Capítulo 48: Eterno III: Bautismo Bélico (339-338 a. C.)

 

Eterno III

 Bautismo Bélico

(339–338 a. C)

 



Ptolomeo,
Compañero de Alejandro Magno
Ptolomeo

339 a.C., Mieza

Ptolomeo es un joven de 28 años con una gran experiencia como capitán de jinetes. Durante los últimos diez años, ha dedicado su vida a proteger las ciudades cercanas a Mieza, el Santuario de las Ninfas, donde Alejandro, el joven príncipe al que sirve, se está educando.

Aunque Ptolomeo es muy serio en el campo de batalla, fuera de él, le gusta disfrutar de la vida junto a su amigo Clito. Ambos comparten una pasión por las bebidas y las mujeres, y a menudo se les puede encontrar en la taberna local. Allí, comparten risas, historias y vivencias que han compartido a lo largo de los años. Sin embargo, a pesar de que Clito es su gran amigo, Ptolomeo no siempre está de acuerdo con las acciones de su amigo, especialmente cuando se trata de malas artes.

A pesar de las diferencias que puedan tener, Ptolomeo y Clito trabajan bien juntos, se complementan mutuamente en sus habilidades y se apoyan en todo momento, tanto en las situaciones más fáciles como en las más difíciles.

Ptolomeo tiene una personalidad fuerte y un espíritu guerrero innato. Es un líder natural y se esfuerza constantemente por ser el mejor general posible para Alejandro. Él es muy consciente de su imagen pública y siempre busca dar lo mejor de sí mismo en todo lo que hace. Además, disfruta de la tranquilidad de cabalgar en soledad para despejar su mente después de un largo día de trabajo.

Su pasión por la guerra y su ambición por ser el mejor le auguran un futuro brillante, y su amistad con Clito le brinda el apoyo que necesita en los momentos más difíciles.

 

Clito, el Negro,
Compañero de Alejandro Magno
Clito

Clito es otro joven capitán de 28 años que también estará al servicio de Alejandro Magno, al igual que su amigo Ptolomeo. A diferencia de Ptolomeo, Clito es conocido por sus oscuros negocios en las ciudades cercanas a Mieza. A menudo, Clito deja a Ptolomeo al mando de las misiones militares para perseguir sus intereses personales, que incluyen actividades criminales y su negocio de esclavos, legales e ilegales, que nutre la isla de Mieza.

Dos mercenarios espartanos guardan siempre sus espaldas para que nadie pueda pasarse de la raya, Kalus y Drago. Iban a ejecutarlos en los bajos fondos de alguna ciudad perdida de Grecia y Clito pagó su libertad para contratarlos como su guardia personal.

Clito también tiene una pasión por los temas oscuros y macabros, y a menudo solicita al Gran Maestro Aristóteles que le consiga libros y escritos relacionados con la oscuridad y la mitología, como los espíritus, los rituales, las brujas, la muerte y las almas. Las largas charlas que mantiene con Aristóteles sobre estos temas muestran su gran interés por lo desconocido.

A pesar de su amistad con Alejandro, Clito es infame entre sus compañeros oficiales por su falta de interés en la guerra y su enriquecimiento personal. Nadie tiene pruebas de sus oscuras ocupaciones, pero los rumores sobre sus prácticas son constantes. Algunos dicen que Alejandro tiene favoritismo hacia Clito debido a su amistad y hermandad de leche.

A pesar de las sombras que rodean a Clito, su amistad con Ptolomeo es sólida y duradera. Ptolomeo es su mejor amigo y el único que es capaz de cruzar líneas rojas con tanta facilidad como él, lo que los hace complementarse a la perfección y equilibrar su liderazgo cuando están juntos. Juntos, son los mejores amigos y compañeros de batalla.

Clito estará al servicio de Alejandro Magno algún día, aunque su reputación entre sus compañeros oficiales no es la mejor debido a sus prácticas oscuras y su enriquecimiento personal. Su amistad con Ptolomeo, sin embargo, es sólida y duradera, y juntos forman un equipo equilibrado y complementario.

Filotas, Compañero de Alejandro
Filotas

Filotas es un joven de 17 años, la misma edad que Alejandro, y a pesar de su carácter solitario, es uno de sus amigos de confianza. A menudo se siente más cómodo rodeado de animales en la naturaleza que entre personas, ya que estos no le juzgan ni le decepcionan, no le hacen sentir frustración ni discuten con él. De hecho, le gusta ir al bosque a alimentar a los animales y hablar con ellos, aunque nunca le respondan en palabras, él los entiende.

Filotas siempre ha intentado impresionar a su padre, Parmenión, el general del rey Filipo II. Él sabe que si se destaca en su enseñanza en el Santuario junto a Alejandro, su padre se sentirá orgulloso y lo considerará como un buen candidato para guerrear junto al rey.

Aunque tiene amigos, Filotas prefiere practicar el culto al cuerpo y el uso de armas en solitario. Le encanta cazar y sueña con el momento en que mató a un león junto a Alejandro y sus amigos. La sensación de estar bañado en la sangre caliente del animal agonizante le produce un placer que nunca olvida, y conserva la piel del león como un trofeo que le transporta a ese momento de éxtasis.

Filotas está obsesionado con la caza de animales y le encanta buscar rastros, seguirlos, acorralarlos y matarlos con sus propias manos si es posible. Está ansioso por entrar en batalla para experimentar ese mismo placer con el enemigo.

 

Calístenes, sobrino de Aristóteles
Calístenes

Este joven amigo de Alejandro tiene 21 años y pertenece al círculo íntimo de confianza del príncipe de Macedonia. Es el sobrino de Aristóteles, quien lo trajo al Santuario para que se criara junto a los mejores jóvenes del reino y junto a Alejandro.

Es un joven muy inteligente, a quien le encanta aprender cosas nuevas y compartir sus conocimientos con los demás. Su gran curiosidad es algo que comparte con Alejandro, lo que ha llevado a ambos a meterse en líos más de una vez.

Suele estar absorto en sus propios pensamientos, lo que le lleva a tener un mundo interior muy rico y activo. Tiene un taller donde experimenta con inventos relacionados con el fuego, una de sus grandes fascinaciones. A veces sus experimentos pueden ser un poco peligrosos y generan explosiones que se oyen en toda la isla, pero cuenta con la ayuda de algunos esclavos que le ayudan con la logística en su taller.

A veces desaparece durante periodos de tiempo indefinidos sin dar explicaciones, lo que causa preocupación entre sus amigos. Cuando se le pregunta, suele excusarse diciendo que se había dormido, y su tío Aristóteles suele ser bastante tolerante con él en estos asuntos.

Le encanta leer libros y escribirlos, y en ocasiones se le ve garabateando símbolos ininteligibles. Por petición de su tío, suele buscar escritos ocultistas para Clito, y a menudo da respuestas a cuestiones que el capitán le plantea sin darse cuenta.

A pesar de su carácter un tanto introvertido, este joven es muy servicial y siempre está dispuesto a ayudar a los demás con cualquier problema o cuestión de conocimiento. Su inteligencia y curiosidad lo convierten en un personaje interesante y valioso dentro del círculo de amigos de Alejandro.

 

Atenas
Un día en Atenas

Calístenes, uno de los aprendices del Santuario, tenía en su poder unos brazaletes con una antigua runa de poder relacionada con Aquiles. Con el fin de probar su efectividad, le pidió a Clito que los probara, y éste se quedó impresionado al comprobar cómo la runa le proporcionaba una fortaleza extrema a su piel, como si fuera de cuero. Ptolomeo, por su parte, le regaló los brazaletes, bautizándolos como "los brazales de Aquiles", aunque todavía estaban en fase de experimentación.

Aprovechando la ocasión, Calístenes pidió a Clito que lo acompañara a Atenas, aunque sabía que era un riesgo debido a que la ciudad estado era enemiga de Macedonia. Calístenes le pidió a Clito que encontrara la forma de sacarlo de forma secreta, ya que los aprendices no tenían permitido abandonar el Santuario sin autorización.

Una vez en Atenas, Calístenes reveló a Clito que tenía en mente crear un arma definitiva: fuego que arde sobre el agua. Había encontrado teorías al respecto en escritos gracias a su tío Aristóteles, pero aún no había podido probar su efectividad debido a la falta de un producto específico. Si pudiera conseguirlo, podría ser decisivo para arrasar las flotas de barcos enemigas.

Calístenes está decidido a llevar a cabo su proyecto de crear un arma revolucionaria que pueda arrasar las flotas de barcos enemigos, y para ello necesita conseguir unos escritos de Platón que se encuentran en un templo de Atenas. Pero esta tarea no es fácil, ya que corren el riesgo de ser descubiertos por los espías enemigos.

Sin embargo, Calístenes tiene un plan y pide a Clito que le acompañe en secreto a la ciudad, ya que necesita su protección para adentrarse en territorio hostil. En el camino, Calístenes le cuenta a Clito acerca de la Nafta, un producto que podría ser el secreto para crear un fuego que no se apague en el agua y que sería muy útil para su arma.

Una vez en Atenas, Calístenes y Clito se ponen manos a la obra y consiguen los escritos con la ayuda de los contactos de Aristóteles, tío de Calístenes y residente en la ciudad.

Mientras tanto, Calístenes observa en la plaza del Ágora cómo una mujer llamada Moira está siendo ajusticiada por brujería. Calístenes decide comprar su libertad y salva su vida. Moira agradece el gesto y le muestra un colgante de Hécate, la diosa de la magia, que lleva en su cuello. La mujer advierte a Calístenes que no la toquen, ya que de lo contrario morirán de viejos.

Durante el viaje de vuelta, Calístenes y Moira conversan y descubren que comparten una pasión por las runas y la magia. Moira le muestra cómo crear una runa poderosa que podría ser útil para su proyecto de arma. Clito, por su parte, se siente atraído por las habilidades sobrenaturales de Moira y Ptolomeo piensa en la posibilidad de usarla como caballo de Troya en el futuro.

Finalmente, Calístenes regresa con los escritos y la nueva información que ha aprendido de Moira, y está más cerca de lograr su objetivo de crear un arma decisiva para su país en la guerra.

 

Moira la Bruja
Moira, la Bruja de Atenas

Desde su nacimiento, Moira fue apartada debido a su excepcional belleza y su padre nunca le reveló quién era su madre. Con el tiempo, Moira se dio cuenta de que era capaz de hacer cosas que escapaban a su comprensión y desarrolló sus habilidades. Sin embargo, cuando su padre enfermó y tuvo que ir a la ciudad a por medicinas, la belleza de Moira causó revuelo y fue capturada por el señor de la ciudad que quería poseerla.

Los soldados que fueron tras ella para capturarla murieron al tocar su piel, envejeciendo y falleciendo a una velocidad espantosa. Los dos que sobrevivieron la acusaron de brujería maligna y Moira fue capturada. Sin embargo, un joven llamado Calístenes intercedió por ella y la compró como esclava. 

Amuleto de Hécate,
Moira

Moira descubrió en Calístenes un amante y compañero que no se dejaba seducir por su apariencia y finalmente encontró la paz que tanto había anhelado. A pesar de su extraña maldición que hace que cualquier hombre que la toque envejezca y muera, Calístenes puede tocarla sin sufrir consecuencias. Gracias a la posición que tiene Calístenes, Moira no suele tener problemas, aunque circulan rumores acerca de su misteriosa figura.

A pesar de su maldición, Moira es una gran ayuda en los proyectos de Calístenes, quien se siente apasionado por sus inventos. Moira también es una experta en runas y la hija de Hécate, la diosa de la magia, lo que la convierte en una figura aún más intrigante.

 

Aristóteles, tutor de Alejandro
Aristóteles

356 a. C. Pella

En el momento del nacimiento de Alejandro, las tropas de Filipo II se encontraban ocupadas expandiendo el Reino de Macedonia. Dos ciudades destacan en la región: Aigai, que fue la primera capital de Macedonia y sigue siendo un centro activo de devoción por su tradición artística y política, con palacios enormes y un teatro donde se representan competiciones atléticas; y Pella, donde vive Filipo II y que se convierte en la capital de Macedonia. Es aquí donde Alejandro pasa sus primeros años de vida como príncipe, pero no es un niño rico y mimado. Desde pequeño, muestra una gran ambición y curiosidad. Recibe una educación tanto académica como militar junto con los hijos de los nobles, pero a los trece años, Filipo se da cuenta de que la inteligencia de su hijo solo es superada por su valentía.

Impresionado con su hijo, Filipo decide que los profesores de la corte de Macedonia no pueden ofrecerle el desafío intelectual que merece y le busca un tutor nuevo. Encuentra a un hombre que ha pasado a la historia como uno de los pensadores más influyentes del mundo: Aristóteles.

Filipo también proporciona a su hijo un entorno mágico en el que aprender: el santuario de las ninfas en Mieza, parte de los legendarios jardines de Midas, con arroyos, grutas y senderos en Lasombra. Este lugar se consideraba sagrado para las ninfas, diosas mitológicas que eran espíritus de la naturaleza.

Alejandro decía que Filipo le había dado el don de la vida, pero que Aristóteles le había enseñado a vivir bien.

 

Cueva de Aristóteles

339 a. C, Mieza

Los adolescentes se levantaban temprano y se dirigían a través de los senderos que conducían a la cueva donde Aristóteles impartía sus clases. Era una oportunidad única para los jóvenes de aprender de la mente más preclara que había existido jamás. Aristóteles no solo era un filósofo, sino también un sabio que abarcaba una amplia variedad de materias, desde ética política y música hasta embriología, astronomía, botánica, magnética, óptica, historia y zoología. Su curiosidad no tenía límites y su conocimiento era asombroso.

