990 a.C., han pasado casi 10 años de la toma de Jerusalén
a los jebuseos y el pueblo judío está asentado y afianzado en la capital del Reino
de Judá. El Rey David reune al grupo de héroes que ayudaron a tomar Jerusalén de los jebuseos en
la gesta conocida como "la gruta del sinnor". Ahora todos ellos han prosperado,
tienen descendencia, buena posición y son los consejeros del propio Rey David además
de ser Maestros reputados en sus especialidades.
David reune a sus mejores
consejeros, aquellos que una vez fueron “soldados” de Israel, en la toma de
Jerusalén. Una
vez en el palacio real, el Rey David transmite a sus discípulos de confianza que tiene el placer
de otorgarles el más importante cometido de sus vidas sirviendo a Yahweh. Ha tomado la decisión de trasladar el
Arca de la Alianza, su más sagrada posesión, hasta Jerusalén; para así consolidar
a la ciudad como el centro del poder político y religioso de Israel. Desde que
fue recuperada a los filisteos el arca no se había guardado en un lugar
permanente.
Para esta importante tarea divina de portar el Arca de
Dios, David pone al grupo de consejeros bajo la tutela de un guía llamado Uzá, líder
entre los suyos y maestro en su campo. Uzá venía de Baalá de
Judá con un pequeño grupo de los mejores soldados del ejército de David. Este
selecto grupo de consejeros y soldados debían trasladar de Baalá el arca de
Dios, donde se invocaba el nombre del Señor de los ejércitos, que habita entre
los querubines.
Guiados por Uzá partieron a Baalá
de Judá y durante el camino son acosados y
perseguidos por criaturas nocturnas que los acechan como un lobo a su presa. En
más de una ocasión tienen que huir de estos seres con apariencia humana pero
con colmillos de alimaña y con el alma manchada por el toque del demonio
tentador.
El Arca de la Alianza |
Una vez en Baalá de Judá se encontraron
con Ajió, hermano de Uzá, el guia, que los ayudaría a partir de allí. Llegaron a una
cueva cerca de la casa de Abinadab donde se escondía el Arca de Dios, pudieron
ver su grandiosidad mientras la cubrían con mantas con mucho cuidado de no
tocarla. La visión de semejante reliquia fue una sensación abrumadora para los
consejeros del Rey David.
La pusieron sobre un carro al que
iban guiando Uzá y Ajió, los hijos de Abinadab. Ajió guiaba la caravana
y Uzá permanecía siempre alado del Arca, tapada con un grueso manto. Los consejeros elegidos por David escoltaban la sagrada reliquia por el desierto.
Uzá explica a los personajes sobre el tesoro que portan:
“El arca de la Alianza era un cofre de madera que contiene
las tablas de piedra sobre las que Yahweh
ha escrito los Diez Mandamientos; Moisés recibió las tablas de Yahweh en el monte Sinaí. El Arca de la
Alianza simbolizaba la presencia de Yahweh
entre nosotros sus discípulos. Numerosos poderes sobrenaturales le son
atribuidos y numerosas falsificaciones han aparecido a lo largo de la historia,
pero solo una es la verdadera, y es la que tenemos el honor de portar”.
En lugar de transportar el arca con los varales sobre los
hombros de los levitas qohatitas, de acuerdo con las instrucciones conocidas, se
colocó sobre un carruaje tirado por bueyes.
La muerte de Uzá |
Al llegar a la era de Nacón, las reses que tiraban del carro
estuvieron a punto de ocasionar un vuelco, Uzá quiso sostenerla en un momento
de bamboleo y estiró la mano sujetando el Arca, en ese mismo momento, cayó fulminado
y murió. Yahweh lo ejecutó por
transgredir la ley divina que condenaba explícitamente tocar el Arca a pesar de
ser levita y bien instruido en la Ley de Dios.
