mejor para
Alejandro, incluso si él no lo ve.
–Así lo haré –dijo Clito.
Los guardias volvieron a encadenar a Clito y
lo devolvieron a la cárcel sin que nadie se percatara de lo sucedido.
Dartmoorh, Princesa Babilonia |
Hefestión regresa de sus desalentadores
viajes con noticias sombrías: la sublevación se ha extendido entre los reinos
vecinos y las ciudades estado de Grecia. Con pesar, le comunica a Alejandro
Magno la cruda realidad que se extiende más allá de sus fronteras.
En el majestuoso salón del palacio de Pella,
Alejandro, con rostro preocupado, escucha las noticias que amenazan con socavar
las bases de su reino. Cabila sus próximos pasos, consciente de que la
estabilidad interna y la unidad son esenciales antes de embarcarse en la
ambiciosa conquista de Persia.
Durante sus recientes viajes, Hefestión, el
fiel compañero de Alejandro Magno, ha desplegado hábilmente sus dotes
diplomáticas. Por orden del rey, se ha dedicado a negociar acuerdos para
asegurar rutas seguras de suministros. Su habilidad para tratar con líderes
locales y persuadirlos hacia la cooperación ha sido clave. Hefestión, con su
astucia y lealtad, ha tejido una red de alianzas estratégicas que garantizarán
un flujo constante de recursos esenciales para el ejército de Alejandro,
asegurando así la fuerza y sostenibilidad de las campañas militares venideras.
En lo profundo de Macedonia, entre sombras de
árboles antiguos, se esconde un oasis de serenidad y rejuvenecimiento: las
termas macedonias. Accesibles a través de senderos cubiertos de musgo, estas
aguas misteriosas y acogedoras prometen un refugio para el cuerpo y el
espíritu.
Las columnas de mármol sostienen gráciles
cortinas que bailan con la brisa, creando un ambiente etéreo. La piscina
central, alimentada por manantiales subterráneos, emana un vapor suave que se
mezcla con los aromas de hierbas curativas. Los tonos cálidos de las lámparas
de aceite danzan en las paredes, iluminando rostros relajados.
Los macedonios, en busca de alivio, se
sumergen en estas aguas termales secretas, donde el murmullo de conversaciones
tranquilas se mezcla con el susurro del viento en las hojas. Un lugar donde las
tensiones se disuelven y las intrigas del mundo exterior quedan atrás, al menos
por un tiempo, en este rincón mágico de Macedonia.
Darthmoorh, la princesa persa de Babilonia,
emerge como un símbolo de resistencia, con su belleza morena eclipsada por las
marcas de las torturas macedonias. Su rostro, recién desfigurado, lleva las
cicatrices como trofeos de su resistencia feroz.
Entre postillas y puntos, orgullosa y sin
temor, Darthmoorh irradia una intensidad inquebrantable. Su mirada, aunque
afectada físicamente, retiene la fuerza de una líder que desafía la adversidad.
Los rasgos que alguna vez fueron suaves ahora narran historias de valentía y
sufrimiento.
A pesar de su apariencia aterradora, Darthmoorh
impone un respeto abrumador. Cada marca en su rostro cuenta la historia de una
princesa que se niega a ceder ante la opresión, convirtiendo las cicatrices en
insignias de su indomable espíritu.
En las misteriosas termas, Darthmoorh,
envuelta en velos vaporosos, emana un aura de misterio y belleza. A pesar de
sus cicatrices, su presencia es impactante. Molesta y quejándose, busca la
atención de Hefestión, quien, ajeno a quién encontraría, se muestra sorprendido
por la presencia de la princesa persa.
Darthmoorh, con voz sugerente y ojos
penetrantes, trata de evocar compasión en Hefestión. Sus velos, aunque
destinados a ocultar, también realzan la belleza que yace debajo. Con maestría,
utiliza su presencia para seducir y manipular, tejiendo un juego intrigante en
las aguas termales, donde los susurros de la política y el deseo se entrelazan.
