Eterno VI
Intrigas en Pella
(338-337 a. C)
Divergencias
En una cueva
iluminada por el fuego, los protagonistas debaten sobre el destino de una
poderosa joya. Ptolomeo quiere retenerla para su beneficio, mientras Hefestión
y Calístenes temen su influencia oscura. La llegada de Clito y sus seguidores
agrega más tensiones, ya que también desean utilizar la joya. Filotas se
recupera en segundo plano y Calístenes busca más información en manuscritos.
Tras intensos argumentos, no pueden ponerse de acuerdo sobre si esconderla,
destruirla o usarla estratégicamente. Una propuesta para llevarla a Creta es
sugerida, pero la joya ha dividido irremediablemente al grupo.
Hefestión, Compañero de Alejandro |
Perdidos en el Egeo
En medio de una
tormenta de proporciones titánicas, el horizonte rugía con destellos de
relámpagos y estruendosos truenos, como si los dioses mismos jugasen con el
firmamento. Las olas se alzaban en furiosas crestas de espuma, azotando con
fiereza las aguas del mar Egeo. En medio de este caos natural, una embarcación
clásica griega emergía valientemente, desafiando la ira de los elementos.
En la proa de la nave
se alzaba Parmenión, su figura alta y decidida, con su mirada firme y su
cabello oscuro ondeando al viento como una bandera de guerra. A su lado, su
guardia personal permanecía en formación, sus escudos relucientes contrastando
con la oscuridad del cielo tormentoso. El mar embravecido arrojaba chorros de
agua salada sobre ellos, pero su determinación no flaqueaba.
Desde lo alto, el
halcón de Hefestión, Crates, surcaba los cielos con agilidad, observando la
llegada de Parmenión y su comitiva. Sus ojos afilados detectaron la embarcación
a través de las ráfagas de lluvia y viento, y con una precisión asombrosa,
emprendió un descenso en picado hacia su dueño.
Los rayos iluminaban
el horizonte en un espectáculo eléctrico deslumbrante, y un trueno resonó con
una potencia apocalíptica. Uno de los rayos impactó peligrosamente cerca de
Parmenión, pero el experimentado general apenas pestañeó, como si estuviera
acostumbrado a la proximidad de la ira divina. Su rostro permaneció impasible,
un reflejo de su valentía y temple en medio de la tormenta.
La embarcación se
abrió paso valientemente entre las olas, enfrentando la furia del mar con una
destreza marítima indomable. A medida que se acercaban a la costa de la isla,
los truenos rugieron con fuerza, creando un ambiente lleno de electricidad y
tensión. Parmenión y su guardia mantuvieron su posición, firmes como una roca,
desafiando los elementos con su determinación inquebrantable.
La llegada de
Parmenión y su tripulación se había convertido en un cuadro épico, una muestra
de coraje y resolución en medio del caos de la naturaleza. La tormenta rugía a
su alrededor, pero su presencia imponente permanecía inamovible, como si estuvieran
destinados a desafiar todos los obstáculos que se interponían en su camino.
Parmenión, General de Filipo II |
La llegada de
Parmenión
La llegada de
Parmenión fue un momento trascendental:
Crates, el astuto
halcón de Hefestión, actuó como guía a través de los intrincados senderos del
bosque hasta la cueva donde los compañeros de Alejandro sostenían su acalorada
discusión. En ese momento, Calístenes y Clito, momentáneamente alejados de la
tensa conversación, estaban ocupados atendiendo a las necesidades del grupo.
Ptolomeo, con gesto
cordial, recibió al gran general del rey Filipo II y le mostró la misteriosa
joya de los dioses que había causado tanto conflicto y debate entre ellos. En
la cueva, la preocupación se palpaba en el aire, ya que la situación no tenía
un desenlace claro ni satisfactorio para todos.
Filotas, herido pero
orgulloso, relató a su padre cómo había estado al borde de la muerte a manos de
un Minotauro, una criatura aterradora que, de forma sorprendente, se desvaneció
en el aire como un humo hechizado tras su muerte. Además, compartieron el
asombroso encuentro con el Dios Pan, que parecía haber abandonado el Olimpo.
Ptolomeo, persistente
en su creencia de utilizar la joya para los intereses de Alejandro y Macedonia,
intentó convencer a Parmenión de su punto de vista. Sin embargo, Hefestión, con
su sabiduría y perspicacia, advirtió que esto podría ser un ardid persa y que
caer en esa trampa sería peligroso.
Hefestión desplegó
los escritos que Calístenes había descifrado, proporcionando a Parmenión más
información sobre los eventos en la isla. Ptolomeo hizo hincapié en que tenía
el favor de los dioses, una afirmación respaldada por Parmenión en plural, lo
que acentuó aún más la tensión en la cueva. El general escuchó con atención
todas las perspectivas de la situación.
Parmenión,
profundamente reflexivo, consideró en voz alta si la mejor opción sería
destruir la joya. Sin embargo, el silencio reinó en la cueva mientras tomaba la
joya en sus manos, sintiendo su frío toque y percibiendo la inmensidad de su
poder.
Parmenión, el
experimentado general de Filipo y aliado de Alejandro, se unió a los compañeros
en la cueva, aportando una presencia de autoridad y sabiduría a la discusión
sobre el destino de la joya de los dioses. Su figura imponente irradiaba una
sensación de liderazgo y decisión, y su mirada penetrante recorría a cada uno
de los presentes.
La discusión se
reavivó, cada voz buscando persuadir a los demás sobre la mejor elección.
Parmenión escuchó atentamente mientras Calístenes, Hefestión, Ptolomeo, Clito y
Filotas presentaban sus argumentos. Su rostro permanecía sereno, pero su mente
analizaba cuidadosamente cada opción y consecuencia.
A pesar de la
presencia de Parmenión, el debate parecía haber llegado a un punto muerto.
Ninguna idea había conseguido el consenso unánime del grupo, y la joya seguía
siendo un enigma cargado de poder y peligro.
Enviado de los Dioses |
Justo en ese momento,
cuando la tensión en la cueva se palpaba, un sonido ensordecedor retumbó en el
exterior. Las paredes temblaron y el suelo se estremeció bajo sus pies. El
grupo salió rápidamente de la cueva, mirando al cielo mientras el estruendo de
un gran estruendo llenaba el aire.