Tras la muerte de Uzá la compañía del Arca opto por
transportar el arca con los varales sobre los hombros de acuerdo con las
instrucciones conocidas. El viaje de vuelta fue tranquilo e inquietante ya que
fueron viendo como seres malignos prendían en llamas a millas del Arca, y
acababan convertidos en cenizas. Seres incendiados en el fuego purificador de Yahbeh se veían a menudo mientras la
caravana avanzaba por el desierto destino Jerusalén. Sus gritos demoníacos al morir rompían la noche
y estos seres del infierno no podían acercarse a millas a la redonda del Arca
sagrada de Dios, sin duda era el arma más poderosa jamás empleada contra el
mal. La sabiduría popular llamaba a estos seres ahora castigados, cainitas,
descendientes del primer asesino, Caín.
El Arca en guerra |
A medio camino de su destino la compañía del Arca se vio
rodeada por un ejército de un millar de filisteos con la intención de arrebatar
el Arca. Los filisteos comenzaron a atacar a distancia diezmando a los soldados
y matando a Ajió, hermano de Uzá. Casi la totalidad de
los soldados de David murieron bajo las certeras flechas de los filisteos.
Indefensos los porteadores destaparon el Arca quitando las mantas que la
cubrían pero con mucho cuidado de no tocarla. La simple aparición de la reliquia
ante sus enemigos hizo que la luz cegadora de Yahbeh exterminara a todos sus enemigos reduciendo el ejército
filisteo a cenizas.
Milagrosamente los
cinco consejeros de David seguían aun con vida y Jacob tomo el mando de los
pocos soldados supervivientes. Continuaron su viaje y a leguas seguían ardiendo
cainitas cada noche y día, fueron dejando un rastro de cenizas de estos seres
que no podían ni mirar el Arca de la Alianza. Algunos llegaron a salir de la
arena del desierto y de las cuevas de desfiladeros ante la presencia del Arca
de Dios. Todos ardieron aquellas noches bajo el fuego purificador de Yahbeh.
Los porteadores del Arca |
Los porteadores del Arca
recibieron noticias de que David estaba atemorizado por que el Señor había dado
muerte a Uzá, un fiel siervo de Yahbeh,
solo por tocarla y se preguntaba si el por querer poseer el Arca no seria
castigado también: «¿Cómo puedo pensar en llevarme el arca del Señor?».David ordenó
que, en lugar de llevar el arca del Señor a la ciudad de David, la llevaran a
la casa de Obed Edom, el de Gat. Los porteadores llevaron el arca del Señor a la casa del gatita Obed Edom, donde se dice que
Dios lo bendijo a éste y a toda su
familia. Allí se quedó tres meses.
Cuando David se enteró de que por
causa del arca el Señor había bendecido a Obed Edom y a toda su familia, lleno
de alegría decidió llevar el arca a Jerusalén. David ofreció
en sacrificio un buey y un carnero engordado. Todo fue
júbilo y sonido de trompetas en el pueblo de Israel por la venida del arca del
Señor a la ciudad de David.
Por fin el arca del Señor fue
trasladada a Jerusalén transportada como era debido por los levitas. Fue llevada a una tienda de campaña que David había ordenado levantar
y este ofreció al Señor sacrificios y ofrendas de reconciliación.
El Arca de la Alianza aguarda su destino en el monte
Sión, Jerusalén, donde el Rey David siempre la había querido tener.
David se reúne con sus la
compañía del Arca, sus consejeros de confianza, aquellos que una vez habían
abierto las puertas de Jerusalén a través del sinnor. David les agradeció de corazón que trajeran el
Arca y se entristeció mucho con la decisión del Señor de dar muerte a Uzá por
solo tocar el Arca, para que esta no se dañara. Desde entonces aquel lugar
donde murió se llama «Peres Uzá».
David comparte con el grupo un íntimo pensamiento:
“¿Por qué Dios mato a Uzá por
haber tocado el arca, cuando los Filisteos con frecuencia la tocaron sin haber
sido destruidos?”
Tras
cavilar la respuesta el Rey David concluye:
“Cuanto más cercano este un
hombre de Dios, más solemne y rápidamente será juzgado por cualquier mal. El
juicio necesita empezar por la casa de Dios.”