Ella se despoja de sus prendas, y en las
termas de Macedonia, donde las conspiraciones, traiciones y romances flotan en
el aire, Hefestión y Darthmoorh se entregan al amor. Después de apartar sus
pasiones, Darthmoorh le pide un favor a Hefestión: proteger a Cleopatra y su
hijo recién nacido, Alejandro, heredero del difunto Filipo. Temerosa por sus
vidas, Hefestión le promete que hará todo lo posible, un compromiso en honor al
fallecido rey y como gesto de solidaridad hacia la viuda y su hijo.
Moira la Bruja |
Durante semanas, Calístenes se ha sumido en
su taller, un crisol de ingenio y magia. Junto a sus maestros herreros y
carpinteros, ha forjado un arsenal que va más allá de la mera destreza militar.
Su esclava Moira, no solo hábil sino también poseedora de antiguos
conocimientos mágicos, ha tejido un lazo especial con Calístenes. Entre ellos,
han creado armas sobrenaturales, fusionando el arte de la guerra con hechicería
ancestral.
En su afán por perfeccionar cada detalle,
Calístenes prueba una y otra vez estas armas mágicas, dotando al ejército de
Alejandro con un poder que va más allá de lo convencional, listo para enfrentar
desafíos que trascienden lo meramente terrenal.
En el bullicioso taller de Calístenes, un
crisol de creatividad y artesanía, resonaban los martillos de los herreros y el
chirriar de las sierras de los carpinteros. Este santuario de la invención
militar se encontraba repleto de chispas que danzaban en el aire, mientras
hábiles manos daban forma a la guerra.
Cascos pulidos y relucientes yelmos yacían
junto a robustas lanzas y relucientes espadas. Escudos de diversas formas y
tamaños adornaban las paredes, cada uno portando la promesa de resistir el
embate del enemigo. El ambiente estaba impregnado de un olor a metal caliente y
madera recién trabajada.
Calístenes, con su mente estratégica y afán
innovador, recorría el taller, examinando cada creación con ojos agudos.
Inspirándose en las tácticas de Alejandro, buscaba maneras de mejorar la
eficiencia y letalidad de las armas y escudos. Aquí, en este crisol de ingenio
bélico, se forjaban las herramientas que darían forma al destino de los
ejércitos de Macedonia.
Aristóteles, la imponente figura de Estagira,
destaca por su frente ancha y calva que da paso a una barba espesa y enredada.
Sus ojos penetrantes y profundos reflejan una mente inquisitiva. La nariz,
recta y prominente, añade carácter a su rostro. Su complexión, aunque no
imponente, irradia autoridad intelectual. La elegancia de sus gestos y la forma
en que se viste, en túnicas drapadas con sobriedad, sugieren una mesura que
coincide con su filosofía. A pesar de no poseer una apariencia imponente, su
presencia irradia sabiduría y su mirada refleja un perpetuo deseo de comprender
el universo.
Moira, cautivadora esclava y hechicera bajo
la tutela de Calístenes, deslumbra con su juventud y belleza. Su melena rubia
cae en ondas suaves sobre sus hombros mientras viste vaporosas túnicas blancas
que danzan al ritmo de su gracia. En su cuello reposa un colgante, un medallón
de Hécate, símbolo de sus misteriosos poderes. Sus ojos, centelleantes y
expresivos, revelan una mezcla de inocencia y conocimiento arcano. Moira, como
una encantadora doncella, oculta bajo su apariencia angelical las artes mágicas
que la conectan con el mundo más allá de lo tangible.