Para Alejandro, en particular, Aristóteles fue un mentor fundamental. El joven príncipe había demostrado ser un alumno excepcional, pero Aristóteles lo desafió aún más, enseñándole a no dar nada por sentado y a no sacar conclusiones precipitadas antes de analizar los hechos de manera adecuada. Para Aristóteles, cada situación era única y debía abordarse desde una perspectiva diferente.

Esta enseñanza combinada con la espontaneidad innata de Alejandro, resultó en una receta única para el genio. Aristóteles no solo ayudó a Alejandro a desarrollar su mente sino que también cultivó su amor por el aprendizaje y la curiosidad, cualidades que se convirtieron en pilares fundamentales de su vida.

 

Mieza, Santuario de las Ninfas
Santuario de las Ninfas

La cueva donde Aristóteles enseñaba a Alejandro y su círculo más cercano era una gran sala subterránea. La luz del día apenas penetraba en ella, por lo que se iluminaba con antorchas y velas colocadas en las paredes. El aire fresco y húmedo se mezclaba con el olor a cera quemada y a incienso que utilizaban para purificar el ambiente antes de cada sesión.

La entrada a la cueva era estrecha y baja, por lo que había que agacharse para entrar. Una vez dentro, se abría ante los ojos un espacio amplio y lleno de detalles. El suelo de piedra estaba cubierto por esteras y alfombras que aportaban un poco de calor y confort a la sala. Las paredes de roca viva estaban decoradas con tapices y pinturas que representaban escenas de la mitología griega y romana. 

En el centro de la cueva había una gran mesa de madera donde Aristóteles colocaba sus pergaminos y libros. A su alrededor, había asientos y cojines donde se sentaban los alumnos. Todo el ambiente era austero pero acogedor, lo que propiciaba un ambiente de intimidad y concentración.

La iluminación se creaba con velas, antorchas y braseros con incienso, lo que aportaba una atmósfera mágica e íntima. El sonido de las antorchas y la llama temblorosa de las velas eran los únicos sonidos que se escuchaban aparte de la voz del sabio Aristóteles. En este ambiente, el grupo de estudiantes escuchaba atentamente cada palabra del filósofo, quien transmitía sus conocimientos de forma amena y cercana.

Aristóteles los reúne al grupo más cercano a Alejandro, Clito, Ptolomeo, Filotas, Calístenes, el único que falta es Hefestión, que está castigado por intentar fugarse para vivir aventuras en solitario.

Cada una de estas jornadas, Aristóteles cuenta historias del pasado de los compañeros, esta noche toca hablar de Alejandro.

–Alejandro, esta noche toca hablar de tus orígenes…

Los demás compañeros se acomodan para escuchar con atención. Aristóteles toma un sorbo de su vino y mira a Alejandro con una sonrisa enigmática en los labios.

–Como ya saben, Alejandro, naciste en Pella, la capital del reino de Macedonia –comienza Aristóteles–. Tu padre, Filipo II, era el rey de Macedonia y tu madre, Olimpia, era princesa de Epiro. Desde pequeño, se notaba tu ambición y curiosidad, algo que llamó la atención de tu padre.

Los demás asienten, como si ya conocieran esta parte de la historia. Pero Aristóteles continúa:

–Pero lo que quizás no saben es que se rumoreaba que tu madre tenía una conexión con los dioses. Se decía que ella era descendiente directa de Aquiles, el gran héroe de la Guerra de Troya, y que su padre, Neoptólemo, era hijo de Aquiles. Tu madre incluso te bautizó con el nombre de Alejandro, en honor a Aquiles.

Los ojos de Alejandro se abren de par en par ante esta revelación. Nunca antes había oído hablar de esto.

–Además, se dice que tu madre era una devota de los misterios eleusinos, un culto secreto dedicado a la diosa Deméter –añade Aristóteles–. Algunos dicen que tu madre te inició en estos misterios cuando eras un niño, enseñándote los rituales y los secretos de este culto.

Los compañeros de Alejandro intercambian miradas de sorpresa y fascinación. Aristóteles toma otro sorbo de vino y sonríe enigmáticamente.

–¿Qué opinas de todo esto, Alejandro? –pregunta Aristóteles, como si estuviera esperando la reacción de su alumno.

Alejandro se queda pensativo un momento antes de responder:

–No lo sé, Aristóteles. Pero lo que sí sé es que siempre he sentido una conexión especial con la historia y la mitología griegas. Quizás esto explique por qué siempre he sentido una especie de llamado hacia la grandeza, hacia convertirme en un héroe.

Los demás asienten en silencio, como si hubieran comprendido algo más profundo sobre su amigo y príncipe. La noche continúa, pero esta vez, todos parecen estar más en sintonía con el pasado y los misterios de Alejandro.

 

Rey Filipo II, padre de Alejandro
Pasado de Filipo

–Alejandro, ¿sabes cuándo subió al trono tu padre Filipo II en Macedonia? –preguntó Aristóteles mientras todos observaban en la penumbra.

–Sí, fue tres años antes de mi nacimiento, hace exactamente 20 años.

–Así es. En ese momento, Macedonia era considerado un estado atrasado y periférico en Grecia. –Susurró Aristóteles asintiendo– Sin embargo, el enérgico gobierno de Filipo otorgó al país un gran poder a través de la diplomacia y las innovaciones militares.

–Sí, he oído que mi padre era un guerrero nato y perdió un ojo en una batalla. –Respondió Alejandro.

–Así es. –Dijo Aristóteles– Él insistía en la agresividad y la disciplina como valores del gran ejército que creó. Los macedonios eran analfabetos y brutos según otros griegos, y estaban por debajo del nivel cultural del que hacían gala muchos atenienses.

–Pero eran ricos gracias a las minas de oro y plata que controlaban, ¿verdad? –preguntó Alejandro haciendo resonar su voz en la caverna.

–Exacto. –Contestó Aristóteles emocionado– Filipo explotó esas riquezas al máximo y con ellas reunió y entrenó a un ejército que estaba entre los mejores del mundo. Pero el éxito de Macedonia también supuso un gran trauma para los demás griegos, que no entendían cómo el desorganizado reino macedonio se había organizado de pronto y poseía un poder económico enorme gracias a las minas.

–Entiendo. –Dijo Alejandro– Pero también sabemos que donde hay poder, también hay pasión.

–Así es, Alejandro. –Afirmó Aristóteles– Y esa pasión puede ser tanto un impulso para alcanzar grandes logros como un peligroso riesgo si no se maneja adecuadamente. Es importante recordar siempre ese equilibrio.

 

Filipo y Olimpiade

350 a. C.

–¿Qué sabes sobre el matrimonio de mi padre con mi madre, Aristóteles? –preguntó Alejandro.

–Ah, sí, Filipo se enamoró perdidamente de la belleza de Olimpiade, pero no conocía su lado salvaje y excéntrico –respondió Aristóteles con una sonrisa irónica–. Olimpiade estaba involucrada en cultos místicos y mitológicos, y tenía un carácter muy fuerte. Pero su mayor interés era ver a su hijo Alejandro en el trono, lo que la llevó a volverse despiadada en su obsesión.

–¿Y cómo afectó esto al rey Filipo? –preguntó Alejandro interesado.

–El matrimonio con Olimpiade le producía más preocupaciones y desafíos que los que tenía en el campo de batalla. Filipo quería hacerse diplomáticamente invulnerable al casarse con mujeres de distintas regiones, pero Olimpiade añadía una capa más de complicaciones –explicó Aristóteles con un suspiro–. Pero como sabes, Alejandro, a veces la pasión nos lleva por caminos que no imaginamos.


Templo de Apolo, Delfos
El Oráculo

–Alejandro, te contaré una historia curiosa sobre el matrimonio de tus padres –dijo Aristóteles, con una expresión pensativa en su rostro. 

–Por supuesto, maestro. Me interesa mucho conocer más sobre mi padre –respondió Alejandro con curiosidad.

–Pues bien, la noche antes de que se casaran, Olimpiade tuvo un sueño en el que un rayo golpeaba su vientre. Mientras tanto, Filipo soñó que sellaba su vientre con un león –comenzó Aristóteles.

–Eso suena muy extraño –comentó Alejandro, frunciendo el ceño. 

–Lo más interesante es que después de la boda, Filipo comenzó a tener dudas sobre su esposa debido a su afición por los cultos místicos y mitológicos. Incluso llegó a ver una serpiente en su lecho mientras ella dormía –continuó Aristóteles.

–Mi padre temía que Olimpiade pudiera lanzarle algún tipo de conjuro. ¿Verdad? –preguntó Alejandro.

–Exacto. Pero la pregunta más intrigante que Filipo se hacía era si el hijo que tendría con Olimpiade sería engendrado por él o por Zeus, el padre de todos los dioses. Para encontrar la respuesta, Filipo envió a un emisario al Oráculo de Apolo en Delfos –explicó Aristóteles.

Sacerdotisa del
Oráculo de Delfos
–¿Y qué dijo el oráculo? –inquirió Alejandro.

–No dijo directamente que eras hijo de un dios, sino que Filipo debía hacer sacrificios a Zeus y reverenciarlo por encima de las demás deidades. Pero también le advirtió que perdería la vista de un ojo, el mismo con el que había visto a Olimpiade con la serpiente en el lecho –respondió Aristóteles.

–Interesante... mi padre siempre estaba buscando respuestas en la mitología y la religión –dijo Alejandro, reflexionando.

–Sí, y en ese momento esas creencias lo llevaron a buscar la verdad de tu origen divino –concluyó Aristóteles.

La filosofía de Aristóteles Instinto guerrero de Filipo La pasión de Olimpiade. El destino conspiraba para  convino para formar un ser humano extraordinario.

 

Reina Olimpiade de Epiro,
madre de Alejandro Magno
Prostitutas

Es importante tener en cuenta que en la antigua Grecia, la homosexualidad era vista de manera diferente a como se ve en la actualidad, y de hecho era común que hombres y jóvenes mantuvieran relaciones sexuales sin que esto se considerara necesariamente homosexualidad.

Sin embargo, es cierto que en la sociedad griega también existía la preocupación de que los jóvenes pudieran adoptar ciertas actitudes consideradas como afeminadas o inapropiadas para un hombre, y que esto pudiera poner en peligro su reputación y su capacidad para liderar.

En el caso de Alejandro, es posible que tanto Filipo como Olimpiade hayan considerado que la presencia de prostitutas podría ayudar a su hijo a desarrollar su masculinidad y su virilidad, y a evitar que se desviara por un camino que consideraban peligroso.

Sin embargo, es importante destacar que la educación de Alejandro fue mucho más amplia y compleja que esto, y que recibió una formación completa y diversa que le permitió convertirse en uno de los líderes más importantes de la historia.

Durante su juventud, Alejandro recibió también una educación militar y física rigurosa, así como una formación académica y cultural completa que incluía la filosofía, la política, la literatura y la historia. Además, tuvo la oportunidad de viajar y conocer diferentes culturas, lo que le permitió ampliar su visión del mundo y desarrollar una mente abierta y curiosa.

En resumen, aunque la idea de mandar prostitutas a educar a un joven puede parecer hoy en día extraña y quizá inapropiada, es importante tener en cuenta que la educación de Alejandro fue mucho más completa y rica que esto, y que su formación le permitió convertirse en uno de los líderes más importantes de la historia.

 

Clito y Olimpiade

–¿Qué necesitas de mí, reina Olimpiade? –preguntó Clito con interés.

–Quiero que te encargues de algo muy importante para mi hijo Alejandro –respondió la reina, mirando fijamente a Clito.

–Lo que sea, reina. Cuenta conmigo –dijo Clito, dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario.

–La cuestión es delicada, Clito. Quiero que le enseñes a Alejandro lo que debe saber sobre las mujeres y el sexo. Me preocupa que se convierta en un hombre afeminado y eso sería una deshonra para nuestra familia –explicó Olimpiade con preocupación.

–Entiendo, reina. Pero ¿cómo puedo hacer eso? –preguntó Clito con cierta incomodidad.

–Te encargarás de conseguir prostitutas para que le enseñen todo lo que necesita saber. Pero tienes que prometerme que lo protegerás con tu vida –dijó la reina con firmeza.

–Lo prometo, reina. Pero... ¿y si Alejandro no quiere hacerlo? –preguntó Clito con preocupación.

–Oblígalo si es necesario. Es por su propio bien y el de nuestra familia –respondió la reina con determinación.

Clito asiente, sabiendo que no puede negarse a la petición de la reina. Pero luego, su curiosidad lo lleva a preguntar:

–Reina, he oído rumores de que usted está involucrada en algún tipo de culto mágico o profético. ¿Es cierto?

La reina sonrió enigmáticamente y respondió:

–Es cierto que tengo interés por el ocultismo y las profecías. Pero eso es un asunto privado y no tiene nada que ver con lo que te he pedido.

–Lo entiendo, reina. Pero me gustaría saber más sobre eso –dijo Clito con curiosidad.

La reina lo mira con desconfianza por un momento, pero luego asiente.

–Está bien, te contaré lo que quieras saber. Pero primero dime, ¿qué sabes sobre la relación de mi hijo Alejandro y su amigo Hefestión? –preguntó la reina, cambiando de tema.

–Lo que yo sé es que son muy buenos amigos, reina. Pero no creo que sean amantes, como se rumorea por ahí –respondió Clito con seguridad.

La reina asintió, satisfecha con la respuesta. Luego, retomó el tema anterior:

–Respecto a las prostitutas, Clito. Quiero que las consigas de tres en tres, y que sean las más bellas del reino. ¿Puedo confiar en ti?

