Nahum, Arconte Nosferatu |
La culpa
Ephraim caminaba
arrastrando sus pasos dirección al valle de Hinnom. El frio intenso de la noche
calaba hasta los huesos y la noche sin luna, llenaba de sombras lúgubres su
camino.
La angustia que
sentía el Nosferatu era tan grande que no era capaz de pensar en otra cosa. Sus
lágrimas de sangre iban a dejar sin Vitae su cuerpo de tanto llorar. Era tal el
dolor, que pensaba en la muerte definitiva como única salida. Ojalá su Sire
Kothar acabase con su sufrimiento como un dueño ejecuta a un perro con la rabia
porque sabe que no puede curarse de ella.
Ephraim había matado
a su hermano Nahum, y lo había hecho en un arrebato de furia estúpido del que
no se acordaba. Cuando Ephraim despertó, Nahum ya estaba convirtiéndose en
cenizas en sus brazos. No pudo hacer nada para salvarle.
¿Por qué Yahvé pone
tanto sufrimiento en su no vida? La lepra, la destrucción de Jerusalén,
asesinar a un hermano. ¿Cuánto dolor era capaz de soportar un cainita? Ahora
entiende Nahum por que los ancianos están tan alejados de su humanidad. Se
imagina sentir esto decenas de veces en una no vida y no es capaz de pensar en peor
tormento en vida.
Un fortuito chacal hambriento
sale a su paso en la noche. Sus ojos brillantes se cruzan con los de Ephraim y
el animal sale corriendo como alma que lleva el diablo, no ha hecho falta que
el Nosferatu moviera un musculo, un simple vistazo al abismo de su mirada y el
chacal ha entendido el mensaje.
El Nosferatu no es
capaz de ordenar las palabras en su cabeza para explicar lo sucedido a su Sire
Kothar.
Por fin llega al
valle mientras la colonia humana duerme, pero sus hermanos menores, los no
muertos, salen a recibirle, sin embargo rápidamente se dan cuenta de que algo
no marcha bien y regresan a sus agujeros dejando al pobre Ephraim cabizbajo,
caminando hacia el refugio de Kothar, el Profeta. Todos saben que esto es algo
entre ellos y nadie puede meterse.
Al fin reúne el valor
para atravesar el umbral de su cueva y se encuentra con su Sire frente a él,
estaba rezando y se levanta poderoso.
–Tu profecía sobre mi hermano Nahum se ha cumplido –dice Ephraim
entre sollozos y sangre que mana a borbotones de sus lacrimales.
–Lo sé –dice Kothar con tono autoritario, mientras
se acerca a su desvalido chiquillo.
–He sido yo… lo he matado –dice Ephraim
mirando sus manos llenas de culpa.
Kothar abraza a su
chiquillo mientras muerde su propia muñeca, haciendo brotar sangre viscosa y
carmesí. Ephraim bebe de ella y parece aliviar el sufrimiento, al menos ahora
se siente más unido a su Sire y sabe que si está a su lado nada malo le
ocurrirá. Sus miedos poco a poco van menguando.
Rostro de Nahum, Nosferatu |
Ephraim se queda
dormido en el regazo de su padre, cansado de llorar, como un niño sobrepasado
por los acontecimientos. Kothar sabe que ya es de día y coge a su hijo en
brazos caminando con pasos firmes y poderosos.
Kothar deja a Ephraim
con cuidado en su propio camastro y se dirige al exterior. Sabe que si da un
paso fuera de la cueva y permanece el tiempo suficiente, todo puede acabar
ahora mismo. Lo hace, con su único ojo enjuagado en sangre, deja expuesto su
cuerpo a la luz solar, que rápidamente prende fuego la mitad de su desconchado
cuerpo. El leproso arde como la paja pero no se consume. El Nosferatu es duro y
resistente como la roca de un altar. El fuego produce dolor y sufrimiento al
Profeta, tanto que está a punto de perder la cabeza. Así lo quiere Yahvé.
Cuando se da cuenta,
de que toda la colonia se quedaría sin pastor, sin guía, sin padre… y
seguramente acabarían muertos, o peor aún, esclavizados por Jerusalén. No solo
moriría Kothar este día, también lo haría todo el valle de Hinnom con sus
decenas de hijos, sobrinos y nietos… toda su familia. Por ellos, no podía darse
por vencido y Kothar da un paso regresando al oscuro interior de la cueva, ocultándose
de la luz indirecta del sol, que ha estado a punto de matarlo para siempre.
El fuego pierde su
intensidad y poco a poco se apaga como si le faltase el oxigeno para arder. Y
Kothar calcinado camina con pasos cortos pero firmes al lugar donde su chiquillo,
Ephraim, duerme. Acaricia su cabeza con su mano negra como el carbón, aun
humeante y sonríe suspirando.
Algún día se podrán
encontrar todos fuera del valle, su familia al completo. Cuando lleguen las
noches finales y la civilización corrupta cese calcinada como su carne
putrefacta y quemada, que aún humea por el fuego ya extinto.