Amuleto de Hécate, Moira |
En un instante en el que Moira no presta
atención, Aristóteles solicita a Calístenes la posibilidad de contar con los
servicios íntimos de su esclava, Moira, por la cual siente un exceso de
atracción. Calístenes se opone, ya que tiene sentimientos por ella y, además,
sería peligroso, ya que cualquier hombre al que ella toca pierde su esencia y
muere en segundos. Ante esta revelación, Aristóteles pierde su interés inicial
y comparte una risa ligera con su sobrino antes de abandonar el taller,
asegurándose de que Moira no tenga conocimiento de la conversación entre ambos
parientes.
Alejandro Magno, Rey de Macedonia |
En el imponente salón del trono, la
majestuosidad de Alejandro Magno se refleja en cada detalle. El trono, tallado
en madera noble y adornado con intrincados grabados dorados, se alza en el
estrado superior. Sobre él ondea la bandera real, tejida con los colores de
Macedonia. La sala está iluminada por antorchas que destilan una luz tenue,
creando una atmósfera que oscila entre la grandiosidad y la solemnidad.
En el trono, Alejandro se sienta con una
postura regia, vestido con una túnica real que resalta su figura. A sus lados,
sus generales de confianza, Hefestión, Filotas, Parmenión, Ptolomeo, y
Calístenes, ocupan sus lugares designados. Sus miradas, una mezcla de respeto y
lealtad, se centran en su líder.
Leónidas, Maestro de artes bélicas |
Los dioses, desde sus altos dominios,
observan la escena con interés. Cada gesto de Alejandro parece resonar en los
cielos, una danza de poder que despierta la atención divina. En ese momento, la
sala del trono se convierte en un escenario donde se teje el destino de
imperios, mientras Alejandro, con la mirada fija en el horizonte, se prepara
para escribir su nombre en la historia con tinta de conquista y grandeza.
Parmenión, de porte sereno y voz firme, se
presenta ante Alejandro y sus compañeros generales, flanqueado por el veterano
Leónidas. Su figura denota experiencia y sabiduría, respeto ganado en las
batallas pasadas.
Parmenión, General y Mano derecha de Alejandro Magno |
Leónidas asiente con gravedad, respaldando
las palabras de Ptolomeo. El ambiente en la sala se carga con la urgencia de
resolver esta problemática interna antes de embarcarse en las vastas llanuras
de la conquista. Los ojos de Alejandro, aunque llenos de fuego, reflejan la
comprensión de la complejidad de su nuevo reinado. La discusión se inicia, y
estrategias para apaciguar las tensiones en la propia Macedonia toman forma en
el consejo de generales.
Los generales de Alejandro enfrentan una
compleja tarea al abordar las sublevaciones tras su coronación. Deben indagar
en los orígenes de la disidencia, examinar la fuerza de las facciones rebeldes
y explorar posibles alianzas externas. La percepción pública y la gestión
diplomática también se vuelven cruciales, requiriendo estrategias claras y
comunicación efectiva. En previsión de posibles conflictos, la evaluación de
recursos militares es esencial, considerando tanto las repercusiones internas
como las futuras implicaciones en la expansión hacia Persia. Un enfoque integral
permitiría a los generales formular estrategias eficaces para mantener la
estabilidad en el emergente imperio macedonio y allanar el camino hacia la
consolidación y expansión a largo plazo.
La reunión de oficiales frente a Alejandro
presenta tres enfoques divergentes. Ptolomeo aboga por un castigo ejemplar a un
pequeño pueblo disidente, creyendo que esto disuadirá a otros. En oposición,
Hefestión defiende una estrategia diplomática sin el uso de la fuerza bruta,
buscando una solución pacífica. Calístenes adopta una posición intermedia,
equilibrando diplomacia y fuerza. La propuesta menos popular es la de
Hefestión, ya que va en contra de la declaración pública de Alejandro de ser
severo con los traidores a Grecia. La discusión refleja la diversidad de opiniones
sobre cómo abordar las sublevaciones y establece tensiones entre la diplomacia
y la aplicación estricta de la ley.
En la sala de estrategia, con mapas
extendidos y un ambiente tenso, Alejandro Magno se dirige a sus generales de
confianza con solemnidad.