–Claro que sí, reina. Haré todo lo que esté en mi poder para cumplir con su petición –respondió Clito con determinación.

La conversación termina y Clito sale de la habitación, con la responsabilidad de cumplir con la petición de la reina y la curiosidad de explorar más sobre sus intereses en el ocultismo y las profecías.

Los amigos de Alejandro también participaron de las bondades de las prostitutas que Clito le consiguió a Alejandro.

 

Ptolomeo y Calístenes

Ambos amigos charlas amigablemente tras haber fornicado con un par de prostitutas conseguidas por Clito:

–Calístenes, me llama la atención lo que dices de Moira. ¿Cómo es que sabe tanto sobre el fuego que no se apaga? –preguntó Ptolomeo.

–Moira es una bruja, tiene poderes mágicos. Nadie más que yo puede tocarla o la persona que lo haga moriría envejecido. Es una especie de maldición. –Respondió Calístenes

–¿Y de dónde crees que proviene su don? –preguntó Ptolomeo muy interesado.

–No lo sé con certeza, pero se dice que la diosa Hécate le otorgó ese poder. De todas formas, ella es muy reservada con respecto a su magia y no comparte mucho al respecto. –contestó Calístenes.

–Entiendo. Pero, ¿cómo puedes estar seguro de que su poder es real? –preguntó Ptolomeo.

–He visto sus habilidades en acción. Me ha ayudado en mis estudios sobre el fuego que no se apaga. Y estamos trabajando juntos para crear las sarisas más letales del reino. –respondió Calístenes emocionado.

–¿Y cómo planeas hacer eso? –preguntó Ptolomeo curioso.

–Con la ayuda de Moira y los escritos de mi tío Aristóteles. Pero estoy preocupado por la forma en que probaremos las sarisas. No quiero hacerle daño a nadie. –dijo Calístenes más sensible de lo habitual…

–Entiendo tu preocupación, pero ¿no hay otra forma de probarlas? –preguntó Ptolomeo.

–Es algo en lo que estoy trabajando. Pero, por ahora, creo que deberíamos centrarnos en hacer que las sarisas sean perfectas antes de probarlas. Y seguir explorando los misterios de la magia de Moira. –Respondió Calístenes influido directamente por el espíritu del bondadoso Meir, que no quería que hiciera daño a ningún inocente.

Para Calístenes, simplemente había sido una idea que había desechado, sin darle mayor importancia. Para Meir era un logro, ya que Yahvé no vería bien el daño a inocentes, a pesar de ser paganos.


Probando armamento

En el taller de Calístenes, rodeados de extraños objetos y herramientas, se encontraban Filotas, Clito, Ptolomeo, Moira y el propio Calístenes.

El taller de Calístenes se encontraba en una de las partes más alejadas del palacio, en una torre que se eleva por encima del resto de edificios. Una escalera de caracol de piedra, desgastada por el tiempo, lleva hasta la puerta de madera tallada que da acceso al taller. El el siempre habia mínimo un carpintero y un herrero trabajando a destajo.

Al entrar, uno se encontraba inmerso en un ambiente mágico y misterioso. Los estantes de piedra albergaban frascos con líquidos de colores brillantes, mientras que el suelo de madera estaba cubierto de herramientas y utensilios de alquimia. Había un horno de leña y un alambique, cuyas retorcidas tuberías se entrelazaban hasta el techo, ocupando la esquina del taller.

En el centro, había una gran mesa de madera, desordenada y llena de papeles y notas, servía como lugar de trabajo de Calístenes. Junto a ella, una silla de cuero desgastada y un banco de trabajo lleno de herramientas de herrería.

En una esquina del taller, una pequeña biblioteca con tomos de historia, ciencia y magia, se encontraba protegida por un armario con cerradura. La luz del sol entraba por las ventanas altas y estrechas, creando sombras y reflejos que dando una sensación de irrealidad.

Era un lugar donde la magia y la ciencia se unían, donde los sueños de Calístenes cobraban vida y donde la imaginación del joven macedonio era el límite.

Con la ayuda de Moira, la esclava con habilidades mágicas, Calístenes había perfeccionado su técnica en la fabricación de sarisas, las temidas lanzas griegas. Con sus nuevas runas mágicas, las sarisas eran más fuertes, ligeras y mortales que nunca.

Moira era una mujer misteriosa que siempre vestía túnicas claras y holgadas. A pesar de que su piel está cubierta de vendajes, se intuía bajo ellos que era una mujer de gran belleza y enigmática presencia. Sus ojos son apenas visibles bajo las vendas, pero emanaban una fuerza y una sabiduría que dejan a todos impresionados. Además, llevaba siempre consigo un gran talismán de Hécate, la diosa griega de la magia y los encantamientos, que añadía aún más empaque a su aire misterioso. Su presencia en el taller de Calístenes era siempre de gran ayuda, especialmente en los experimentos más delicados y peligrosos.

Moira también era amante de Calístenes y le ayudaba en sus investigaciones sobre el fuego que no se apaga. Su conocimiento de la magia y las runas es inmenso para el inventor, y juntos trabajaban en perfeccionar la fabricación de las sarisas. A pesar de su aura enigmática, Moira era respetada y valorada por todos en el taller, quienes reconocían su gran sabiduría y habilidades.

Una noche a la luz de la luna, los amigos salieron del taller y se dirigieron a un campo alejado.

El campo se extendía ante ellos, una gran llanura de hierba húmeda y fresca, salpicada de pequeños charcos de agua iluminados por el brillo plateado de la luna llena en el cielo. El suave murmullo de la brisa nocturna agita las hojas de los árboles cercanos, y el aire está cargado con el aroma de la hierba recién cortada y de la tierra mojada. Las sombras se alargaban y se desplazan en todas direcciones, creando un juego de luces y sombras fascinante. La atmósfera era mágica y misteriosa, como si estuvieran en un mundo aparte, donde el tiempo y las preocupaciones mundanas no existieran. Todo estaba en calma, excepto por el sonido del viento y los murmullos de la pequeña multitud que observa con atención los experimentos de Calístenes con las nuevas sarisas hechizadas.

Allí Calístenes sacó varias de las nuevas sarisas para que sus amigos las probaran. Una era especialmente ligera y fuerte, lo que llamó la atención de Ptolomeo, quien decidió probarla contra un árbol. Con facilidad, la lanza de Ptolomeo traspasó el tronco del árbol.

Emocionado por la efectividad de las sarisas, Clito sugirió ponerlas a prueba de una forma más desafiante. Trajo un esclavo condenado y lo liberó, entregándole una de las lanzas hechizadas de Calístenes y otra a Ptolomeo.

–Si le tocas eres libre –le dijo Clito al esclavo.

Ptolomeo, tomando el desafío en serio, lucharía contra el esclavo, ambos armados con las nuevas sarisas. Ptolomeo sabía que su primera escuadra de soldados a su mando iría armada con esas mismas armas. Mirando fijamente a los ojos del esclavo, le dijo:

–A primera sangre, si me hieres eres libre.

Los caballos son imponentes criaturas, fuertes y musculosos, con el pelaje brillante bajo la luz de la luna. Uno de ellos es de color blanco, con la crin y la cola larga y dorada. El otro es de color negro como el ébano, con una marca blanca en su frente. Ambos parecen estar listos para la lucha, sus patas nerviosas y sus cabezas altas, mientras sus jinetes se preparan para el choque.

Ptolomeo y el esclavo se aproximan el uno al otro, sus lanzas brillando en la oscuridad. Se ven concentrados, con la vista fija en el objetivo, esperando el momento perfecto para atacar. Los caballos corren a toda velocidad hacia el centro del campo, levantando nubes de tierra y hierba a su paso.

Finalmente, llega el momento de la colisión, y ambos se lanzan con fuerza y velocidad. La lanza del esclavo es la primera en impactar, pero Ptolomeo logra esquivarla con un rápido movimiento. En la segunda pasada, Ptolomeo lanza su lanza con precisión, atravesando el corazón del esclavo y matando también al caballo en el que estaba montado. La escena es brutal y sangrienta, dejando al esclavo muerto y empalado con su caballo en el suelo. Ptolomeo exaltado y salpicado de sangre eleva la lanza con facilidad y parte a ambos por la mitad, llenando de vísceras y despojos el suelo de hierba húmeda.

Calístenes permanece en silencio durante unos instantes, sin saber exactamente cómo reaccionar ante la escena sangrienta que acaban de presenciar. Clito, sin embargo, parece disfrutar del espectáculo, como si la violencia y la muerte fueran un espectáculo para él. Filotas, por su parte, no puede evitar sentir cierta incomodidad al ver al caballo caído en el suelo, víctima de la lucha y del mortal lanzazo que acabó con su vida. Aunque no le impresiona la sangre, pero no puede evitar sentir una cierta lástima por el animal, que ha pagado con su vida por una pelea sin sentido.

Por su parte, Calístenes observa la escena con una mezcla de curiosidad y preocupación. Aunque se siente fascinado por las posibilidades que ofrece la lanza mejorada que ha creado, también es consciente del peligro que conlleva el uso de armas mortales como esa. En silencio, se pregunta si ha hecho lo correcto al crear algo tan peligroso y letal, y si ha contribuido de alguna manera a la violencia y la muerte que ha presenciado en el campo de batalla.

Finalmente, Clito mira a los ojos al esclavo agonizante y dice susurrando:

–Buen arma Calístenes… lo que más me gusta es ese momento en el que se escapa su último aliento de vida. Y rompe el silencio con una risa estruendosa, como si nada hubiera pasado.

Calístenes se acerca al esclavo agonizante y siente un profundo dolor en su corazón al ver la crueldad de su muerte. De repente, se da cuenta de que este experimento ha ido demasiado lejos y que no puede seguir jugando con la vida de los demás. Siente una enorme culpa y se promete a sí mismo que nunca volverá a realizar algo así. Quizás el causante de este sentimiento en Calístenes es Meir dolido desde lo más profundo de su conciencia.

Por otro lado, Ptolomeo, lleno de sangre y adrenalina, baja del caballo.

–¡Victoria! –grita Ptolomeo a sus amigos mientras sostiene la lanza ensangrentada en alto. Su rostro está iluminado por la emoción de la lucha, pero también muestra un poco de remordimiento por el destino del esclavo.

Filotas desenfunda su cuchillo y pregunta a sus compañeros:

–¿Puedo llevarme sus cabezas?… y ante el silencio de todos decapita hábilmente al caballo y al esclavo, llevándose sus cabezas aun calientes y dejando un reguero de sangre sobre la hierba.

–Es para darle de comer a mis mascotas –dice Filotas con gran sangre fría llevándose las cabezas de los pelos una en cada mano hacia el bosque, donde se pierde en la oscuridad.

 

Falange Macedonia
Falange Macedonia

340 a. C

Filipo está en plena campaña militar, con un objetivo claro: conquistar Grecia. Para ello, ha ideado una estrategia de guerra basada en su poderosa falange macedonia, una máquina de guerra casi imparable compuesta por soldados altamente entrenados y armados con las temibles sarisas, unas lanzas de cuatro a cinco metros de largo que les permiten crear una formación cerrada y avanzar como un solo cuerpo.

A diferencia de las falanges griegas tradicionales, los soldados de infantería de la falange macedonia llevan una armadura corporal más ligera, lo que les permite moverse con mayor rapidez y agilidad. Además, las sarisas están diseñadas para ser manejadas con facilidad por los soldados, que pueden levantar el extremo de la lanza gracias a un contrapeso incorporado.

En el campo de batalla, enfrentarse a una falange macedonia significa enfrentarse a un erizo gigante de púas de metal en movimiento, que avanza sin miedo contra cualquier resistencia. Los soldados macedonios están altamente entrenados y organizados para mantener su posición, lo que los convierte en prácticamente invencibles en el campo de batalla. Cualquier enemigo que se atreva a desafiar a la falange macedonia tendrá que enfrentarse a un ejército armado con miles de lanzas y una determinación férrea.

 

Alejandro Magno, Príncipe Macedonio

La rabia de Alejandro

El santuario de las ninfas era una isla paradisiaca, un remanso de paz y tranquilidad, alejado del bullicio y la agitación de la ciudad. En este lugar sagrado, el sonido de los riachuelos que serpentean por el bosque se mezcla con el susurro de las hojas y el canto de los pájaros nocturnos. Los senderos serpentean por el bosque, creando un laberinto de caminos que invitan a la exploración.

La luz de la luna brillaba sobre los árboles, creando un ambiente mágico y misterioso que envuelve todo el lugar. A medida que avanzaban por los senderos, puedes ver pequeñas fuentes de agua cristalina, rodeadas de piedras y plantas que se iluminan bajo la luz plateada de la luna. En la oscuridad de la noche, este lugar sagrado adquiría una belleza aún más mística y fascinante, como si las ninfas del bosque estuvieran observando y protegiendo cada paso que daban los compañeros de Alejandro.

Pero aquella noche no era la mejor para la contemplación de la naturaleza...

Cuando Alejandro llegó a los dieciséis años, su padre Filipo ya controlaba la mayor parte de Grecia, y las noticias de sus victorias llegaban constantemente. Sin embargo, a diferencia de muchos jóvenes de su edad, Alejandro no mostraba ningún signo de orgullo por las hazañas de su padre. En lugar de eso, comentaba a sus amigos con lágrimas en los ojos:

–Mi padre se está adelantando en todo, y no queda nada espectacular que yo pueda enseñarle al mundo. No deseo heredar un reino que solo me ofrezca riqueza, lujos y placeres de los sentidos. Quiero una vida llena de guerras y luchas, de ambición sin límites.

–Los persas no van a desaparecer –dijo Calístenes, tratando de animar a Alejandro –, aún queda mucho por explorar y conquistar.