Lo que vieron los
dejó sin aliento. En el firmamento, una gran fisura de luz se abrió, como una
puerta hacia otro mundo. Desde esa fisura emergió una figura imponente,
envuelta en una luz resplandeciente. Era un ser majestuoso, con alas extendidas
y una mirada que parecía abarcar toda la existencia.
La figura habló con
una voz que resonaba en sus mentes, una voz llena de poder y sabiduría
ancestral. Se identificó como un Mensajero de los Dioses y explicó que la joya
que poseían estaba intrínsecamente conectada a los destinos de Alejandro y de
todo el mundo conocido.
El Mensajero reveló
que la joya era una reliquia de un tiempo antiguo, un fragmento de la esencia
de los dioses mismos. Su poder podía moldear el destino de naciones y reinos,
pero también podía corromper si se utilizaba con avaricia y egoísmo.
Parmenión y los demás
escucharon con asombro mientras el Mensajero les planteaba una elección
trascendental. La joya debía ser entregada a los dioses, una ofrenda para
asegurar la armonía del mundo y evitar su mal uso. Pero también podía ser
destruida, su poder disipado para siempre.
El Mensajero les advirtió
sobre las consecuencias de retener la joya para sí mismos. La avaricia y la
ambición podrían llevar a la caída de imperios y al sufrimiento de incontables
vidas. La elección estaba en manos de los compañeros de Alejandro, quienes
debían decidir el destino de la joya y, por ende, del mundo entero.
El grupo quedó en
silencio, abrumado por la magnitud de la revelación. Parmenión, el general
veterano, intercambió miradas significativas con sus compañeros, comprendiendo
la trascendencia de la decisión que debían tomar. La figura del Mensajero de
los Dioses seguía resplandeciendo en el cielo, esperando la elección que
cambiaría el rumbo de la historia.
Pan, Dios Griego |
El repentino giro de
los acontecimientos dejó a todos en estado de shock. Mientras el ser alado
jugueteaba con Crates, una figura siniestra emergió de las sombras y atravesó
el pecho del ser con una lanza, destrozando su corazón y tiñendo de luminosa
sangre azul el suelo. El ser alado, cuyos ojos reflejaban asombro y pesar,
murió en un instante, dejando una atmósfera de incredulidad y dolor en el aire.
Parmenión ocultó la
joya con cautela entre las dobleces de sus ropajes, consciente de que solo
podrían arrebatársela de sus manos en un enfrentamiento mortal. A su lado,
Hefestión cargó su arco, mientras Parmenión se preparaba para el inminente
combate, sosteniendo firmemente su lanza en posición de ataque.
La traición provenía
de una figura inesperada, el mismísimo Dios Pan, cuyas intenciones y actos eran
ahora un enigma envuelto en sombras. Su lanza ritual había segado la vida del
enviado de los Dioses, y su mirada fija en los compañeros de Alejandro
transmitía una mezcla de desdén y poder divino.
La voz de Pan resonó
con autoridad mientras hablaba con los héroes, cuestionando su valía para
poseer la joya de los dioses. Su solicitud, aunque amable en palabras, estaba
cargada de un sentido de superioridad divina. Extendió su mano en un gesto
demandante, reclamando la joya que yacía en manos de los mortales.
La respuesta a la
petición de Pan era incierta, mientras Rabia, el fiel perro de Filotas, rugía
en dirección al Dios, ajeno a la magnitud de la situación.
Los héroes se
encontraban en un dilema inesperado, enfrentándose a un dios capaz de tomar
vidas y manipular destinos. La tensión era palpable, y la elección que tomaran
a partir de ese momento tendría consecuencias que trascenderían más allá de su
comprensión.
–¡Dame la joya!
–exigió Pan a Parmenión con voz de trueno, su mirada intensa clavada en el
experimentado general.
Parmenión respondió
con desdén: –¿Y quién eres tú? No eres mi dios. En Macedonia, adoramos a
bestias como tú.
Pan, con evidente
enfado, declaró: –Soy Pan, el dios de los pastores.
–¡Pues vete a
pastar... Prepárate para morir! –replicó el general con determinación. En un
gesto rápido y decidido, desenfundó su antigua y afilada espada de bronce,
empuñándola con fuerza, y lanzó una estocada directa al corazón de Pan.
Mientras el dios reía nerviosamente, la espada se hundió en su brazo,
causándole una herida que hizo brotar sangre roja, dejando a Pan desconcertado.
Ptolomeo arrojó su
lanza, que Pan esquivó ágilmente, aunque logró herirle en el hombro. Luego,
desenfundó su espada y colocó su escudo en posición de ataque, cargando con
furia hacia el dios. Filotas se unió al ataque, desenvainando su espada y
blandiendo su escudo, emparejándose junto a su compañero, ambos hábiles
guerreros.
Hefestión lanzó su
flecha, que se rompió al impactar contra la dura piel de la peluda y callosa
mano de Pan.
De los cuatro
guardias de élite de Parmenión, tres entraron en acción, mientras uno de ellos
quedó paralizado por el miedo. Uno de los valientes lanzó una flecha que,
lamentablemente, no logró dañar a Pan, mientras que los otros dos se
abalanzaron con sus lanzas para enfrentar al dios. Uno de ellos logró herir a
Pan en el corazón, causándole un rasguño insignificante.
En ese mismo
instante, la letal espada de Parmenión se transformó en una serpiente, con la
cual el general luchó desesperadamente por soltarse, acabando finalmente decapitándola
con su escudo.
Ptolomeo asestó un
certero tajo en el vientre de Pan, mientras Hefestión entró en combate también
y se unió al cuerpo a cuerpo cargando su arco, a pesar de no ser su
especialidad.
Lamentablemente, uno
de los guardias de Parmenión, Fausto, perdió la vida cuando la lanza de Pan lo
atravesó de parte a parte. A pesar de la terrible pérdida, los demás atacantes
rodearon al dios y lucharon a la muerte en un esfuerzo conjunto.