–Compañeros, hoy nos enfrentamos a una verdad
incómoda pero necesaria. Clito, nuestro leal general, ha sido encarcelado por
razones que trascienden su lealtad hacia mí. No lo considero un enemigo, sino
alguien que ha caído en las sombras de las intrigas y conspiraciones que
amenazan nuestra estabilidad.
–Su encarcelamiento no es un castigo, sino
una medida de protección. Las calles murmuran sobre asesinos y oscuros
intereses que buscan su cabeza. Por ahora, la prisión le brinda seguridad.
–Estamos en un momento crítico con
sublevaciones a nuestro alrededor, y la lealtad de Clito puede ser
malinterpretada. Necesitamos consolidar nuestro poder antes de enfrentar estas
amenazas. Confío en que entenderán que estas decisiones son por el bien de
Macedonia y nuestro imperio en gestación.
Las miradas se cruzan entre los generales,
algunos asintiendo con entendimiento, mientras otros muestran preocupación. La
confianza de Alejandro en su explicación busca mantener la unidad y la lealtad
en un momento en que las sombras de la traición se ciernen sobre su imperio.
Alejandro le da un anillo con su sello a
Ptolomeo para que con el pueda sacar a Clito de la cárcel si es su deseo.
Ciudad de Pella |
La cárcel de Pella, es un sombrío laberinto
de piedra, testigo silencioso de destinos entrelazados. Sus celdas, con paredes
rugosas y húmedas, retienen susurros de conspiraciones y lamentos de
prisioneros. El pasillo principal, iluminado apenas por antorchas titilantes,
revela la gravedad de la situación. Puertas de hierro crujen al cerrarse,
aislando a aquellos marcados como amenazas al imperio.
En los rincones más oscuros, las sombras
esconden historias de traición y lealtad, mientras que en el aire flota la
densidad de un lugar donde la esperanza es un bien escaso y la libertad se
convierte en un anhelo distante.
El carcelero de Pella, un hombre curtido por
años de servicio entre rejas, lleva la marca del tiempo en su rostro, surcado
por arrugas y sombras de cansancio. Su postura es rígida, reflejo de una
disciplina forjada en la monotonía de vigilar a aquellos cuyas libertades han
sido arrebatadas.
Viste una tosca túnica, desgastada por la
rutina diaria de la prisión, y su mirada, aunque cansada, guarda un rastro de
indiferencia endurecida por la repetición de los mismos dramas. Las llaves
colgadas en su cinturón son un símbolo de autoridad, pero también de la
monotonía de un deber ingrato que lo ha convertido en un espectador impasible
de los destinos que se entrelazan tras las rejas.
Los compañeros de Alejandro entran al lúgubre
calabozo de la cárcel de Pella con la expectación de encontrar a Clito, su leal
camarada, entre las sombras del encierro. El hedor rancio del lugar no logró
opacar la sorpresa y el desconcierto al hallar a Clito, figura robusta y firme,
enclaustrado entre los muros fríos.
Su mirada, aunque confinada, no había perdido
la chispa de fuerza. A través de los barrotes, Clito sostuvo el encuentro con
sus compañeros, revelando el semblante de alguien que, a pesar de la prisión,
mantenía la esencia indomable que los había unido en tantas batallas. La cárcel
no había apagado la llama férrea que ardía en Clito.
Cuando llegan a la celda de Clito, lo
encuentran despidiendo afectuosamente a dos mujeres, quienes se retiran con una
sonrisa. La celda del "Negro" es sorprendentemente cómoda, con
cojines en el suelo y un suave aroma a incienso que disimula el desagradable
olor del lugar. No está mal.
Clito recibe gratamente la visita de sus
compañeros y les explica que está allí por elección propia, ya que, dadas las
circunstancias exteriores, es lo más sensato.