–¿El segundo plato? –respondió Alejandro desanimado.

–Serás una leyenda, ya lo verás Alejandro –añadió Filotas, tratando de levantar el ánimo de su amigo.

–Y si pudieras detener las conquistas de tu padre, ¿lo harías? –preguntó Clito, poniendo en un aprieto al príncipe de Macedonia.

–No –respondió Alejandro con rapidez –, mi ambición no puede dar paso a la más infame traición a Macedonia.

En ese momento, Calístenes desplegó un mapa del mundo conocido que siempre llevaba consigo.

–¿Cuánto crees que podrá conquistar tu padre en 10 años? –preguntó Calístenes a Alejandro.

–Puede que todo el Imperio Persa –respondió intrigado Alejandro.

–Antes de eso, tu padre debe vencer a todas las polis griegas, Atenas, Esparta, Tebas... y una vez unificada Grecia, entonces irá a por los persas. Eso no se hace en dos días –explicó sabiamente Calístenes.

Con sus estrategias, Calístenes demostró a Alejandro que tenía tiempo para demostrar su valía en el campo de batalla, primero junto a su padre y luego él solo, junto a sus compañeros.

–Y después de Persia –continuó Calístenes–, Egipto, Cartago, todos los reinos desconocidos del este. Más allá de aquellas montañas nevadas...

–Tendrás tu momento– dijo Calístenes mirando a los ojos de su amigo.

Ptolomeo habló del oro persa, pero señaló que todo se solucionaba con oro y riquezas.

–Alejandro, hay algo que no tiene tu padre –dijo Ptolomeo–, no nos tiene a nosotros a su lado. Seremos los mejores generales al lado del mejor rey. Persia caerá ante nuestros ejércitos comandados por nosotros y liderados por ti, Alejandro. Los dioses serán testigos.

Finalmente, Calístenes habló de sus armas nuevas y le mostró sus avances, lo que logró animar a Alejandro.

Aquella noche, Alejandro se dio cuenta de que, con compañeros como esos, no podía hacer menos que conquistar el mundo.

 

Preparando la guerra

339 a. C.

Alejandro pasaba largas horas en la capital de Aigai estudiando con detenimiento los informes de batalla de su padre, el rey Filipo. Con cada relato de victoria, el joven príncipe de Macedonia sentía una mezcla de admiración y frustración. Admiraba el valor y la astucia de su padre en el campo de batalla, pero al mismo tiempo ansiaba tener su propia oportunidad de brillar en la guerra.

A medida que pasaban los días, la impaciencia de Alejandro crecía y su sed de gloria se hacía cada vez más fuerte. Sus amigos y confidentes, Calístenes, Filotas, Clito y Ptolomeo, notaban su creciente deseo de entrar en combate y le brindaban su apoyo y consejo.

–Alejandro, tienes un gran potencial –le decía Calístenes–. Tu padre te ha enseñado todo lo que sabe y has aprendido de los mejores maestros. El momento de demostrar tus habilidades llegará pronto.

–Sé que estás ansioso por tener tu propia oportunidad de luchar en el campo de batalla –añadía Ptolomeo–, pero recuerda que cada victoria requiere de un gran sacrificio y preparación.

–No te preocupes, Alejandro –decía Clito–, tu tiempo llegará. Cuando estés listo, serás un líder valiente y mejor que tu padre.

–Y nunca olvides que tienes a los mejores guerreros a tu lado –añadía Filotas–. Juntos conquistaremos el mundo y haremos historia.

Alejandro escuchaba atentamente a sus amigos y asentía, sintiendo la determinación crecer dentro de él. Sabía que su tiempo estaba por llegar y estaba dispuesto a demostrar su valía en el campo de batalla. No iba a dejar pasar ninguna oportunidad para luchar por su pueblo y su patria.

Un día, mientras estudiaba los informes de batalla de su padre, Alejandro sintió un fuego ardiente en su corazón y supo que su momento estaba cerca. La batalla llamaba a su puerta y estaba dispuesto a liberar sus propias conquistas. El joven príncipe de Macedonia estaba listo para convertirse en un verdadero líder y dejar su huella en la historia.

 

Jugando a la guerra

La biblioteca privada de Alejandro y Calístenes era un espacio reservado para sus estudios y pasatiempos. Las estanterías de madera maciza albergan cientos de libros antiguos sobre estrategia militar, historia y geografía, así como obras de filosofía y poesía. El ambiente era cálido y acogedor, gracias a la chimenea que encienden en los días más fríos.

En el centro de la habitación, dos grandes mesas de madera maciza habían sido unidas para formar una sola. Sobre ella, un mapa del mundo conocido se extiende, con las fronteras de los reinos y las ciudades principales señaladas con marcadores de colores. En la superficie de la mesa, pequeñas figuras de soldados de madera han sido dispuestas en filas y columnas, formando ejércitos y flotas.

Alejandro y Calístenes se sientan uno frente al otro, cada uno con su ejército de madera y sus propias tácticas en mente. A su alrededor, láminas y papiros con dibujos de batallas y estrategias de guerra se extienden en desorden.

El ambiente en la biblioteca es de concentración y silencio, interrumpido ocasionalmente por el sonido de una pieza de madera moviéndose en la mesa o por alguna exclamación de victoria o derrota. La luz entra por las ventanas, suavizada por las cortinas de terciopelo rojo que las cubren.

En la biblioteca el tiempo parecía detenerse mientras recrean las batallas más épicas de la historia, experimentando con nuevas tácticas y estrategias, y soñando con conquistas propias que algún día podrán llevar a cabo.

Calístenes era reconocido por su habilidad innata en la táctica militar. Su mente estratégica siempre estaba en marcha y era capaz de anticipar los movimientos del enemigo con gran precisión. Su destreza en el campo de batalla era algo que no pasaba desapercibido para Alejandro, quien compartía su pasión por la estrategia militar.

Juntos pasaban horas en la biblioteca, rodeados de libros y mapas, recreando batallas históricas y analizando las tácticas empleadas en cada una de ellas. Pero no se limitaban a eso, también se les podía ver juntando mesas para reproducir batallas con soldados de madera, simulando situaciones y planteando estrategias para superar a su adversario.

Para ellos era un juego, pero en realidad estaban ejercitando sus habilidades bélicas sobre los mapas de todo el mundo conocido. Cada vez que se enfrentaban en una batalla, Calístenes ponía en práctica toda su astucia y Alejandro desplegaba su coraje y determinación para salir victorioso.

En una ocasión, mientras reproducían una batalla griega del pasado, Alejandro logró vencer a Calístenes, a pesar de la gran habilidad que éste poseía en la estrategia militar. Sin embargo, Ptolomeo, quien no era tan diestro en el arte de la estrategia, decidió probar suerte en otra campaña, pero fue rápidamente barrido por la astucia de Alejandro, quien le dio una paliza jugando sobre el mapa.

La biblioteca se había convertido en su lugar de recreación, su santuario privado donde podían dar rienda suelta a su creatividad y habilidades bélicas, sin preocuparse por el juicio de los demás. Para ellos, era más que un juego, era un entrenamiento constante que les permitiría ser imbatibles en el campo de batalla y conquistar el mundo conocido.

 

Clito y la reina

Clito, deseoso de adentrarse en el mundo de los conocimientos ocultos, se acercó a la reina Olimpiade en busca de su ayuda. Esta, como había prometido, le puso en contacto con los cultos mágicos y le abrió las puertas a un mundo desconocido para él.

Clito comenzó a asistir a rituales y ceremonias secretas en los que se enseñaban conocimientos ocultos y se practicaban artes mágicas. Quedó fascinado por todo lo que aprendía y, poco a poco, fue adquiriendo habilidades y destrezas que antes creía imposibles.

La reina Olimpiade se mostraba cada vez más interesada en las habilidades que Clito estaba desarrollando y le ofreció su protección y apoyo para seguir explorando ese mundo de lo desconocido.

Clito se sentía atraído por la magia y la misteriosa sabiduría de estos cultos, pero también era consciente de los peligros que esto conllevaba. A pesar de ello, no podía resistirse a la tentación de seguir profundizando en el mundo oculto.

Con la ayuda de Olimpiade, Clito continuó explorando los conocimientos mágicos y desarrollando sus habilidades. Su curiosidad y su pasión por el mundo de lo oculto le llevaron por caminos peligrosos y oscuros, pero también le permitieron descubrir un universo de posibilidades que nunca antes había imaginado.

 

Guerrero del Batallón Sagrado de Tebas
La ambición de Filipo

La ambición de Filipo de Macedonia era clara: controlar Grecia. Pero para lograrlo, debía enfrentarse a dos poderosos enemigos: Atenas y Tebas. Entre estos últimos, destacaba un grupo de soldados conocido como el Batallón Sagrado de Tebas, que tenía una reputación de ferocidad en el campo de batalla. Formado por 150 parejas de amantes masculinos, estos guerreros comían juntos, dormían juntos y combatían juntos, sin retroceder nunca, incluso si eso significaba luchar hasta la muerte.

Para hacer frente a este desafío, tanto los tebanos como los atenienses contaban con armas, soldados y oro persa, considerado el recurso más poderoso del mundo en aquellos tiempos. El rey persa sabía que si Filipo completaba su conquista de Grecia, pondría a Persia en su punto de mira.

La motivación de Filipo era la venganza por los años en los que Persia había interferido en los asuntos políticos de Macedonia y Grecia. A los persas les gustaría ver la ambición de Filipo destruida por Tebas y Atenas. La batalla decisiva tuvo lugar en Queronea, en el centro de Grecia. La derrota de Filipo significaría el final de sus conquistas, mientras que su victoria le permitiría seguir avanzando hacia Persia con su ejército cada vez más poderoso.

 

La serpiente y Clito

Neb-Nesut, el cainita del clan Setita, que estaba dentro del cuerpo de Ptolomeo, permanecía siempre observando y esperando lo que sucedía con el joven oficial, mientras el vampiro cuyo cuerpo yacía en una tumba secreta en algún lugar de Jerusalén. Aunque los vampiros que acompañaban a Alejandro no solían tomar el control de sus anfitriones humanos, Neb-Nesut decidió hacerlo en esta ocasión, hablando a través de Ptolomeo sin que este se diera cuenta.

Controlando a Ptolomeo, Neb-Nesut le preguntó a Clito sobre el episodio en el que Filipo perdió un ojo después de ver a su esposa yaciendo con una serpiente, tal y como profetizó el Oráculo de Delfos.

Clito le explicó que ese fue el castigo divino que sufrió Filipo por inmiscuirse en los asuntos de la reina, pero Ptolomeo siguió preguntando sobre los cultos y los conocimientos ocultos.

Clito se sorprendió por estas preguntas inusuales, preguntándole a Ptolomeo si alguien lo estaba manipulando para que se interesara por esos temas. Sin embargo, Ptolomeo insistió en que quería explorar ese mundo y sugirió que podrían aprovechar esos cultos para sus propios intereses.

Aunque Clito pensó que había algo extraño en la forma en que Ptolomeo se comportaba, al final lo interpretó como un cambio de interés en su amigo y accedió a acompañarlo si la reina los invitaba a participar en esos cultos.

–¿Por qué preguntas eso? –preguntó Clito, frunciendo el ceño.

–No se me va de la cabeza –respondió Ptolomeo con una mirada pensativa– ¿No crees que deberíamos investigar ese culto al que pertenece Olimpiade?

La sugerencia tomó por sorpresa a Clito, quien no esperaba que su amigo mostrara interés en asuntos ocultistas.

–¿A qué te refieres, Ptolomeo? –preguntó Clito, tratando de entender sus intenciones.

–Sé que la reina es miembro de un culto secreto, y algo me impulsa a investigarlo más a fondo –respondió Ptolomeo, con una determinación poco común en él.

–¿Algo te impulsa? –repitió Clito, levantando una ceja– ¿Te refieres a que alguien o algo está manipulándote?

–No, no es eso –aseguró Ptolomeo, sacudiendo la cabeza– Simplemente tengo la sensación de que hay algo importante allí. Y si podemos descubrirlo, podríamos aprovecharlo para nuestros propios intereses.

Clito se quedó perplejo ante la idea, pero trató de mantener la calma.

–Supongo que algún día la reina podría permitirnos entrar en su círculo íntimo, pero no creo que sea el momento adecuado. Podríamos ofenderla y eso no sería bueno para nadie –explicó Clito, tratando de persuadir a su amigo.

–Lo entiendo –asintió Ptolomeo, aunque su mirada seguía fija en el horizonte– Pero si alguna vez la reina nos invita a unirse a ellos, me gustaría estar allí contigo.

Clito asintió, pero en su mente algo no cuadraba. ¿Por qué Ptolomeo, quien siempre había mostrado poco interés en la política y los cultos secretos, estaba tan ansioso por unirse a la reina? ¿Había algo más detrás de sus intenciones?

Clito pensó que podía estar pasando y llegó a la rápida y errónea conclusión de que su amigo por fin se interesaba por cosas que le gustaban a ambos.

–Por fin te interesas por temas de interés Ptolomeo –dijo Clito dando palmadas en la espalda de Ptolomeo que regresó tomando el control y recordando lo sucedido como en una bruma escuchando claramente a Clito decir:

–¿Nos vamos de putas?

 

Reunión pre-bélica

Queronea, Agosto  del 338 a. C.

50 km al norte de Tebas, Boecia

Efectivos: Atenienses y tebanos 50.000 Macedonios 32.000 

La gran batalla de Queronea se avecina y las tropas de Atenas y Tebas, con una superioridad numérica evidente, se preparan para enfrentarse al ejército de Filipo de Macedonia. Sin embargo, su fuerza estaba principalmente conformada por hoplitas, infantería pesada, lo que los hacía menos flexibles en el campo de batalla.