Pan, elevando a
Fausto y emitiendo un grito de rabia, intentó usarlo como escudo humano para
disuadir a sus atacantes. Sin embargo, esto no los detuvo, sino que los
envalentonó aún más.
Finalmente, Ptolomeo
se arrodilló y clavó su espada de manera certera en el pecho de la bestia
humanoide, alcanzando su inhumano corazón. Combinado con un tajo de Filotas y
una flecha disparada a quemarropa por Hefestión, Pan comenzó a agonizar y
sufrir un horrible destino. Su forma física se deshizo en cenizas, llevadas por
el viento mientras la batalla llegaba a su dramático final.
Parmenión observó su
espada, que previamente se había transmutado en una serpiente, y ahora estaba
de nuevo en su forma original, sin un solo rasguño.
Hefestión tomó la
lanza de Pan, la cual desapareció junto con su propietario.
Ptolomeo se agachó para
examinar la sangre que Pan había derramado en el suelo y, antes de que se
desvaneciera por completo, la probó. Tenía un sabor ácido que contrastaba con
la ceniza que se formaba en su boca.
–¡Hemos matado a un
dios! –exclamó Parmenión, inflado de orgullo por haber asestado el golpe final
y se apuntó el mérito.– A partir de ahora, todo será mucho más sencillo.
Filotas preguntó
preocupado: –¿Y la joya?
Parmenión respondió
palpando la toga donde la tenía escondida: –La tengo a buen recaudo, hijo. Después
de esto, la llevaremos a Alejandro. Esa es mi última palabra.
Clito y Calístenes
regresaron cuando la fiesta había concluido y todos se prepararon para
emprender el regreso en sus embarcaciones, dirigiéndose de vuelta a Olimpia.
Regreso a Pella
El regreso a Pella
marcó tanto el final de sus intrigantes aventuras en la isla como el inicio de
un nuevo y desconocido capítulo en sus vidas.
Una vez a salvo,
Parmenión abordó a Hefestión con una pregunta que lo había intrigado:
–¿Por qué no has soltado
tu arco durante la pelea? ¿y tu espada?
Hefestión le confesó
con sinceridad que no era un experto en el combate cuerpo a cuerpo, ya que su
experiencia militar se había centrado principalmente en el liderazgo y el uso
del arco. Parmenión, incrédulo, juró por los dioses que eso no podía seguir
siendo así y prometió ayudar a su amigo a mejorar sus habilidades de combate.
En el templo de Zeus
en Olimpia, realizó una ofrenda en honor al difunto Fausto y, en un ritual
solemne, incineraron su cuerpo como último adiós.
Mientras tanto,
Hefestión continuaba cuestionando la decisión de llevar la joya a Alejandro,
expresando sus preocupaciones al respecto. Parmenión, por su parte, puso en
duda si Hefestión realmente conocía bien a Alejandro, a lo que el joven líder
se defendió diciendo que era su mejor amigo, aunque esta declaración no pareció
impresionar mucho al experimentado general.
Ptolomeo propuso que
la decisión sobre qué hacer con la joya debía recaer en Alejandro, y Filotas
también respaldó esta idea. La incertidumbre sobre el destino de la joya de los
dioses seguía siendo motivo de debate entre los compañeros, y solo el tiempo
revelaría la elección final que tomarían.
Ya en Pella cada uno
de los compañeros se encontró con personas relevantes de su entorno:
Filipo II, Padre de Alejandro |
En una reunión en el
palacio real, el Rey Filipo, acompañado por su leal guardia de confianza
Pausanias, escuchó atentamente a su general Parmenión, cómo le contaba el relato
de los eventos en la isla. Parmenión compartió los desafíos que enfrentaron sus
jóvenes compañeros, el enigmático templo, la criatura invocada, la recuperación
de la joya y la aparición sorprendente del Dios Pan y su posterior muerte. Los
detalles se tejieron en un relato cautivador, resaltando la traición y la
petición de Pan por la joya. Filipo asintió, tomando en serio la gravedad de la
situación, mientras Parmenión mantenía su mirada aguda y analítica, evaluando
cada palabra.
Parmenión extendió la
joya hacia el rey, pero en un gesto inusual, Filipo la rechazó y le indicó que
era su deber entregársela a Alejandro para que él tomara la decisión final
sobre su destino.
El rey, intrigado por
la lucha de Parmenión contra el dios Pan, le pidió con interés más detalles
sobre ese enfrentamiento épico. Parmenión, con cierta dosis de confianza,
relató los acontecimientos, y el rey asintió, comentando que incluso los dioses
podían caer, pero si uno de ellos debía hacerlo, debería ser a manos de su
mejor general.
Antes de que la
conversación concluyera, Filipo compartió una noticia con Parmenión. Le informó
que tenía la intención de volver a casarse, revelando que había conocido a una
joven flor macedonia. Explicó que su deseo de contraer matrimonio nuevamente se
debía a su intención de dejar atrás el amargo recuerdo de su ex esposa,
Olimpiade de Epiro.
Alejandro Magno, Príncipe de Macedonia |
En un ambiente de
celebración y camaradería, Alejandro y Hefestión compartieron sus experiencias.
Mientras disfrutaban de bebidas y risas, Hefestión narró los desafíos enfrentados
en el templo y la lucha contra la criatura, mientras que Alejandro le relató su
propia interacción con Adreas, uno de los guardias personales de su padre. A
medida que compartían sus historias, reforzaron los lazos de amistad y
complicidad que siempre habían compartido.
El príncipe confesó
su envidia por no haber podido acompañarlos en la aventura que habían vivido,
pero explicó que sus deberes reales y compromisos diplomáticos con su padre, el
rey, se lo habían impedido. Hefestión le aseguró que tendrían muchas más
oportunidades de estar juntos en futuras empresas.
Alejandro expresó su
profundo agradecimiento a Hefestión por ayudar a recuperar la joya de los
dioses, pero Hefestión, preocupado por las posibles repercusiones negativas
para el rey, su familia y el reino, planteó la cuestión de si sería
perjudicial. También preguntó si su madre, Olimpiade, podría tener contactos
influyentes que supieran cómo destruir la joya. Estas preocupaciones dejaron a
Alejandro sintiendo el peso de la responsabilidad y la inquietud en su corazón.