Ptolomeo le pregunta a Clito si tiene idea de
quién pudo haberlo encarcelado, sugiriendo que debe ser alguien poderoso. Clito
señala que sospecha de dos facciones: una que lo ha apresado y otra que intenta
asesinarlo, evidentemente incompatibles. Sugiere que una facción podría estar
vinculada a Cleopatra, mientras que la otra podría ser liderada por algún
oficial resentido y envidioso.
Calístenes plantea la posibilidad de la
venganza de Darthmoorh, pero Clito descarta la idea, argumentando que si fuera
así, le habrían hecho lo mismo que a ella.
Finalmente, Clito hace una pregunta profunda
a sus compañeros para que se la transmitan a Alejandro: ¿Quiere ser recordado
como un rey que cede para que sus súbditos se arrodillen ante él, o como un rey
que hace que sus súbditos se arrodillen ante él y les otorga concesiones?
Calístenes, sobrino de Aristóteles |
Mientras salían de la celda de Clito, cuatro
hombres armados los rodearon: dos en un lado del pasillo y otros dos por el otro.
En la oscuridad de los calabozos de Pella,
cuatro presos emergen como sombras dispuestas a desafiar a los generales de
Alejandro.
Por un lado, un astuto ladrón, ágil y
escurridizo, con una mirada que refleja una vida de evasión de la ley. Sus
manos son rápidas y su mente, aún más afilada; y un guerrero de las tierras
bárbaras, con fuerza sobrehumana y cicatrices que narran historias de
brutalidad. Parece impaciente por la acción, su risa gutural resuena en las
frías paredes de la prisión.
Y por el otro lado del pasillo, vienen un
individuo encapuchado, antiguo practicante de las artes arcanas, susurra
palabras olvidadas y agita las manos en un patrón místico. La magia titila en
sus ojos, su mirada denota resentimiento y un deseo de venganza; y un guerrero
que alguna vez infundió temor en el campo de batalla, pero ahora parece
desgastado por el tiempo y las torturas. Aunque las cadenas lo limitan, la
ferocidad aún arde en sus ojos.
Estos presos, cada uno con habilidades únicas
y motivaciones intensas, se preparan para enfrentarse a los generales de
Alejandro, planteando un desafío impredecible en los oscuros confines de la
prisión.
Ptolomeo y Hefestión intimidaron eficazmente
a los amenazantes hombres, haciéndolos dudar antes de llevar a cabo su
cometido.
–Si os retiráis y nos dejáis a Clito, no
habrá problemas –dijo uno de los atacantes, aparentemente el líder.
Desde su celda, Clito rió a carcajadas y
gritó a los cuatro mercenarios:
–Si elimináis a vuestros compañeros y queda
solo uno, se volverá rico, trabajará para mí y nunca más pasará hambre.
Calístenes intentó discernir el idioma del
hechicero y su posible región. Este último seguía siendo un misterio. Su lengua
parecía arcaica y cargada de palabras místicas, con tonos guturales y
entonaciones que sugerían un origen antiguo. Las palabras fluían en un patrón
rítmico, como si estuvieran alineadas con fuerzas ocultas. Cuando hablaba,
parecía evocar poderes más allá de la comprensión común, y los sonidos que
emanaban de sus labios llevaban consigo una resonancia mágica. La región de la
que provenía podría ser un lugar olvidado, oculto en los pliegues del tiempo y
el espacio, donde las artes arcanas se practicaban de maneras que escapaban a
la comprensión convencional.
Meir, escondido en el subconsciente de Calístenes,
tomó el control y, con su aura de santidad, hizo que el hechicero dejara de
hablar y reflexionara sobre con quién se estaba enfrentando.
Tres de ellos permanecieron inmóviles,
cuestionándose si les habían pagado lo suficiente para arriesgar sus vidas
frente a los generales de Alejandro, excepto uno: el salvaje encadenado que
corrió hacia Ptolomeo y lo agarró del cuello con una mano, comenzando a
ahogarlo.