Filipo, por su parte, había creado un ejército muy diverso, en el que la falange de infantería pesada era solo una de sus fuerzas. Contaba con 2000 jinetes, tropas de proyectiles e hipaspistas, infantería de elite que luchaba con mayor flexibilidad que las falanges.

El joven Alejandro, de 18 años, estaba listo para su primera gran batalla y su padre Filipo lo nombró comandante de la caballería, una fuerza de 1500 jinetes que siempre jugaba un papel estratégico clave en las batallas.

Clito y Ptolomeo, experimentados generales, acompañarían a Alejandro en el campo de batalla. Calístenes, un sabio consejero, ofrecería su apoyo estratégico a Clito y Filotas, valiente guerrero, lucharía en primera fila de la infantería pesada con una de las sarisas hechizadas de Calístenes. La batalla se presentaba difícil y peligrosa, pero con un equipo de líderes experimentados y un ejército diverso, Filipo y Alejandro estaban dispuestos a luchar por el control de Grecia.

El campamento macedonio previo a la batalla es un espectáculo impresionante de organización y disciplina. Ubicado en un lugar estratégico y seguro, está rodeado por una empalizada de madera para proteger a los soldados de posibles ataques enemigos.

En el centro del campamento se encuentra la tienda del rey, con su estandarte en la cima, donde se toman las decisiones importantes. Las tiendas de los altos oficiales también se encuentran cerca de la tienda del rey, formando una especie de cuadrado que alberga a los líderes militares.

Las tiendas de los soldados están organizadas en una serie de filas ordenadas, y cada unidad tiene su propia sección. Los caballos se mantienen en un área cercada y separada del resto del campamento, junto con los suministros y los carros de transporte.

La logística es un elemento clave en el campamento macedonio, por lo que hay un sistema eficiente de suministros que asegura que los soldados tengan suficiente comida, agua y otros suministros necesarios. Hefestión, amigo de Alejandro, ayuda con estos menesteres, se le da especialmente bien la logística de la guerra. Los talleres también se instalan en el campamento para reparar armas y armaduras, así como para fabricar nuevas.

El ambiente en el campamento es tenso pero ordenado, con los soldados haciendo los últimos ajustes a sus armas y armaduras, y los oficiales revisando las tácticas de batalla. La tensión es palpable mientras esperan el inicio de la batalla, pero la disciplina y el entrenamiento de los soldados dan lugar a una atmósfera de confianza en la victoria.

La noche anterior a la batalla, Alejandro y sus amigos se reúnen para hablar de la importancia del día siguiente. Saben que esta batalla decidirá el futuro de Macedonia y de toda Grecia. Si ganan, tendrán el liderazgo y la supremacía sobre las demás ciudades-estado griegas. Pero si pierden, todo se habrá acabado, y tendrán que volver a casa con la cabeza baja y el sentimiento de haber fracasado. La tensión en el ambiente es palpable, pero también hay un aire de determinación y coraje en el grupo de amigos que los hace sentir capaces de enfrentar cualquier obstáculo.

La tienda de guerra del príncipe Alejandro es una estructura imponente que se alza en medio del campamento macedonio. La tienda está confeccionada con materiales resistentes y decorada con los emblemas y estandartes del reino. En el centro, hay una gran mesa de madera donde se extienden los mapas y planes de batalla.

En la tienda, Alejandro se encuentra sentado junto a sus amigos más cercanos, Clito, Ptolomeo, Calístenes y Filotas, repasando los planes de guerra que su padre Filipo les había enseñado. Las paredes de la tienda están cubiertas con pergaminos y mapas antiguos que sirven de inspiración a Alejandro y su equipo para desarrollar nuevas estrategias.

Sobre la mesa, hay numerosos objetos bélicos, como espadas, escudos y modelos de catapultas y torres de asedio, que se utilizan para simular tácticas y estrategias. Los amigos de Alejandro están en plena discusión, analizando cada detalle de los mapas y debatiendo las posibles acciones del enemigo.

La atmósfera en la tienda es tensa, pero a la vez emocionante, ya que saben que pronto tendrán que poner en práctica todo lo que han planificado. Mientras repasan la estrategia, Alejandro toma notas en un pergamino, mientras sus amigos intercambian ideas y sugerencias. La tienda de guerra es el lugar donde se forjan las victorias, y Alejandro y sus amigos están decididos a asegurarse de que su estrategia sea impecable.

Calístenes se siente abrumado por la presión y no tiene claro que estrategia tomara el enemigo mañana.

–Si yo fuera Filipo –elucubra Ptolomeo ante sus compañeros– iría al centro con toda la potencia de los erizos.

–Yo llevaré la caballería –dice Alejandro– 2000 hombres.

–Yo puedo llevar la mitad y tú la otra mitad –sugiere Ptolomeo al príncipe.

–Llevarás 500 y yo 1500 y estarás bajo mi mando, Ptolomeo –ordena Alejandro.

–Puedo hacer lo mismo con 500 hombres que tú con 1500 –bromea Ptolomeo con mucha decisión.

–Yo me puedo encargar de los suministros tras la línea de batalla… –dice Clito intentando escaquearse de la batalla– o me puedo encargar de algún batallón de arqueros, algo sin importancia, en segunda línea de batalla…

Todos le miran y Desdémona, la valiente vampiresa Brujah que dormita dentro del cuerpo de Clito toma el control. 

–Yo estaré en primera línea de batalla, junto al rey Filipo –dice Clito muy seguro de sí mismo– llevaré la mitad de la infantería pesada, 12000 hombres junto a los otros 12000 que llevará el propio Filipo.

Todos sonríen al ver el cambio de Clito ante la inminente batalla y asienten sorprendidos.

–Hoy cambiaremos el mundo –dijo Clito mientras sus amigos le vitorean y aplauden elevándole sobre sus hombros.

Ptolomeo levanta su copa de vino en honor a Clito y su repentina valentía.

–Así se habla, hermano –dice Ptolomeo con una sonrisa en el rostro.

–Y yo estaré a tu lado en la primera línea de batalla –dice Filotas, decidido a demostrar su valor en el campo de batalla.

–Bien, entonces estamos listos –dice Alejandro, mirando a sus amigos con determinación–. Mañana, demostraremos nuestra valía y aseguraremos el futuro de Macedonia.

Todos asienten y brindan por la victoria. Pero, en lo más profundo de sus corazones, saben que la batalla de Queronea será una de las más sangrientas y decisivas de sus vidas.

Clito sale de la tienda de Alejandro, su mente está llena de pensamientos acerca de su decisión de liderar la mitad de la infantería pesada.

Clito entra en la tienda del rey Filipo, que se encuentra en el centro del campamento macedonio, una estructura de gran tamaño y lujo, decorada con tapices y adornos dorados. En el interior, la atmósfera es tensa y expectante, mientras los generales se reúnen alrededor de una gran mesa de madera, marcando los mapas de la zona con lápices y discutiendo los planes para el día siguiente.

En una esquina de la tienda, el propio Filipo se encuentra sentado en un trono improvisado, sosteniendo un vaso de vino en su mano derecha mientras mira fijamente un mapa en la pared. A su lado, un grupo de soldados y sirvientes atienden a sus necesidades, moviéndose sigilosamente por la tienda, preparando la cena y asegurándose de que todo esté en orden.

En la otra esquina de la tienda, hay una pequeña zona de descanso, con un par de camas y un brasero encendido para mantener el calor. Allí se encuentran los consejeros más cercanos de Filipo, incluyendo a su hijo Alejandro, que está sentado en una silla de madera, afilando su espada y meditando sobre el día siguiente.

En la mesa central, los generales discuten estrategias y tácticas, mientras Filipo escucha con atención, su expresión seria y concentrada. A medida que la noche avanza, la tensión aumenta y los ánimos se elevan, mientras se acerca la hora de la batalla decisiva.

Clito acerca al monarca con seguridad y respeto a la vez, su porte de guerrero se hace patente. Filipo lo observa con atención mientras fuma una pipa de agua.

Mientras Clito se acerca al rey Filipo para hablar con él, los generales que rodean al monarca lo miran con desprecio. Ptolomeo y Calístenes intercambian una mirada de preocupación por su amigo, sabiendo que las decisiones de Clito pueden poner en peligro la estrategia general.

Los generales más veteranos, hombres que han luchado junto a Filipo en muchas batallas, no ocultan su disgusto al ver a Clito acercarse al rey. Sus ojos fríos y duros se clavan en Clito, como si quisieran perforar su piel.

Uno de ellos, un hombre mayor con cicatrices en el rostro, lanza una mirada feroz a Clito y murmura algo en voz baja a su compañero. Los demás generales asienten con la cabeza en señal de acuerdo y continúan discutiendo los detalles de la estrategia de batalla.

Clito siente el peso de las miradas de los generales, pero se mantiene firme en su decisión. Sabe que debe hablar con el rey y explicarle sus planes, aunque eso signifique enfrentarse a la desaprobación de los demás. Con determinación, avanza hacia Filipo y se prepara para hablar con él.

–Mi rey, tengo que hablar contigo sobre mi decisión de liderar la mitad de la infantería pesada– dijo Clito con firmeza.

Filipo lo miró con interés mientras soplaba una nube de humo.

–Adelante, Clito. ¿Qué es lo que tienes en mente?– preguntó el rey mientras exhalaba el humo.

–Mi intención es demostrarle a toda Grecia que los macedonios son los mejores guerreros del mundo. Si lidero la mitad de la infantería pesada, junto a ti en la batalla, podremos aplastar al enemigo y mostrarles a todos que nadie puede igualarnos– responde Clito con pasión inspirado por su alter ego Desdémona.

Filipo sonríe, le agrada la determinación de Clito y su deseo de demostrar la superioridad de los macedonios. Nada menos que Clito “El Negro” aquel tan impopular entre los demás oficiales.

–Entiendo tu punto de vista, Clito. Pero debes saber que esto es una batalla muy importante y peligrosa. Tu vida está en juego, al igual que la de todos nosotros. Si algo te sucede, no solo perderé a un gran guerrero, sino también a un buen amigo de mi hijo. ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?– pregunta Filipo con preocupación.

Clito mantiene la mirada fija en el rey y asiente con determinación.

–Estoy seguro, mi rey. He nacido para luchar y morir si es necesario. Y si llegara ese momento, moriría con honor y orgullo, sabiendo que he servido a mi rey y a mi país con toda mi alma– responde Clito con convicción.

Filipo sonríe de nuevo, asiente y le da una palmada en el hombro. Mientras las miradas de los generales a su lado, se sorprenden de las palabras en boca de Clito, aunque no creen ni una de ellas.

–Bien dicho, Clito. Eres un verdadero macedonio. Liderarás la mitad de la infantería pesada junto a mí en la batalla. ¡Vamos a mostrarles a todos de qué estamos hechos!– dice Filipo mientras le da una sonora risotada.

Clito sonríe también y asiente, su mente está lista para la batalla que se avecina. Un esclavo le sirve vino y brinda con el rey por la victoria.

Clito toma el vino y brinda con el rey mientras los generales observan en silencio, sin embargo, no pueden ocultar la desaprobación en sus miradas. Algunos fruncen el ceño y aprietan los labios, mientras que otros susurran entre ellos, intercambiando gestos y miradas de incredulidad.

El ambiente en la tienda se vuelve tenso y Clito siente el peso del desprecio de aquellos que lo rodean, pero él mantiene su postura y su sonrisa. Sabe que la confianza en sí mismo es clave en una batalla, y que la duda puede ser mortal.

Sin embargo, en lo profundo de su ser, Clito sabe que su confianza no es solo una fachada, sino que está respaldada por su experiencia y habilidades en el campo de batalla. Sabe que puede liderar a su mitad de la infantería pesada con éxito, y demostrar a los demás que su reputación no es infundada.

Con su copa vacía en la mano, Clito se despide del rey y sale de la tienda, listo para unirse a su ejército y liderarlos a la victoria.

Mientras tanto en la tienda de Alejandro:

–Filotas ¿y tú, que papel vas a jugar en esta batalla? –preguntó Ptolomeo al joven de 18 años.

–Yo me meteré en primera línea de la infantería pesada comandada por Clito –dijo Filotas asintiendo con seguridad.

Ptolomeo frunció el ceño ante la respuesta de Filotas.

–¿Estás seguro de eso? –preguntó Ptolomeo–. La infantería pesada es la parte más vulnerable de la línea de batalla.

–Sí, lo sé –respondió Filotas–. Pero Calístenes me dio una sarisa hechizada que puede cortar a través de cualquier armadura. Además, no voy a estar solo, estaré junto a mis hermanos de armas.

Calístenes interrumpió la conversación.

–Además, yo estaré detrás de la línea de batalla, asesorando a Clito y dando soporte mágico a nuestros soldados –dijo Calístenes.

Ptolomeo se rindió ante la determinación de Filotas y asintió en silencio.

Calístenes, con gesto solemne, comenzó a repartir los escudos de Aquiles entre sus hermanos de armas. Cada uno de ellos recibió uno de los escudos hechizados, que brillaban con un resplandor mágico en la penumbra de la tienda. La runa de Aquiles, cuidadosamente grabada en cada escudo, otorgaba a su portador una protección sin igual, haciéndolos prácticamente irrompibles.

Los soldados se miraban entre ellos, admirando el poder de los escudos que sostenían en sus manos. Calístenes, satisfecho con su trabajo, se unió al brindis que hacían sus compañeros por la victoria. Sabía que la batalla del día siguiente sería dura, pero estaba seguro de que sus hermanos de armas y él estaban preparados para enfrentar cualquier desafío.