Darmoorh y Ptolomeo
En un encuentro
íntimo, Darmoorh, la princesa persa que había llegado incógnita, buscó a
Ptolomeo para un encuentro apasionado. Sin embargo, sus intenciones iban más
allá de lo romántico, y después de su encuentro íntimo, intentó extraer
información sobre la joya y los eventos en la isla. Ptolomeo, cauteloso pero
intrigado, compartió detalles selectos mientras mantenía su propio secreto
sobre la ubicación de la joya.
Ptolomeo Teoctonos,
autodenominado "el matador de dioses", relató cómo había sido él
quien asestó el golpe final al dios Pan, poniendo fin a su existencia terrenal.
Le explicó a la princesa Darmoorh cómo había arrancado la joya de la mano
inerte de un dios desterrado del Olimpo, que poco después se había desvanecido
en polvo. La princesa persa mostró un vivo interés en saber el paradero actual
de la joya, y Ptolomeo le informó que ahora estaba nuevamente en posesión de
Alejandro. Suponía que se la entregaría al rey Filipo, concluyó mientras
Darmoorh escuchaba atentamente y tomaba nota mental de la conversación.
La princesa persa Darmoorh
compartió que había presentado a una mujer al rey Filipo, y el destino había
conspirado para que ambos se enamoraran profundamente. Esta mujer se llamaba
Cleopatra, igual que la hermana de Alejandro, y se rumoreaba que tenía
conexiones con la embajadora de Persia.
Olimpiade de Epiro, madre de Alejandro |
En un rincón
apartado, la Reina Olimpiade se divertía jugando con el perro Rabia, su mirada
oculta tras una enigmática toga sacerdotal que le otorgaba un aire misterioso.
Filotas se le acercó, compartiendo con ella los detalles de la lucha y la
traición que habían vivido en la isla. La reina escuchó atentamente, su rostro
oculto detrás del velo, y emanó una profunda comprensión. A medida que avanzaba
la conversación, el tono se volvió más serio, insinuando que la Reina podría
poseer su propia perspectiva y conocimiento sobre los eventos.
El regreso a Pella no
solo marcó la conclusión de una aventura, sino que también sembró las semillas
de futuros desafíos y revelaciones. Los vínculos entre los compañeros y su
conexión con figuras influyentes en el reino tomarían un nuevo significado a
medida que se adentraban en un territorio desconocido y lleno de misterio.
Aristóteles, Mentor de Alejandro |
Hefestión convocó a
todos los compañeros y a Aristóteles para una crucial reunión en un majestuoso
salón del palacio real, aunque Alejandro aún no se encontraba presente. La
atmósfera en la estancia estaba cargada de expectación, y la luz se filtraba a
través de las altas ventanas, iluminando las figuras de quienes se habían
congregado.
Aristóteles, el
venerable maestro de todos, tomó la palabra después de una introducción
nostálgica, llena de orgullo hacia sus alumnos. En sus palabras, explicó que aunque
cada uno de ellos pudiera tener opiniones divergentes en cuanto al destino de
la joya, era esencial que, llegado el momento en que Alejandro tomara su
decisión después de evaluar todas las opciones, todos debían estar en pleno
acuerdo. Debían estar dispuestos a comprometerse, independientemente de si la
decisión les gustaba o no, para que no se percibiera ninguna fisura en su
unidad. Si Alejandro optaba por intervenir en lo que fuera necesario, debían
estar dispuestos a seguirlo, sin importar sus preferencias personales. Era
vital que su unidad permaneciera inquebrantable en todos los momentos
cruciales.
Aristóteles, en
presencia del príncipe, planteó la crucial pregunta:
–¿Cómo vais a
aconsejar a Alejandro?
Ptolomeo se mostró
firmemente opuesto a la idea de destruir la joya y abogó por utilizarla, o en
su defecto, ofrecerla como una ofrenda a los dioses.
Por su parte,
Parmenión sugirió que podrían hacer una ofrenda al padre de todos, Zeus, o a
Ares. Si los persas estaban detrás de la conspiración, argumentó que no debían
mostrar clemencia hacia las fuerzas enemigas que intentaran dañar a la familia
real.
Filotas compartió la
opinión de que sería mejor ofrecer la joya a los dioses, y mencionó que Zeus
parecía una opción adecuada. Sin embargo, consideró que la decisión final
debería ser tomada por Alejandro.
Cuando Alejandro
llegó y abrió la caja que contenía la joya, formuló la pregunta que estaba en
la mente de todos:
–¿Qué hacemos con
ella?
Cada uno de los
presentes ofreció su punto de vista, y Alejandro los escuchó atentamente.
Luego, en un gesto de confidencia, miró a Hefestión y le susurró al oído:
–Dime, amigo, ¿qué
debo hacer?
–Debemos destruirla.
–Respondió Hefestión con decisión.
Alejandro tomó la
decisión de que la joya debía ser destruida, considerándolo la opción más
segura. Entonces, la pasó a Parmenión, quien desenvainó su antigua y afilada
espada de bronce, un arma que, aunque de épocas pasadas, seguía siendo la
preferida del general. Con cuidado, colocó la punta de la espada sobre la gema
y comenzó a aplicar presión, notando cómo la preciosa piedra se resquebrajaba
sorprendentemente fácilmente.
Parmenión, consciente
de la gravedad de su acción, se dirigió a Alejandro y preguntó:
–¿Procedo? –buscando
su confirmación, ya que todos eran conscientes de que una vez que se
destruyera, no habría marcha atrás.
La Joya de los Dioses |
Con un certero golpe,
Parmenión impactó contra la joya, lo que resultó en una explosión de luz y
energía tan poderosa que arrojó a todos al suelo y causó estragos en copas y espejos
del salón. Una momentánea ceguera los envolvió, pero cuando recuperaron la
vista y se pusieron de pie, no quedaba ni rastro de la joya; ni siquiera un
fragmento. Había desaparecido sin dejar rastro alguno. Aunque se preguntaron si
podría haber sido falsa, la explosión de energía no daba indicios de ser el
resultado de una joya falsificada.
Con este evento
concluyeron las festividades en Pella, que celebraban la victoria en Queronea y
que otorgaba a Filipo II el control absoluto sobre Grecia.