Clito lo reconoció: era Marmoler, un
mercenario tracio conocido en los bajos fondos por ser extremadamente violento
e inestable.
–Marmoler, soy Clito. ¿No preferirías
trabajar para mí? –dijo Clito, acercándose al gigante que ahogaba a su
compañero Ptolomeo y se pensaba si desgarrar sus entrañas.
–¿Clito? –preguntó Marmoler confuso– ¿Clito
el Negro?
–¿A quién creías que veníamos a matar?
–inquirió molesto uno de los compañeros de Marmoler.
Clito logró convencer al inestable
mercenario, que parecía estar bajo los efectos de sustancias desconocidas.
Ptolomeo golpeó el brazo de Marmoler, que le estaba ahogando en el aire, con el
pomo de su espada, y este lo soltó tras un crujido en su antebrazo.
El salvaje se ajustó el hueso roto del brazo,
sin mostrar dolor aparente, y miró a Clito, quien lo persuadió para beber buen
vino y descansar en su celda. El gigante accedió y se durmió profundamente.
Dos atacantes se esfumaron entre las sombras
durante la trifulca, mientras el líder se quedó para negociar con Clito el
desenlace del desafortunado incidente, buscando un beneficio mutuo.
Tras una conversación infructuosa, Clito le
ofreció ser su guardia si acababa con sus tres compañeros. Ptolomeo, cansado,
le cortó el cuello al misterioso personaje, degollándolo. Mientras se
desangraba en el suelo, Clito discutió con su amigo por la impetuosa acción.
El carcelero llegó cuando todo estaba
empapado en sangre y un cadaver en el suelo. Les recriminó a los compañeros de
Clito, aparentemente sin reconocerlos, pero Ptolomeo enfadado le informó de su
identidad y le ordenó limpiar el desaguisado, algo que hizo obedientemente.
Mientras el carcelero fue a por utensilios de
limpieza, Clito decidió poner fin a todo esto. Degolló a sangre fría a
Marmoler, que dormía en una esquina de su celda, y registró los cuerpos,
encontrando un medallón de plata de Ares en el bolsillo del líder, que se llevó
consigo.
Los generales de Alejandro sacaron a Clito
encapuchado y abandonaron la cárcel. Calístenes ordenó a los guardias que la
celda de Clito no fuera abierta, estaba en cuarentena y no debía ser abierta
por nada del mundo.
Aristóteles, Mentor de Alejandro |
Calístenes decide ocultar a Clito en su taller, un lugar donde nadie lo delatará y estará seguro. Mientras Calístenes va a hablar con Alejandro, Moira, sorprendida, le lleva algo de comer en su ausencia. Clito, agradecido, le pregunta a Moira por el medallón de Ares que consiguió la noche anterior. Ella le advierte que está maldito y le aconseja no ponérselo. Clito lo esconde en una caja en su escondite.
Aun en ausencia de Calístenes, Clito se da cuenta de que Aristóteles está en el taller. Habla con él y éste le aconseja que no se esconda, recordándole su posición como general y hermano de leche de Alejandro. También le comparte la idea de colonizar las tierras tracias, comparándolo con un burdel y la conquista de una mujer.
La conversación se desplaza hacia Moira, y Clito sugiere a Aristóteles una forma hermosa de morir: haciendo el amor con la esclava. Ambos ríen, y Clito sale del taller orgulloso de su intercambio con su viejo maestro.
Calístenes detalló a Alejandro todo lo ocurrido y le consultó sobre cómo abordar las conspiraciones contra ellos en Pella y por otro lado las sublevaciones tracias. El rey les encomendó la tarea de resolverlo por sí mismos.
Átelo, tío de Cleopatra |
Calístenes profundizó en la investigación de
los escritos sobre los tracios y consultó a su tío, descubriendo su reputación
por la belicosidad y la resistencia a la autoridad macedonia. Las incursiones y
desafíos tracios presentaban una amenaza adicional para Alejandro.