Ptolomeo se impresiona al ver los escudos de Aquiles y pregunta:

–¿De dónde has sacado estos escudos mágicos, Calístenes?

–Los he creado yo mismo –responde Calístenes con orgullo–. Son el resultado de largos años de estudio y práctica en la magia. Protegerán vuestros cuerpos de cualquier daño que intenten infligirte los enemigos.

–Impresionante –dice Alejandro admirado–. No esperaba menos de ti, mi amigo.

–Gracias, Alejandro –responde Calístenes sonriendo.

Filotas recibe su escudo de Aquiles y lo sostiene con fuerza en su mano. Siente una extraña sensación de protección y valentía. Ptolomeo y Clito también reciben sus escudos, mientras que Alejandro recibe una espada macedonia hechizada por Calístenes.

–Con esto, mi querido amigo, tendrás la fuerza necesaria para cortar cualquier obstáculo que se te presente en el camino hacia la victoria –dice Calístenes entregando la espada a Alejandro.

–Gracias, Calístenes –responde Alejandro emocionado–. No puedo esperar para ponerlo a prueba en la batalla.

Los amigos brindan con vino y se preparan mentalmente para el día siguiente, sabiendo que la batalla de Queronea será una de las más importantes de sus vidas.

Los escudos de Aquiles distribuidos por Calístenes tienen un diseño único y mágico. El escudo es redondo y de un tamaño considerable, lo suficientemente grande para proteger a su portador de la mayoría de los ataques. En la superficie del escudo, se puede ver la figura de Aquiles luchando contra el ejército troyano. La figura de Aquiles es vívida y detallada, lo que muestra su fuerza y habilidad en la batalla.

Pero lo que realmente hace que estos escudos sean especiales es la runa mágica de Aquiles que está grabada en su superficie. La runa es un símbolo complejo y antiguo que brilla en una luz dorada cuando la luz del sol cae sobre ella. La runa actúa como un hechizo protector que aumenta la resistencia y la durabilidad del escudo. De hecho, su dureza es tan increíble que es casi imposible de romper. Los compañeros de Calístenes pueden sentir la energía mágica fluyendo a través del escudo cuando lo sostienen en sus manos, lo que les da una sensación de seguridad y confianza en el campo de batalla.

 

La Batalla de Queronea

La batalla de Queronea estaba programada para el amanecer, momento en que las tropas estarían descansadas y alerta para el choque. Los generales de ambos lados se preparaban para dar las últimas órdenes y motivar a sus hombres para la lucha. En el campamento macedonio, Filipo se encontraba reunido con sus consejeros, mientras que en el bando de la alianza ateniense-tebana, los generales debatían la estrategia final para enfrentar a los macedonios. La tensión en el aire era palpable, y los soldados se mantenían en silencio, a la espera del sonido de los cuernos que marcaría el inicio de la batalla.

La tensión en el campo de batalla es palpable mientras Filipo se reúne con sus generales en una tienda de campaña en el centro del campamento. Alejandro, Clito, Ptolomeo, Calístenes y Filotas esperan en silencio mientras Filipo les habla.

–Hoy luchamos por el control de Grecia. Y si la victoria es nuestra, será solo el principio de una campaña mucho más ambiciosa. Pero no nos dejemos llevar por la emoción del momento. Nuestra ventaja es la diversidad de nuestro ejército y la capacidad de adaptación en la batalla.

Clito asiente en silencio, mientras que Ptolomeo y Filotas se ajustan el casco en señal de concentración. Calístenes, sentado en una silla plegable, toma notas en un pergamino.

–Nuestra principal estrategia será el ataque desde el flanco con nuestra caballería pesada. Alejandro, estarás a cargo de ella y deberás estar listo para actuar en cualquier momento. Clito y Ptolomeo liderarán la infantería de elite y se encargarán de mantener la formación de la falange. Calístenes, estarás en el campo de batalla apoyando a Clito y Filotas, proporcionándoles consejo y estrategia.

Todos asienten en silencio, sabiendo que la batalla por delante es difícil y peligrosa.

–Recordad, nuestro objetivo no es solo la victoria, sino la supervivencia de cada uno de nosotros. Luchemos con valentía, pero también con prudencia. Que los dioses estén con nosotros.

Con esas palabras, Filipo sale de la tienda de campaña seguido de sus generales. Todos se dirigen a sus puestos en el campo de batalla, sabiendo que la victoria o la derrota depende de su habilidad y valentía en la lucha que está por venir.

Filipo despliega sus ejércitos con la estrategia en mente. Coloca a su joven hijo, Alejandro, en uno de los flancos, junto a los generales más experimentados, mientras él se coloca en el otro flanco con sus hombres armados con lanzas. Al otro lado, divididos en líneas por nacionalidades, están los atenienses al mando de un franco y los tebanos en otro.

El destacamento de Filipo, la gran mayoría de su ejército, se compone de 24,000 hombres de infantería pesada, cada uno armado con un escudo más pequeño, sin coraza y una sarisa más larga de lo habitual, de 5,5 metros de largo.

Clito comandará la mitad de esta infantería al mando del propio rey, con 12,000 hombres. Calístenes permanece al lado de su amigo para aconsejarle sobre la estrategia militar más adecuada en todo momento. En la primera línea de este destacamento comandado por Clito se encuentra Filotas, con su sarisa encantada en mano. Lamentablemente, Calístenes no tiene aún la capacidad de hechizar una gran cantidad de armas, pero está listo para dar lo mejor en la batalla.

Alejandro lidera la caballería pesada, compuesta por 2,000 hombres de la nobleza, en líneas de 13 caballeros con sus asistentes, armados con una lanza de 3 metros y una espada curva. Ptolomeo, bajo las órdenes directas de Alejandro, lleva 500 de sus hombres, dejando 1,500 al propio Alejandro.

Hefestión, el amigo de Alejandro y experto en armas a distancia, lidera las tropas de proyectiles con una fuerza de 5,000 soldados armados con arcos y hondas, estratégicamente situados en una posición elevada para tener una mejor visión del campo de batalla.

Parmenión, el experimentado general del rey Filipo y padre de Filotas, lidera la infantería de élite compuesta por 1000 lanceros ligeros con escudos de gran calidad, preparados para enfrentar cualquier adversidad que se les presente.

Calístenes, con su habilidad táctica innata, se encuentra junto a Clito en sus respectivos caballos, listos para liderar a su imponente ejército en la batalla. Ambos están preparados para anticipar los movimientos enemigos y responder con astucia y destreza para obtener la victoria.

Antes de la batalla, las tropas macedonias del rey Filipo y su hijo Alejandro están en un estado de preparación total. La infantería pesada, con un número de 24.000 hombres, está organizada en formación de falange, con escudos rectangulares de bronce y largas lanzas, lo que les proporciona gran protección y letalidad. La armadura es una mezcla de bronce y cuero, con los soldados vestidos con cascos cresta y cota de malla.

La caballería pesada, liderada por Alejandro, consta de 2.000 hombres de la nobleza, equipados con armadura de cuero y bronce, montados en caballos fuertes y rápidos. Los jinetes están armados con lanzas y espadas largas, y sus habilidades en la carga los hacen una fuerza formidable en el campo de batalla.

La infantería de élite, comandada por Parmenión, está formada por 1.000 lanceros ligeros, altamente capacitados para ataques rápidos y maniobras de flanqueo. Los soldados están armados con lanzas cortas, dagas y espadas, y visten armadura ligera de cuero y cascos cresta.

El joven Hefestión comanda a las 5.000 tropas de proyectiles, equipadas con arcos y jabalinas, y visten armaduras ligeras de cuero y cascos de bronce. Su papel es proporcionar apoyo desde la distancia para debilitar a los enemigos antes de que la infantería y la caballería pesada ataquen.

En conjunto, las tropas macedonias están listas para entrar en batalla, con su combinación de infantería pesada, caballería de élite y apoyo de proyectiles, junto con la estrategia de su líder, el príncipe Alejandro.

Las tropas se encuentran organizadas en formación, con sus armas y escudos reluciendo bajo el sol de la mañana. Los soldados están enfocados en la tarea que tienen por delante, tensos y preparados para la batalla que se avecina. El sonido de las armaduras y de las voces de los oficiales crea un ambiente de tensión y determinación en el aire, mientras esperan el momento de entrar en combate.

Los hombres de infantería pesada, con sus escudos y lanzas en alto, forman una muralla impenetrable en el centro de la formación, listos para hacer frente a cualquier embestida enemiga. La caballería pesada de Alejandro, montada en sus imponentes caballos, se encuentra a la derecha de la formación, preparada para realizar cargas estratégicas y flanquear al enemigo desde el costado. Parmenión, al frente de la infantería de élite, se encuentra a la izquierda, liderando a su tropa de lanceros ligeros con confianza y habilidad.

Las tropas de proyectiles, lideradas por Hefestión, se encuentran en la retaguardia, listos para proporcionar un apoyo letal y efectivo a distancia. El sonido de los arcos y las hondas se mezcla con el ruido de los cascos, creando una sinfonía de guerra que resuena por el campo de batalla.

A pesar de la tensión y el miedo que todos los soldados sienten ante la inminente batalla, la confianza y determinación en la habilidad de sus líderes y en sí mismos se puede sentir en el aire. La disciplina y organización de las tropas macedonias son impresionantes, y muestran la habilidad y el entrenamiento riguroso de los líderes militares.

Ptolomeo, con su voz fuerte y decidida, dirige sus palabras a los 500 jinetes de caballería pesada que tiene a su cargo. Se para frente a ellos, con una expresión seria pero inspiradora en su rostro.

–Escuchadme bien, soldados –dice Ptolomeo con convicción– sois los 500 más valientes, los más leales y los más temidos de todo el ejército macedonio. Hoy no lucháis por vosotros mismos, sino por la gloria de nuestro rey y por el honor de Macedonia.

Los jinetes se miran entre ellos, asintiendo con la cabeza y apretando con fuerza las riendas de sus caballos.

–Siempre hemos sido la vanguardia de la caballería de Alejandro, y hoy no será diferente. Avanzaremos hacia el enemigo con fuerza y con el coraje que nos caracteriza.

Ptolomeo levanta su espada y la agita en el aire, mientras los jinetes hacen lo mismo con las suyas.

–¡Así que adelante, soldados! ¡Sigamos a Alejandro y ganemos esta batalla! –grita Ptolomeo con fuerza, y los jinetes responden con un rugido de entusiasmo y determinación.

Con sus corazones llenos de valentía y motivación, los jinetes de caballería pesada avanzan hacia la batalla, listos para luchar por la gloria y la victoria de su país y su rey.

Los jinetes de caballería pesada de Ptolomeo escuchan con atención y entusiasmo las palabras de su líder, sintiéndose imbuidos de un fuerte sentido de honor y propósito. Sus caballos relinchan y patean el suelo, impacientes por avanzar hacia la batalla.

Ptolomeo se dirige a ellos con voz firme y segura, haciendo hincapié en su papel vital en la lucha por la victoria. Los jinetes sienten la emoción crecer en sus corazones al escuchar su arenga, y se sienten motivados para dar lo mejor de sí mismos.

El brillo de seguridad en los ojos de Ptolomeo les inspira confianza en su líder y en su causa, y se preparan para seguirlo valerosamente en la lucha. Sus gritos de entusiasmo reverberan en todo el campamento, anunciando su determinación y resolución de luchar hasta la victoria.

–¡Macedonia dominará el mundo! ¡Quiero veros a todos luchando hasta el último aliento! ¡Nadie se rinde si yo no lo ordeno! –Dice Clito poseído por Desdémona que mantiene el control en la batalla. Todo el ejército a su mando responde gritando y moviendo sus sarisas golpeando unas con otras.

La voz de Clito, envuelta en la furia de Desdémona, retumba en el campo de batalla, infundiendo ánimo y valentía a sus hombres. Los soldados de infantería pesada, con sus armaduras relucientes y sus sarisas afiladas, se colocan en formación, listos para enfrentarse al enemigo. Sus rostros, cubiertos parcialmente por sus yelmos, reflejan determinación y coraje.

Los lanceros ligeros de Parmenión, armados con escudos y lanzas, se preparan para flanquear al enemigo, moviéndose ágilmente por el campo de batalla. Hefestión, con sus 5000 tropas de proyectiles, está listo para proporcionar apoyo a distancia, utilizando sus arcos y hondas para sembrar el caos entre las filas enemigas.

Mientras tanto, Ptolomeo lidera a su caballería pesada, 500 jinetes equipados con armaduras y lanzas, listos para aplastar al enemigo en una carga letal. Los caballos, relinchando y pateando el suelo, reflejan la tensión y la emoción que impregna el campo de batalla.

En medio de todo esto, Clito, poseído por Desdémona, arenga a sus hombres con palabras de fuego, prometiendo la victoria y la gloria para Macedonia. Los soldados, animados por su líder y por la certeza de su causa, se preparan para la batalla, dispuestos a luchar hasta el último aliento y a nunca rendirse.

Filotas se encuentra en la primera línea de la batalla, gritando y arengando a sus compañeros como si fuera uno más de ellos. Su mente está puesta en impresionar a su padre, el general Parmenión, quien se encuentra en algún lugar del campo de batalla. Con cada grito y cada embestida, Filotas lucha con valentía y determinación, dispuesto a dejar su huella en la historia de Macedonia y ganar el respeto y la admiración de su padre.