Consolidando el poder
Filipo comprendió que
para mantener su control sobre Grecia, era esencial establecer una estructura
centralizada de gobierno que garantizara la lealtad de las ciudades-estado.
Para lograrlo, se enfocó en la creación de un sistema administrativo sólido que
involucraba la formación de un cuerpo de funcionarios públicos, la promulgación
de leyes uniformes y la implementación de un eficiente sistema de recaudación
de impuestos.
Además de esta labor
administrativa, Filipo comprendió la necesidad de contar con una fuerza militar
cohesionada y eficaz para mantener la estabilidad en Grecia. Por lo tanto,
dedicó esfuerzos a reorganizar y fortalecer el ejército macedonio,
incrementando su tamaño y estableciendo una estructura más disciplinada y organizada.
Uno de los aspectos cruciales fue la mejora de la formación de la infantería,
dotándola de mayor flexibilidad y adaptabilidad en diferentes situaciones de
combate.
Mientras tanto,
Alejandro se enfocó en perfeccionar la caballería, mejorando su entrenamiento y
equipamiento. La caballería macedonia se ganó la reputación de ser la más
temida del mundo antiguo, gracias a su altamente efectiva técnica de carga,
capaz de romper las líneas enemigas con facilidad.
Además de estas
reformas, Alejandro creó un destacamento de infantería de élite conocido como
los hypaspistas. Estas tropas estaban altamente adiestradas en maniobras de
flanqueo y emboscadas, lo que les permitía ejecutar ataques sorpresa en el
campo de batalla.
La colaboración
incansable entre Filipo y Alejandro fortaleció tanto el poder militar como
político de Macedonia. Filipo consolidó su control sobre Grecia, mientras que
Alejandro, considerado uno de los líderes militares más brillantes de la
historia, estableció los fundamentos para un imperio que se expandiría más allá
de los confines conocidos del mundo antiguo.
Cleopatra, reina de Macedonia |
Otoño 338
El rey Filipo de
Macedonia había consolidado su control sobre gran parte de Grecia, gracias en
parte a una victoria determinante en Queronea, donde Alejandro desempeñó un
papel destacado. Esta victoria sobre los atenienses generó un profundo respeto
entre las filas macedonias, consolidando aún más el liderazgo conjunto de padre
e hijo. A los 18 años, Alejandro demostraba ser un heredero digno del trono de
su padre, mirando hacia el día en que se convertiría en el soberano de todo.
Unos pocos meses
después de la victoria en Queronea, Filipo, ya divorciado de Olimpiade, decidió
tomar una nueva esposa: Cleopatra, una joven de 20 años perteneciente a una influyente
familia macedonia. Cleopatra aceptó unirse en matrimonio con Filipo, pues este
buscaba fortalecer una alianza a través de este enlace con una destacada
familia macedonia. Sin embargo, esta decisión de Filipo desató una feroz
disputa entre Olimpiade y Alejandro.
El conflicto se
centraba en la cuestión de la sucesión al trono. Si Cleopatra, que era de
origen macedonio, diera a luz a un hijo varón, este niño se convertiría en el
heredero legítimo, ya que la madre de Alejandro provenía de Epiro, una región
que no era parte de Macedonia.
Filotas, Compañero de Alejandro |
En el palacio,
Parmenión se dedicaba a la meticulosa planificación de estrategias militares
para futuras conquistas persas. Pasaba tiempo especial con su hijo Filotas, con
quien compartía conversaciones profundas sobre su orgullo paternal al tener un
hijo como él. También abordaban el apodo "El Salvaje" que los
soldados utilizaban para referirse a Filotas debido a su valentía en el campo
de batalla. Parmenión enfatizaba la importancia de la lealtad tanto al rey
Filipo II como a su hijo Alejandro, el futuro monarca.
En cuanto a su vida
matrimonial, Parmenión confesaba a Filotas su falta de fidelidad y lo
presentaba a sus hermanos bastardos, quienes conformaban su guardia personal.
Parmenión dejaba claro que Filotas seguía siendo su primogénito. Los hermanos
bastardos, cuatro en total, todos servían en el ejército macedonio, y el más
cercano a Alejandro era Filotas. Sin embargo, estos hermanos no aceptaban a
Filotas si Parmenión no estaba presente, ya que lo despreciaban por ser el hijo
legítimo y heredero de su padre. Filotas, criado en la isla de las ninfas, no
se ganaba su respeto. Cuando expresaban su desdén, Rabia, el perro de Filotas,
les gruñía en señal de desaprobación.
Ptolomeo, Compañero de Alejandro |
Ptolomeo y Hefestión
hablaron con Alejandro sobre la decisión de su padre, el rey, de volver a
casarse, esta vez con una macedonia. Alejandro se sentía inquieto porque sabía
que si su padre tenía un hijo con esta nueva esposa, el niño se convertiría en
el heredero al trono. Esto representaba una amenaza para Alejandro, ya que él
no era de sangre macedonia pura; su madre era de Epiro, una región fuera de
Macedonia. Esta situación podría poner al futuro hijo por delante de Alejandro
en la línea de sucesión al trono.
Ptolomeo intentó
calmarlo argumentando que tal vez su padre no tendría hijos con su nueva
esposa, o que, en caso de tenerlos, podrían ser niñas en lugar de varones.
Hefestión agregó que,
en última instancia, no podían controlar las decisiones de su padre ni el curso
de los acontecimientos. Alejandro compartió la preocupación de su madre, quien
deseaba que su hijo reinara, pero se sentía impotente en esta situación.
Ptolomeo trató de
tranquilizarlo, recordándole que él era el vencedor de la batalla de Queronea y
que el pueblo macedonio estaba de su lado.
Alejandro también
mencionó que Átelo, el tío de Cleopatra, la futura reina, había estado
propagando rumores de que ella daría a luz a un hijo macedonio puro que sería
el heredero legítimo, insinuando que Alejandro no lo era.
Hefestión compartió
la información con Parmenión, dejándole en claro que su lealtad estaba con el
rey y su legítimo heredero, ya sea Alejandro o no. Para él, cualquier otra
acción se consideraba traición y debía ser castigada con la muerte.