Clito, ingresando al palacio con orgullo y desafío a la vista de todos, sabía que aquellos que deseaban verlo encarcelado ahora estarían frustrados.
Calístenes reunió a Clito, Ptolomeo y sí mismo, compartiendo la conversación con Alejandro y abordando la tarea de sofocar la sublevación tracia con determinación.
Hefestión, General de Alejandro |
Sublevados
Los primeros años del reinado de Alejandro
Magno estuvieron marcados por la necesidad de consolidar su autoridad sobre los
territorios que se habían rebelado tras la muerte de Filipo. Antes de emprender
su ambiciosa campaña contra el Imperio persa, enfrentó desafíos considerables.
Al llegar a los 20 años, Alejandro ingresó en
la fase de andreía, marcando su transición a la adultez en el contexto griego.
Aunque ya no era un niño, aún no se le consideraba completamente adulto, lo que
resaltaba la importancia de dos años formativos cruciales.
En este período inicial, Alejandro tuvo que
hacer frente a diversas amenazas. Hubo levantamientos en la población griega,
así como complicaciones con los tracios que rodeaban los territorios
macedonios, y tensiones con los Ilirios en el norte. Estos desafíos forjaron la
templanza de Alejandro antes de aventurarse en su histórica campaña hacia el
este.
Ptolomeo, General de Alejandro |
Enfrentando la Sublevación Tracia
Además de la resistencia griega, Alejandro
Magno se vio inmerso en problemas en las regiones fronterizas con los tracios,
un pueblo indoeuropeo asentado en los alrededores de Macedonia.
La resolución de los conflictos con los
tracios, conocidos por su naturaleza guerrera, destacó la habilidad diplomática
y militar de Alejandro y su círculo cercano. Durante semanas, tres estrategas,
rodeados de mapas de Tracia, trazaron un plan para sofocar la sublevación
tracia, distribuyendo roles específicos: Clito se encargaría de la diplomacia,
Ptolomeo lideraría las fuerzas militares, y Calístenes contribuiría con
estrategias y supervisaría la colonización macedonia de las fronteras tracias, idea
propuesta por Aristóteles.
Clito, aprovechando su influencia en el
comercio, abordó la situación de manera diplomática. Reconociendo la naturaleza
belicosa de los tracios, buscó la negociación y trató de forjar alianzas
pacíficas con líderes clave. Su objetivo era evitar un conflicto a gran escala,
priorizando la resolución pacífica siempre que fuera posible.
No obstante a pesar de sus esfuerzos
diplomáticos, algunas tribus tracias mantenían su hostilidad. Frente a esta
resistencia, Ptolomeo lideró campañas militares selectivas contra grupos
tracios que representaban amenazas específicas. Empleó tácticas militares
avanzadas y su experiencia en combate para obtener ventaja en el campo de
batalla.
Para garantizar el control macedonio a largo
plazo en las regiones fronterizas, Calístenes implementó medidas de
asentamiento, llevando a cabo el proceso de "sinicismo". Esto
implicaba la colonización y establecimiento de ciudadanos macedonios en zonas
previamente habitadas por tracios, con el doble propósito de consolidar el
control y fomentar la asimilación cultural.
Calístenes también desplegó guarniciones
militares estratégicas en áreas clave de la frontera tracia. Estas guarniciones
cumplían la función de mantener el orden y actuar como disuasión ante posibles
levantamientos futuros.
La combinación de diplomacia, tácticas
militares efectivas y medidas de asentamiento permitió a Alejandro resolver la
cuestión tracia, consolidando el control macedonio sobre las regiones
fronterizas. Este éxito temprano en su reinado evidenció su capacidad para
abordar desafíos complejos, preparando el terreno para sus futuras conquistas y
campañas en Asia.
Ptolomeo pasa revista a sus tropas |