Filipo, sube a un pequeño montículo para dirigirse a sus hombres. Con la armadura y la capa real ondeando al viento, su voz ronca y potente resuena en todo el campo de batalla:

–¡Soldados macedonios! Este día, luchamos no solo por nuestra gloria, sino por el honor y la independencia de toda Grecia. Es el momento de demostrar nuestra valía, de mostrar que somos los más fuertes, los más audaces y los más decididos. Pero también es el momento de mostrar nuestra disciplina y nuestra astucia. No dejéis que la furia del combate os ciegue, recordad siempre vuestras tácticas y vuestra formación.

Los soldados responden con un clamoroso rugido, golpeando sus armas y escudos. Filipo, con una sonrisa en el rostro, les da un último mensaje:

–¡Hijos de Macedonia! ¡Luchad por vuestro rey, luchad por vuestro país, luchad por vuestro futuro! ¡Nada ni nadie puede detenernos! ¡Adelante, a la victoria!

Con el grito de batalla de "¡Macedonia para siempre!", el ejército macedonio carga hacia la línea enemiga, dispuesto a darlo todo por la victoria.

Poco después de que comenzara la batalla, Clito se volvió hacia Calístenes, su amigo y consejero en esta lucha, y notó que tenía una expresión sombría que nunca antes había visto en él. La guerra no parecía favorecerlo, ya que su aspecto era el de un cadáver pálido y demacrado. A pesar de esto, la aura que lo rodeaba era de paz y santidad espiritual, algo extraño que solo podía provenir de su anfitrión, Meir, algo desconocido para los humanos.

Clito sentía un fuego ardiente en su interior que lo impulsaba a luchar hasta la muerte si era necesario. La esencia Brujah de Desdémona, la vampiresa que controlaba su cuerpo, lo hacía sentir así, como si quisiera correr hacia el enemigo y despedazarlo a dentelladas. Afortunadamente, logró controlarse y mantener la compostura en medio de la batalla.

Por su parte, Filotas se sentía confuso y desorientado, aferrando con fuerza la sarisa con ambas manos. Un vértigo desconocido lo invadió, y se dio cuenta de que eran los miedos transmitidos por el vampiro que habitaba en su interior, Orison el oscuro Lasombra. La presencia de la oscuridad dentro de él lo hacía sentir fuera de lugar en la batalla.

Mientras tanto, Ptolomeo sentía que sus sentidos se intensificaban y que podía percibir el peligro antes de que se acercara. La influencia positiva de Neb-Nesut, el espíritu de su ancestro, le permitía estar más alerta y preparado para la batalla de lo que nunca antes había estado.

Con un grito ensordecedor, el rey Filipo encabezó la carga de su falange macedonia hacia el flanco izquierdo del ejército ateniense. A su lado, los soldados agarraban sus sarissas con firmeza y avanzaban a paso acelerado. El suelo temblaba bajo sus pies y el sonido de sus pisadas y de las armas chocando se mezclaba con el estruendo de los tambores de guerra.

Los atenienses se prepararon para el impacto, levantando sus escudos y formando una muralla de lanzas y espadas. Pero la fuerza y determinación de los macedonios era imparable. Con la cohesión y la disciplina propia de los guerreros más experimentados, avanzaron en formación cerrada y comenzaron a empujar a los atenienses hacia atrás.

Los atenienses lucharon valientemente, pero la superioridad numérica y la intensidad del ataque macedonio eran abrumadoras. Filipo, con su pierna cojeando por la herida del lanzazo recibido, luchaba con la misma ferocidad que sus hombres, animándolos con gritos de guerra y empujándolos hacia adelante.

Finalmente, la falange macedonia logró romper las líneas atenienses y avanzó hacia el centro del campo de batalla. Los atenienses se retiraron hacia su flanco derecho, tratando de reorganizarse y resistir el avance de los macedonios.

Mientras tanto, Parmenión y sus lanceros ligeros avanzaban a paso rápido hacia el flanco izquierdo de los atenienses, flanqueándolos por la retaguardia. Hefestión y sus tropas de proyectiles lanzaban flechas y piedras contra el flanco izquierdo enemigo, causando estragos en sus filas.

La batalla estaba en pleno apogeo, y el destino de Grecia pendía de un hilo.

La tensión en el campo de batalla es palpable mientras el rey Filipo y su mano derecha Clito dan la orden de carga hacia el flanco izquierdo de las tropas atenienses. Mientras tanto, Filotas, el joven y ambicioso hijo de Parmenión, se queda paralizado ante la magnitud de la batalla que se avecina. Su sarisa, la larga lanza que lleva como arma, tiembla en sus manos sudorosas, entorpeciendo el avance de sus compañeros que se ven obligados a rebasarlo para llegar a la línea de frente. Clito, montado en su caballo y cabalgando a toda velocidad, no puede evitar lanzar un grito de impaciencia y frustración al ver a Filotas en ese estado:

–¡Muévete, por los dioses! –le grita Clito, notando la adrenalina correr por sus venas mientras cabalga junto a Calístenes y sus tropas, que se acercan rápidamente a la primera línea de batalla.

Los generales de las tropas macedonias permanecen en alerta, esperando las órdenes del rey y del príncipe. Ptolomeo motiva a sus jinetes para que estén preparados para actuar en el momento preciso en que Alejandro de la señal.

Parmenión, al frente de su infantería de elite, avanza junto al rey hacia el flanco izquierdo, decidido a hacer frente a los atenienses que les esperan en esa posición. Mientras tanto, Hefestión ordena a sus 5000 tropas de proyectiles que lancen un torrente de flechas y piedras sobre el flanco enemigo, causando estragos en las filas adversarias y debilitándolas antes de que sus compañeros entren en combate. 

El choque inicial de las tropas en el flanco izquierdo es impactante. La infantería pesada de Filipo y Clito avanza en formación, empuñando sus largas lanzas y portando sus grandes escudos. Mientras tanto, los atenienses, también en formación, aguardan firmes con sus propias armas y escudos. 

La tensión en el campo de batalla es palpable, las tropas macedonias avanzan con un paso firme, con un rugido ensordecedor que parece sacudir la tierra misma, mientras que los atenienses mantienen su posición, esperando el momento adecuado para cargar. 

Finalmente, el momento llega y ambos ejércitos colisionan en un choque atronador. El sonido de los escudos y las armas chocando llenan el aire mientras las tropas luchan encarnizadamente. Los gritos de los soldados macedonios y atenienses se mezclan con los sonidos de la batalla.

El polvo se levanta en la contienda, los soldados luchan cuerpo a cuerpo con espadas, hachas y lanzas. Los escudos se abren y se cierran constantemente para evitar los ataques del enemigo, mientras la sangre y el sudor empapan las armaduras de los combatientes.

A pesar de la resistencia de los atenienses, la infantería pesada macedonia y su aliado Clito, con su gran habilidad para la táctica militar, logran avanzar y empujar a los atenienses hacia atrás.

Es un inicio emocionante de la batalla, con la infantería pesada en el frente, liderando el camino para el éxito de la campaña macedonia.

De pronto los macedonios en batalla reciben la señal de retirada, cuánto una falange de infantería retrocede es un logro casi imposible mantener la unidad de formación, qué solo se consigue porque estamos hablando de la mejor tropas de infantería del mundo. Los macedonios en retirada mantienen una formación impecable gracias a su disciplina y habilidad militar, liderados por el rey Filipo y Clito, quien recibe el consejo táctico de Calístenes. Sin embargo, los atenienses y sus aliados avanzan confiados por el campo de batalla, sin darse cuenta de que los macedonios se están retirando estratégicamente.

Mientras tanto, los tebanos permanecen en su lugar, confiados en su disciplina y estrategia, pero esto les hace cometer un grave error, al abrir un hueco en su formación que es visto por Alejandro y su caballería.

En un acto de astucia y rapidez, Alejandro lidera a su caballería a través del hueco en la formación enemiga, rodeando a los tebanos y atacando a los aliados por el lateral. Esta maniobra sorprende a los enemigos y les causa un gran daño, lo que demuestra la habilidad y astucia del joven príncipe macedonio.

La carga de Alejandro fue impresionante. Montado en su caballo Bucéfalo, el joven príncipe pasó entre los ejércitos enemigos como un relámpago, su caballería pesada de 2000 jinetes le seguía de cerca, levantando una nube de polvo a su paso. Los tebanos, sorprendidos por la rapidez de la carga, no tuvieron tiempo de prepararse adecuadamente para enfrentarla.

Los hombres de Ptolomeo mantenían su formación junto a Alejandro, sus lanzas apuntando hacia el enemigo. La potencia de la carga era impresionante, el sonido de las lanzas chocando contra los escudos de los enemigos resonaba en el campo de batalla. Los tebanos, aunque no habían sido completamente aplastados, se vieron obligados a retroceder ante el ímpetu de la carga.

La imagen de Alejandro en su caballo, con su caballería de élite siguiéndolo, inspiraba miedo y respeto en sus enemigos. La carga había sido un éxito y ahora, con el flanco izquierdo en crisis, las tropas macedonias podían aprovechar la ventaja para ganar la batalla.

La falange macedonia se detiene en seco y se lanza al ataque, liderada por Filipo y Clito. Los soldados avanzan con una determinación férrea, moviéndose en perfecta sincronía mientras sus lanzas se clavan en los escudos enemigos. La batalla se convierte en un caos de gritos, choques de armaduras y sangre derramada.

Filipo está en la primera línea de combate, luchando con una ferocidad inigualable. Con su lanza, atraviesa a varios atenienses de forma consecutiva, dejando un rastro de cuerpos en el suelo. Clito lo acompaña, apoyándolo con su propia lanza mientras lidera a los soldados que están bajo su mando.

La formación macedonia se mantiene sólida, moviéndose como una apisonadora sobre los atenienses que intentan resistir el embate. La estrategia de Filipo y Clito está funcionando, y las tropas enemigas se ven desbordadas ante la fuerza y la disciplina de los macedonios.

La batalla continúa con un frenesí implacable, y la victoria parece estar inclinándose hacia el lado de los macedonios. La tensión en el campo de batalla es palpable, con los soldados luchando con todo lo que tienen mientras los gritos de los heridos y los moribundos llenan el aire.

Filipo, en medio del fragor de la batalla, es alcanzado por un lanzazo que se clava en su pierna con gran fuerza. El dolor es intenso y hace que cojee visiblemente. A pesar de la herida, el rey macedonio no abandona el campo de batalla y sigue luchando valientemente al lado de sus hombres. Sin embargo, la herida le dificulta el movimiento y le impide moverse con la agilidad y rapidez que solía mostrar en la lucha. A partir de ese momento, Filipo lucha con gran valentía, cojeando y con una mueca de dolor en el rostro. La herida, aunque no le impide continuar la batalla, se convierte en una marca permanente en su cuerpo y en su leyenda como guerrero.

La batalla estaba siendo feroz, con ambos bandos luchando con fuerza y valor, pero finalmente, la infantería macedonia pesada había logrado imponerse en el flanco izquierdo, obligando a los atenienses a retroceder y rendirse. Entre los prisioneros se encontraban dos mil soldados atenienses, cansados, desmoralizados y heridos. Habían luchado valientemente, pero finalmente habían sido superados por las habilidades bélicas de los macedonios y la ferocidad del Batallón Sagrado de Tebas.

Los macedonios se encontraban exhaustos, pero a la vez eufóricos por su victoria. El propio Alejandro había liderado la carga decisiva, rompiendo las líneas enemigas y dejando a los atenienses desorientados. A su lado, Ptolomeo y sus hombres habían demostrado su valor y valentía, ganándose el respeto de sus compañeros de armas.

Ahora, con la victoria asegurada en el flanco izquierdo, el resto del ejército macedonio avanzaba con confianza hacia la victoria final. Los tebanos, que habían estado observando la batalla desde su posición en el flanco derecho, se preparaban para entrar en acción, sabiendo que su intervención podría ser decisiva.

Mientras tanto, los atenienses prisioneros eran conducidos hacia el campamento macedonio, donde serían tratados con respeto y consideración. Aunque habían sido derrotados en la batalla, eran guerreros honorables y merecían un trato justo. Con la rendición de los atenienses, la moral de los macedonios se había fortalecido aún más, y ahora estaban más convencidos que nunca de su victoria final en la guerra.

En medio del caos y la violencia de la batalla, Clito se sobresalta al ver cómo Calístenes detiene abruptamente su caballo y queda paralizado, con los ojos en blanco y un aspecto cadavérico. A pesar de sus llamados, Calístenes no responde, como si su mente hubiera sido transportada a otro lugar.

Clito se siente impotente ante la situación, y la imagen de su amigo petrificado en medio del campo de batalla lo perturba profundamente. La violencia y el estruendo a su alrededor parecen desvanecerse en la nada mientras Clito se concentra en encontrar una manera de sacar a Calístenes de su extraño trance.

La situación es aterradora, pues Calístenes se encuentra en una posición vulnerable en medio de la batalla, pero Clito está decidido a proteger a su amigo a toda costa y hacer que vuelva a la realidad.

En este momento tan inoportuno, la mente de Calístenes se ha transportado a otro lugar, recordando otra vida…

Meir se recogió la túnica y decidió arrodillarse en el primer callejón oscuro que encontró. El lugar no era importante, si no ayudar al fallecido, y cuanto antes mejor. El suelo se encontraba frio y húmedo, pero Meir no estaba para sentir incomodidades mundanas ¿Qué hay más importante que un alma humana?

–Jaerón. Jaerón, escucha mi voz. –Dijo Meir con tono tenue y profundo refiriéndose al difunto– Tu mujer y tu hijo te aman, quieren que descanses en paz y para ello debes caminar hacia la luz, allí se encuentra tu destino y tú descanso eterno.

El sacerdote esperó pacientemente, no tenía prisa. El difunto no respondió, pero Meir sabía que estaba allí; sentía su presencia a su lado, notaba el calor de su alma a su vera. En efecto el fallecido le había escuchado y esperaba al otro lado, mudo, confundido, sin saber muy bien qué hacer, ni cómo hacerlo.