Filotas y Olimpiade
Filotas dedicó su
tiempo a criar perros de guerra a partir de la descendencia del único
superviviente de su camada, Rabia. Su objetivo era lograr una pura raza de
perros fuertes como su padre, cruzándolo con las mejores hembras que pudo
encontrar en Pella. Aunque estaba en las primeras etapas de este proceso, su
visión a largo plazo era formar su propia jauría que pudiera lanzar al campo de
batalla.
Además de su labor
con los perros, Filotas mantenía encuentros secretos con Olimpiade, la madre de
Alejandro. Durante estas reuniones, Olimpiade jugaba con Rabia, el único ser,
aparte de Filotas, al que el perro tenía afecto. Durante sus conversaciones,
Olimpiade se interesaba por el estado de su hijo y cómo estaba lidiando con la
creciente amenaza al trono. Filotas compartía sus preocupaciones con ella, y
ella indagaba hasta dónde estaba dispuesto a llegar. La respuesta de Filotas
era firme: había enfrentado a un león, se había batido con un Minotauro y
derrotado al dios Pan, y seguiría luchando hasta el final. Olimpiade se sentía
satisfecha al escuchar la lealtad de Filotas hacia Alejandro,
independientemente de su estatus como legítimo heredero.
Átelo, tío de Cleopatra |
Otoño 338
Llegó la fecha de la
boda, y como era costumbre en Macedonia, se celebró con una fiesta llena de
festines y abundante alcohol en el palacio real. Después de la ceremonia entre
Filipo y Cleopatra, se llevó a cabo el tradicional banquete macedonio, donde
los hombres bebieron hasta embriagarse.
Hefestión se
encontraba al lado de Alejandro, mientras Parmenión observaba atentamente a los
protagonistas en compañía de su hijo Filotas. Ptolomeo, rodeado de nobles,
tenía la mirada fija en Átelo, el insolente tío de la novia, y se acercó a él
temiendo una posible provocación.
Átelo, el tío de la
novia, propuso un brindis en el que rogaba a los dioses que bendijeran la unión
con un heredero legítimo al trono. Esto enfureció a Alejandro, quien gritó:
–¿Y yo, que soy un
bastardo?".
Acto seguido, arrojó
su vaso de vino hacia Átelo. Ptolomeo agarró el hombro de Átelo y lo obligó a
sentarse, poniéndolo en su lugar y reprendiéndolo por su arrogancia y falta de
sentido común.
–¡Tu cállate bufón! Solo
eres el tío de la novia –exclamó Ptolomeo mientras lo obligaba a sentarse.
Filipo, visiblemente
borracho, se levantó desenvainando la espada y trató de cruzar la habitación
hacia su hijo, pero su embriaguez le hizo tropezar y caer. Alejandro aprovechó
la oportunidad para burlarse de su padre, comentando:
–Este es el hombre
que quiere cruzar Europa y Asia, y ni siquiera puede cruzar de una mesa a otra.
Daria Farah, Embajadora Persa |
Ptolomeo compartió con sinceridad su deseo de que Alejandro ascendiera al trono una vez que Filipo falleciera, señalando que el hijo de Cleopatra quizás no sería un varón, lo que complicaría la sucesión. La embajadora persa, con una pizca de sarcasmo, preguntó qué harían en el exilio, insinuando que había deducido que Filipo podría castigar a su hijo y a quienes estaban cerca de él, enviándolos al exilio.
La respuesta de
Ptolomeo dejó una impresión duradera en la embajadora, ya que sugirió que las
consecuencias de lo sucedido eran previsibles y que su próximo encuentro podría
tener lugar en territorio persa.
Este incidente marcó
el fin de la relación padre-hijo que se había construido durante 18 años, y
también arruinó el potencial de una colaboración militar que a menudo se forja
en las dinastías familiares.
Reino de Epiro |
Alejandro y su madre,
Olimpiade, fueron desterrados por el rey Filipo como castigo por los disturbios
ocurridos durante la boda. Acompañando a Alejandro en su exilio, sus compañeros
también se vieron obligados a partir. El propio rey, en un gesto de desconfianza,
solicitó a Parmenión que supervisara su confinamiento en Epiro.
Epiro era una región
montañosa en la antigua Grecia, ubicada al noroeste de la península. Fue
habitada por varias tribus, como los molosos. Epiro tuvo una relación compleja
con las ciudades-estado griegas, a veces aliándose con ellas y otras veces
enfrentándose. Uno de los aspectos más destacados de Epiro fue el reino de los
molosos, que alcanzó cierto poder bajo el reinado de Pirro. Este rey se destacó
por sus campañas militares y su famoso "pírrica victoria". Epiro
también fue conocido por su ganadería y por ser una región de gran diversidad
étnica y cultural en la antigua Grecia.
Epiro y Macedonia
tenían una relación compleja en la antigua Grecia. Ambas regiones compartían
fronteras y tenían interacciones políticas y militares a lo largo de su
historia. En ciertos momentos, hubo alianzas entre Epiro y Macedonia,
especialmente durante el reinado de Filipo II de Macedonia.
Parmenión reunió a su
destacamento personal, compuesto por los cien guerreros más destacados de
Macedonia, y a su círculo más íntimo, conformado por sus hijos bastardos, para
llevar a cabo esta tarea de vigilancia.
En el exilio en Epiro,
Ptolomeo intentó persuadir a Parmenión de que esta situación de destierro no beneficiaba
a nadie. Insistió en que todos habían sido exiliados y que debían encontrar una
manera de resolver esta complicada situación. Parmenión, en cambio, afirmó que
su deber era actuar como custodio de Alejandro y su círculo, y no involucrarse
en maquinaciones políticas.
El rey Alejandro de
Epiro aconsejó a Ptolomeo sobre la conquista de Persia para que estudiara
cuidadosamente la geografía, las rutas de suministro y las alianzas locales en
Persia. Además, habría sugerido que aprovechara las rivalidades internas y el
descontento dentro del Imperio Persa para debilitar su cohesión. Los puntos
débiles que habría destacado podrían haber incluido la vasta extensión
geográfica de Persia, que dificultaba la comunicación y el suministro de
tropas, así como la diversidad cultural que podría generar tensiones internas.