–¡Jaerón! por el poder de la bendición de Yahvé, te permito el paso al otro mundo… ¡Ve en paz! –dijo Meir levantando su mano derecha y cerrando los ojos. De esta forma el alma del difunto vio clara la senda hacia la iluminación y continuó su viaje por un lugar mejor, como un judío más. Para salvar un alma descarriada, el sacerdote se había saltado las leyes que Yahvé dictó a los primeros judíos. Esta vez la humanidad había pesado más en la balanza. El sacerdote esperaba que Yahvé fuera benévolo con él, por hacer lo que había considerado correcto; tenía la conciencia bien tranquila.

Meir abrió los ojos y miró al cielo oscuro, ahora despejado y salpicado por miles de lejanas estrellas tintineantes. Esa claridad donde antes había nubes dio cierta esperanza al joven clérigo.

El sacerdote se levantó exhausto, como si hubiera corrido durante horas a través de toda la ciudad. Las rodillas le dolían una barbaridad, y las acarició varias veces quitando alguna piedrecilla adherida a su piel por haber estado arrodillado en el suelo de la calle.

–Meir –dijo una voz que solo el sacerdote podía escuchar– has obrado correctamente. Ese hombre ha logrado seguir la senda de Yahvé. Puedes estar tranquilo…

–Gracias abuela –dijo Meir sonriendo con los ojos cerrados.

Sacudió sus hábitos y sus sandalias caminaron ligeras, pisando firmes en dirección a su hogar. A estas alturas, Meir estaba convencido de que había hecho bien, por eso se sentía tranquilo. A pesar de las penurias que sufría su pueblo, o quizá a causa de ello, Meir se sintió orgulloso de ser judío.”

Clito observa con preocupación a su amigo Calístenes, quien se encuentra en un estado inexplicable de parálisis, desconectado del caos que los rodea en la batalla. Busca en su entorno alguna señal que pueda explicar lo que está sucediendo, pero no encuentra nada fuera de lo normal.

Mientras tanto, la suerte de los tebanos no es tan favorable como la de los atenienses, ya que se encuentran rodeados por completo por Alejandro y su caballería pesada. Los soldados macedonios aplastan a los tebanos sin mostrar piedad ni misericordia.

Ante los macedonios el Batallón Sagrado de Tebas es una fuerza de élite formada por 150 parejas de amantes masculinos. Estos soldados están armados con lanzas y espadas cortas y son conocidos por su ferocidad en el campo de batalla.

El uniforme del Batallón Sagrado de Tebas era distintivo y elegante, con una túnica roja y una coraza de bronce con decoraciones doradas. Sus cascos, de bronce y con una cresta de crin de caballo, eran impresionantes y temibles. Cada pareja de amantes luchaba junto a la otra, con una sincronización y coordinación excepcionales, lo que los coinvertía en una fuerza formidable.

La disciplina y el entrenamiento al que se habían sometido eran rigurosos, lo que les permitía mantener una formación cerrada y avanzar juntos hacia el enemigo. No retrocedían ante nada, siempre hasta la muerte. Esta infantería de élite tebana había ganado fama y respeto en todo el mundo griego gracias a su valentía y habilidad en la batalla.

Ptolomeo entró cabalgando al frente de sus hombres, con su lanza en ristre y su escudo alzado. Se abría paso a través de la línea enemiga, zigzagueando habilidosamente entre los combatientes. Los tebanos, sorprendidos por su atrevida entrada, intentaron detenerlo con sus lanzas, pero Ptolomeo los evitaba con destreza.

En su carrera, Ptolomeo se encontró cara a cara con tres tebanos que avanzaban hacia él, armados con sus lanzas y escudos. Sin temor, Ptolomeo se abalanzó sobre ellos con ferocidad, haciendo girar su lanza para golpear a su primer objetivo con un golpe certero. La punta de la lanza se hundió en la armadura del tebano, haciéndolo caer al suelo de forma instantánea.

Ptolomeo no perdió el ritmo y, girando su caballo, atacó a los otros dos tebanos, embistiendo a uno de ellos con la fuerza de su caballo, mientras que con su espada hizo un corte mortal al otro. Los hombres de Ptolomeo lo vitorearon mientras él les hacía una señal para seguir avanzando, aprovechando el impulso de la victoria.

La audacia y la valentía de Ptolomeo inspiró a sus hombres, quienes lo siguieron con renovado vigor. La entrada de Ptolomeo en la batalla había dado a sus hombres un extra de moral, y la confianza de que su líder estaba dispuesto a luchar junto a ellos hasta la victoria final.

La caballería de Alejandro y Ptolomeo fue implacable en su ataque a los tebanos, y la mayoría de ellos murieron en la batalla. Sin embargo, hubo un grupo de 46 hombres del Batallón Sagrado, la infantería de élite tebana, que lograron sobrevivir gracias a la intervención de Ptolomeo. A pesar de ser enemigos, Ptolomeo aconsejó a Alejandro que mostrara clemencia con los tebanos, ya que eran griegos y podrían convertirse en sus futuros súbditos. Alejandro decidió seguir el consejo de su amigo y aceptó la rendición de los sobrevivientes. Esta muestra de piedad hacia los enemigos vencidos no solo era una estrategia política inteligente, sino que también reflejaba la humanidad y grandeza de Alejandro como líder.

 

Guerrero Ateniense
Poderes de dioses

Clito salta del caballo y corre hacia el guerrero ateniense que se le acerca. Con la furia de Desdémona ardiendo en su interior, Clito desenvaina su espada y agarra su escudo con firmeza. El ateniense se detiene frente a él, listo para luchar.

Clito no ve nada más allá de su ceguera, pero confía en sus habilidades de lucha y en la fuerza de su diosa interior. Se lanza hacia su oponente, esquivando los golpes que le lanza y respondiendo con rápidos movimientos de espada. Cada golpe suyo es certero y potente, rompiendo la coraza y destrozando las costillas del ateniense.

El guerrero ateniense intenta resistir, pero no puede hacer nada frente a la ferocidad de Clito. La espada del macedonio lo alcanza una y otra vez, causando heridas mortales que lo hacen escupir sangre. Finalmente, cae al suelo, vencido por la fuerza sobrehumana de Clito y la furia de Desdémona.

Mientras el caos de la batalla continúa a su alrededor, Calístenes permanece inmóvil sobre su caballo, con una mirada perdida en el horizonte. Su cuerpo parece casi inerte, como si su espíritu hubiera abandonado momentáneamente su cuerpo.

A pesar del ruido ensordecedor de la lucha, la visión de Calístenes transmite una sensación de paz y tranquilidad, como si estuviera en otro lugar. Algunos de los soldados que pasan cerca de él lo miran con asombro, sin saber qué pensar de su extraña actitud.

Para Calístenes, la experiencia que ha vivido ha sido profundamente transformadora. Ha tenido una visión de una vida lejana, una época en la que los dioses caminaban entre los hombres y la magia era una fuerza poderosa. Esta experiencia lo ha dejado en un estado de éxtasis, una sensación de conexión profunda con lo divino.

Aunque la batalla continúa a su alrededor, Calístenes parece ajeno a todo eso, como si estuviera en un mundo aparte. Pero sabe que pronto tendrá que volver a la lucha, a su papel de comandante de las tropas macedonias en la batalla por el control de Grecia. Por ahora, sin embargo, se permite disfrutar de la paz y la serenidad que siente en ese momento, como si los dioses lo hubieran bendecido con su presencia. 

Un capitán tebano, lleno de bravura, fija su objetivo en Calístenes y carga con su espada en alto. Sin embargo, cuando llega junto al cadáver aparente, se percata de que el macedonio sigue vivo, pero estático y sin moverse. Le toca con su espada para ver si hay alguna reacción, y en ese momento, Calístenes abre los ojos de repente, lo que sorprende y asusta al enemigo. El tebano, desconcertado, retrocede unos pasos antes de atacar a Calístenes, pero éste, con una habilidad sobrenatural, logra esquivar su golpe y contraatacar con una rapidez asombrosa, dejando al tebano atónito y sin defensa.

Capitán Tebano

El capitán tebano se acerca a Calístenes con intenciones asesinas, pero en el momento en que toca su hombro, el macedonio abre los ojos de golpe y con una velocidad impresionante desenvaina su espada. Con un corte rápido y certero, Calístenes corta el cuello del capitán enemigo que lo mira atónito mientras la vida se le escapa a borbotones de sangre.

–He vuelto de entre los muertos, hijo de puta– le dice Calístenes con una voz firme y una mirada desafiante mientras el enemigo cae sin vida a sus pies.

Filotas, al mando de Clito, observa cómo su compañero libra una feroz batalla contra su oponente, lo que le distrae y le hace perder de vista a su alrededor. En ese momento, un mercenario enemigo se dirige hacia él con violencia, pero cuando llega a su ubicación... ¡Filotas ha desaparecido! El soldado macedonio se encuentra de repente justo en frente del mercenario, quien inexplicablemente no puede verlo. Filotas aprovecha esta oportunidad para clavar su poderosa sarisa en la cabeza de su enemigo, que estalla como si fuera un melón, derrotándolo al instante. 

Ptolomeo se encuentra en una lucha feroz contra uno de los guerreros del Batallón Sagrado tebano, conocidos por su habilidad y ferocidad en el campo de batalla. La espada del tebano golpea con fuerza el escudo de Aquiles de Ptolomeo, haciendo que resuene el metal. En un momento de descuido, el tebano hiere gravemente a Ptolomeo en un brazo, pero este no se rinde y sigue luchando con valentía.

Mercenario Griego

En un instante de furia, Neb-Nesut, el vampiro que posee el cuerpo de Ptolomeo, toma el control y desaparece de la vista del tebano, que queda desconcertado ante la repentina desaparición de su oponente. Ptolomeo, poseído por una rabia y sed de sangre inexplicable, arremete contra el tebano con el escudo de Aquiles, golpeándolo repetidamente en el cuello y derribándolo al suelo. Allí, Ptolomeo decapita al enemigo con una violencia desmesurada, bañándose en la sangre de su oponente.

Después de la lucha, Ptolomeo es atendido por un médico que estabiliza su herida. La experiencia ha sido tan intensa que Ptolomeo necesita un momento para recuperarse y procesar lo que ha sucedido en el campo de batalla.

Después de ser atendido por el médico, Ptolomeo se incorpora lentamente, aún sintiendo un dolor agudo en su brazo herido. Observa a su alrededor y se da cuenta de que la batalla aún continúa, la lucha es intensa y parece que el resultado todavía no está claro.

Con un coraje desmedido, Ptolomeo toma su escudo de Aquiles y desenvaina su espada, sintiendo la fuerza de la rabia y la sed de venganza correr por sus venas. Sabe que su deber es luchar junto a sus hombres y asegurar la victoria para su rey y su patria.

Con un grito de guerra, Ptolomeo se lanza de nuevo al combate, ignorando el dolor y la fatiga, concentrándose en la lucha que tiene delante. Su ferocidad se hace notar, y pronto se gana el respeto y el temor de sus enemigos.

Finalmente, después de horas de lucha, la victoria llega para los macedonios. Ptolomeo se encuentra exhausto, herido y ensangrentado, pero satisfecho por haber cumplido su deber como soldado y como general.

La emoción del triunfo se hace sentir en todo el ejército, y los soldados celebran con gritos y aplausos. Alejandro, junto a sus compañeros sonríe débilmente, sabiendo que esta batalla solo es una de muchas más que aún vendrán.

Clito, Calístenes, Ptolomeo y Filotas están a su lado, respirando agitadamente después de la intensa lucha. Miran a Ptolomeo, quien a pesar de estar herido, sonríe con satisfacción al haber sobrevivido al encuentro con el escuadrón sagrado tebano.

Calístenes apoya a Ptolomeo mientras Filotas revisa sus vendajes. Clito se apoya en su sarisa y mira hacia el campo de batalla.

Se miran entre ellos con orgullo, sabiendo que han estado juntos en esta lucha. Comparten una hermandad forjada en el calor de la batalla, una conexión que solo aquellos que han combatido juntos pueden entender. Juntos, están listos para enfrentar cualquier desafío que se les presente.

Pero por ahora, Alejandro se siente agradecido por estar vivo y por haber luchado junto a sus hermanos de armas en una victoria que nunca olvidará.

 

Tras la batalla

La batalla había sido épica y sangrienta, dejando los campos cubiertos de cuerpos y heridos. Filipo y su hijo Alejandro habían conseguido controlar Grecia gracias a la valentía y eficacia de su ejército. A pesar de las bajas, los macedonios habían salido victoriosos, logrando establecer su control sobre Atenas y la mayoría de las ciudades estado griegas.

El Batallón Sagrado de Tebas fue enterrado en el campo de batalla, mientras que los atenienses fueron incinerados. La batalla también había demostrado la capacidad de Alejandro como comandante y líder de la caballería más efectiva del mundo.

Filipo, siendo generoso, ofreció la paz y la liberación de prisioneros a los atenienses, quienes aceptaron sus condiciones. Además, envió a Alejandro con una guardia de honor para llevar las cenizas de los atenienses muertos a su hogar, una misión de gran importancia.

Tras la batalla, Alejandro se dio cuenta de que lo que realmente lo motivaba era solucionar problemas militares y estratégicos, y sobre todo, matar a los enemigos en el campo de batalla. Esta revelación le producía más placer que cualquier otra cosa, incluso que el sexo. A pesar de esto, su relación con su padre Filipo parecía más unida que nunca, demostrando un gran respeto mutuo.