Mientras tanto,
Hefestión, con su habilidad característica para sembrar discordia, insinuó que
Parmenión no estaba ocupado planificando estrategias para la futura guerra
contra los persas, sino simplemente cuidando de un grupo de desterrados.
Ptolomeo no perdió
tiempo en Epiro y se inmiscuyó en la corte política de la región para
impresionar a la princesa Darmoorh. El rey de Epiro, Alejandro I, se sintió
atraído por las palabras de Ptolomeo, especialmente cuando este prometió que
podría volver a tener influencia en la corte de Filipo II. Recordó cómo Filipo
lo había apartado de su lado cuando se separó de Olimpiade. Con el apoyo de
Olimpiade, que tenía una gran influencia en la ciudad, Ptolomeo hizo sus
movimientos con éxito.
El rey Alejandro de Epiro,
aconsejado por Olimpiade, buscó a Parmenión y le pidió que intercediera ante
Filipo II para perdonar a Alejandro y a su madre. Parmenión prometió al rey de Epiro
que consideraría la solicitud y hablaría con Filipo al respecto.
Ptolomeo insistió
ante Parmenión sobre la singular grandeza de Alejandro, el hijo de Filipo, y
cómo no surgiría otro líder como él. Parmenión, fiel a Filipo, no compartió la
misma devoción hacia el joven Alejandro, ya que su futuro como rey de Macedonia
estaba en duda. Hefestión expresó su descontento con las decisiones impulsivas
de Filipo, argumentando que no eran beneficiosas para Macedonia. En medio de
esta tensión, Parmenión preguntó si estaban del lado del rey o de Alejandro.
Hefestión, Filotas y Ptolomeo declararon lealtad inquebrantable a Alejandro, lo
que llevó a Parmenión a acusarlos de traición y a ellos a señalarlo como un
fanático cerrado de miras en su apoyo a Filipo. La brecha entre ellos se
ensanchó aún más.
Parmenión miró a
Ptolomeo y señaló hacia él con desdén.
–No eres nadie en
comparación con el rey –afirmó con firmeza.– Ninguno de vosotros lo es, ni
siquiera Alejandro. Macedonia no era más que una llanura antes de que Filipo
construyera un reino, y ahora ha logrado unificar a los griegos, algo que nunca
había ocurrido en la historia. Él conquistará todo.
Hefestión intervino
con convicción.
–Alejandro está
destinado a seguir sus pasos –afirmó Hefestión– Lo sabes tan bien como yo.
Filotas, aunque respetuoso
con su padre, compartió su lealtad hacia Alejandro. Sin embargo, dudaba en
contradecir a Parmenión.
Parmenión, con un
gesto tranquilo pero con autoridad, respondió a Hefestión.
–He vivido tres vidas
como la tuya, muchacho –le dijo Parmenión, señalándolo– Habla tu inexperiencia.
Ptolomeo, en un tono
más conciliador, trató de persuadir a Parmenión.
–Tú puedes ayudar a
que eso suceda, Parmenión –insistió Ptolomeo–Alejandro será rey, y tú serás su
general, junto a nosotros.
Parmenión reflexionó
un momento y luego respondió de manera ambigua:
–No lo sé. Por ahora,
solo hay un rey: Filipo.
Parmenión abandonó la
conversación con sus compañeros de Alejandro visiblemente molesto. Sus soldados
le informaron de una comunicación interceptada entre la corte de Epiro y la
corte de Filipo. Sin conocer al autor, Parmenión cortó de inmediato la
comunicación, sin sospechar que en realidad era Ptolomeo quien estaba detrás de
ella, tratando de tender puentes entre ambos reinos.
Como respuesta a este
incidente, Parmenión decidió cerrar filas y sitiar Epiro, impidiendo la entrada
o salida de personas sin su consentimiento. Esta acción le valió la infamia en Epiro
y generó tensiones en la región.
Sin embargo,
Hefestión, con sus habilidades logísticas, logró enviar el mensaje por mar para
que llegara a la corte de Pella. En el mensaje, firmado por Ptolomeo, contactó
con los nobles sobre los que tenía influencia para que presionaran al rey en
favor del perdón a Alejandro.
Por otro lado,
Filotas aprovechó su retiro para continuar con la cría de perros de guerra.
Cruzó una raza descubierta en Epiro y en una granja a las afueras consiguió una
camada de siete cachorros de Rabia, a los que llamó "Hijos de Rabia".
Parmenión viajó a
Pella y se reunió con el rey Filipo, quien le dio la noticia de que su joven
esposa, la reina Cleopatra, estaba embarazada. El general felicitó al rey y,
entre copas de vino, le pidió que reconsiderara su posición y perdonara a
Alejandro. Filipo comprendió que el estado necesitaba un heredero reconocido y
él requería un comandante competente.
Finalmente, convenció
a Alejandro para que regresara a casa, pero Olimpiade decidió no hacerlo.
Aunque hubo una reconciliación, no había garantías de que Alejandro fuera a
heredar el trono.
Un año después de la
boda, Cleopatra dio a luz a un hijo. Si Filipo vivía lo suficiente, el trono no
sería para Alejandro, sino para su hermano, que era un macedonio puro de
sangre.
La expedición
Con la disputa
familiar sin resolver completamente, Filipo, quien ya tenía el control de
Grecia, aspiraba a expandir su reino hacia Asia. Organizó una pequeña
expedición de tropas hacia la costa occidental de Asia, bajo el mando de su
fiel general Parmenión. El propósito era estudiar los obstáculos y establecer
posibles rutas de avance.
Parmenión, el general
más antiguo y de confianza de Filipo, desempeñó un papel fundamental en esta
misión. Además de sus habilidades militares innegables, era un astuto político
conspirador. Su lealtad inquebrantable hacia Filipo era una de sus mayores
virtudes.
La expedición estaba
compuesta por cien soldados de élite bajo el mando de Parmenión, junto con tres
guardias personales de Filipo. Hefestión asumió la responsabilidad de la
logística, asegurando el suministro de comida, transporte, agua y planificando
las rutas. Parmenión y Hefestión se ocuparon de la estrategia militar,
evaluando la mejor zona para el ataque y planificando las posibles batallas.
Por su parte, Ptolomeo coordinaba a los cartógrafos y exploradores para obtener
información precisa sobre el terreno.
Ptolomeo también se
encargaba de entablar contactos con los líderes de los pueblos a los que se
dirigían, evaluando sus lealtades y explorando la posibilidad de futuras
alianzas. Muchos de estos líderes mostraban hostilidad hacia los persas,
mientras que otros simpatizaban con los griegos, lo que les permitía descartar
a los fieles a los persas y a los neutrales como potenciales aliados.
Las alianzas locales
en la región de Macedonia eran bastante limitadas en el pasado. El Imperio
Persa, con su enfoque en el control centralizado, no solía depender de acuerdos
locales en Macedonia ni en otras áreas conquistadas. Sin embargo, a medida que
Alejandro avanzaba hacia Persia, logró asegurar el respaldo de algunas ciudades
griegas y territorios que consideraban a los persas como enemigos debido a
conflictos históricos y rivalidades previas.
El apoyo más notable
en la región de Macedonia provino de ciudades griegas que habían estado bajo el
dominio persa y anhelaban liberarse de su control. Entre ellas, la Liga de
Corinto, una alianza de ciudades griegas, desempeñó un papel crucial al
proporcionar respaldo político y militar significativo a Alejandro.
Por otro lado,
Filotas emprendió una expedición para explorar posibles alianzas en contra de
los persas. Viajó con un equipo diverso que incluía a un cartógrafo para mapear
la región, un explorador encargado de identificar rutas y recursos potenciales,
y una manada de perros que podrían ser útiles tanto para la caza como para la
seguridad. Para encubrir su verdadero propósito, Filotas se presentó como un
comerciante de perros de caza.
La expedición de
Filotas parecía estar bien planificada y organizada, con el objetivo de
establecer conexiones estratégicas en la región.
La tapadera de
Filotas como comerciante de perros de caza resultó ser una estrategia
inteligente, permitiéndole moverse por la región sin levantar sospechas. Su
enfoque principal aparentemente era explorar la disposición de las tribus
locales para aliarse en contra de los persas, una tarea que requería
habilidades diplomáticas y la construcción de alianzas. En este contexto, los
datos cartográficos y el conocimiento del explorador eran de vital importancia
para identificar lugares estratégicos y evaluar las posibilidades de éxito.
No obstante, la
precaución era esencial en la misión de Filotas, dado que explorar territorios
desconocidos y entablar relaciones con tribus y comunidades locales conllevaba
riesgos significativos. La diplomacia y la comunicación efectiva se convertían
en las claves para ganarse la confianza de estas tribus y cumplir con el
objetivo de socavar el dominio persa en la región.
La expedición
liderada por Parmenión en la costa occidental de Asia Menor durante las
campañas de Alejandro Magno fue una maniobra estratégica fundamental para
estudiar los obstáculos y definir posibles rutas a seguir. Parmenión, uno de
los generales más confiables de Alejandro, encabezó esta misión con el
propósito de recopilar información sobre el terreno y las defensas enemigas en
la región.
Durante la
expedición, Parmenión y su contingente llevaron a cabo exploraciones
meticulosas de la costa occidental, evaluando las características geográficas,
la topografía y la presencia de fortificaciones enemigas. Además, reunieron
datos sobre las rutas terrestres y marítimas disponibles, identificando
posibles puntos de entrada y áreas estratégicas para futuras operaciones.
La expedición encabezada
por Parmenión resultó altamente exitosa, y a su regreso a Pella, compartieron
exhaustivamente toda la información con Filipo para comenzar a planificar la
campaña.
Templo de Apolo, Delfos |
337 a. C
Sin embargo, antes de
iniciar su travesía hacia Asia, Filipo decide recurrir nuevamente a la consulta
de los dioses. Encomienda a emisarios, liderados por Parmenión junto a
Hefestión, Filotas y Ptolomeo, la tarea de viajar a Delfos y cuestionar si
logrará vencer a Darío, el Gran Rey de Persia.
Delfos, una próspera
ciudad que fungía como centro de comercio y religión, se alzaba majestuosamente
en una ladera con vistas al golfo de Corinto. Las imponentes columnas del
templo de Apolo dominaban el paisaje. En este lugar sagrado, Apolo, el dios del
sol, la música y la poesía, ejercía su capacidad para predecir el futuro, lo
que le confería un carisma especial y lo convertía en un oráculo.
El oráculo de Delfos
constaba de varios componentes clave: el lugar en sí, el profeta, la
sacerdotisa y las profecías. El templo, donde se exhibían tesoros,
dedicatorias, ofrendas y estatuas, destacaba como el edificio más
significativo. Justo debajo se encontraba el sótano, una sala sagrada desde
donde la sacerdotisa comunicaba las profecías sobre el futuro.
Este lugar sagrado se
alzaba majestuoso en la ladera, con las columnas del templo de Apolo que se
alzaban como gigantes mirando hacia el golfo de Corinto.
Sacerdotisa del Oráculo de Delfos |
El día de la consulta
llegó, un día consagrado en el séptimo mes, en medio de una atmósfera
impregnada de misticismo y expectación. Las palabras de la pitonisa resonaron
en el templo, mientras los compañeros de Alejandro esperaban con gran
expectación. Y entonces, la respuesta emergió, como un enigma del universo:
"El toro está engalanado, y el sacrificio está listo."
Regresaron
triunfantes a Pella con la noticia de que Artajerjes IV Arses había sido
coronado como el Rey de Reyes de Persia y el Faraón del Bajo Egipto.
Filipo, el gran rey y
estratega, inmediatamente se alzó con su interpretación, sus ojos destellando
con ambición. Era como si el mismo Apolo hubiera hablado a través de las
pitonisas. Filipo interpretó estas palabras como un augurio: Darío, el Gran Rey
de Persia, estaba destinado a convertirse en una víctima, sacrificado en el
altar de la historia.
Con esta profecía en
sus corazones, Alejandro y sus compañeros se prepararon para lo que les
depararía el futuro, conscientes de que estaban destinados a forjar su propio
destino en los anales de la historia.