Eterno VII
Muerte de un Rey
(337-336 a. C)
Reino de Epiro |
En ese remoto rincón
de Epiro, conocido por su rica vegetación y su impresionante belleza natural,
existía un lugar secreto donde Olimpiade y Calístenes podían encontrarse
discretamente. Ese sitio especial era una gruta oculta, situada en las
profundidades de un exuberante bosque, que solo los lugareños conocían y a la
que llamaban "La Gruta de las Ninfas".
Para llegar a este
escondite, había que seguir un angosto y sinuoso sendero que atravesaba el
denso bosque de robles y abetos. El sendero se encontraba rodeado de helechos y
flores silvestres, creando la sensación de adentrarse en un rincón olvidado por
el tiempo. La vegetación era tan densa que apenas dejaba pasar la luz del sol,
lo que confería al lugar un aire misterioso y sombrío.
La gruta en sí era
una maravilla de la naturaleza. La entrada de la gruta estaba cubierta de musgo
y enmarcada por raíces que descendían desde el techo rocoso. Una vez dentro,
uno se encontró en un espacio subterráneo iluminado por la suave luz de
antorchas dispuestas estratégicamente. Las paredes de la gruta estaban
decoradas con estalactitas y estalagmitas que parecían formar patrones
caprichosos.
En el centro de la
gruta, se encontró un pequeño estanque de agua cristalina alimentado por un
manantial subterráneo. El suave murmullo del agua creaba una atmósfera serena y
relajante. Rodeando el estanque, había cómodas rocas y troncos donde Olimpiade
y Calístenes podían sentarse y mantener sus conversaciones en privado.
La gruta estaba
imbuida de una profunda sensación de tranquilidad y secreto, un lugar donde los
susurros de las conversaciones se perdían entre las rocas y donde el misterio
se entrelazaba con la belleza natural. Era el rincón perfecto para que
Olimpiade y Calístenes se reunieran en secreto y trazaran sus planos, rodeados
por la paz y la majestuosidad de Epiro.
En la penumbra de una
sala iluminada por escasas velas, Olimpiade, la ex reina de Macedonia, se
erguía en una escena enigmática y fascinante. Su figura se recortaba en las
sombras, añadiendo un toque de misterio a su presencia.
Ocupando un antiguo
trono tallado en madera oscura, Olimpiade sostenía con delicadeza a su
serpiente doméstica, un reptil con escalas brillantes y colores vibrantes. La
serpiente se deslizaba suavemente entre sus manos, moviéndose con gracia y
bailando al compás de sus gestos.
El cabello oscuro de
Olimpiade fluía en cascada sobre sus hombros, creando un marcado contraste con
su piel pálida y su vestido de seda negra que se deslizaba elegantemente. Sus
ojos, llenos de valentía y astucia, parecían resplandecer en la penumbra
mientras observaba a su serpiente, como si compartieran un profundo secreto.
A medida que la
serpiente se deslizaba por sus manos, un destello de malicia se insinuaba en la
sonrisa de Olimpiade. Parecía estar tejiendo su próximo movimiento en el
intrincado juego de intrigas y conspiraciones que rodeaba a su hijo Alejandro y
al trono de Macedonia. La suave caricia de la serpiente reflejaba su destreza
para moverse en las sombras, siempre un paso adelante en su búsqueda de poder y
venganza.
En medio de la noche
oscura, este cuadro capturaba la esencia de Olimpiade: una mujer astuta y
decidida, con una serpiente como confiada en sus maquinaciones secretas, lista
para desempeñar su papel en el complejo tablero político de la antigua
Macedonia.
–Calístenes, necesito
tu ayuda en un asunto de suma importancia, –susurró Olimpiade, con una mirada
furtiva que denotaba la gravedad de la situación. Calístenes la miró atentamente
mientras asentía, listo para escuchar sus intrigantes palabras.
–Mi hijo, Alejandro,
estaba en peligro de perder su derecho al trono. –concluyó Olimpiade con una
profunda preocupación que se reflejaba en sus ojos.
Calístenes la observó
con atención y asintió en silencio.
–La nueva reina,
Cleopatra, ha dado a luz a un hijo –dijo Olimpiade con una expresión seria en
su rostro– un heredero que, según las leyes, podría reclamar el trono antes que
Alejandro. Mis temores se están haciendo realidad.
–¿Esta información es
de dominio público? –preguntó Calístenes en voz baja.
–El mismo rey Filipo
ha compartido la noticia con la corte. –respondió Olimpiade con preocupación.
–He escuchado rumores
al respecto. –agregó Calístenes.
–Calístenes, tú tienes
acceso a la corte y gozas de la confianza del rey Filipo, –dijo Olimpiade
mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchara–
necesito que intercedas ante él, que hables en secreto y lo convenzas de que
Alejandro es el verdadero heredero, el destinado a reinar sobre Macedonia.
–¿Creéis que el rey
me escuchará? –preguntó Calístenes mostrando inquietud.
–Eres sobrino de
Aristóteles, y él es amigo de Filipo, –respondió Olimpiade– debería prestarte
atención.
–Mi reina, Alejandro es
el mejor candidato para ser el futuro rey. Seguramente el propio Filipo lo
sabe. –dijo Calístenes– Ya debe de haber muchos conspirando, incluso entre los
persas..."
–El problema es que
no creo que tenga la suficiente confianza con el rey como para que tome en
cuenta mis palabras –continuó Calístenes– no me veo capaz de realizar esta
tarea. El rey es terco, –Olimpiade asintió, compartiendo su opinión– como dice
el refrán, "el dato mata al relato". Si tenemos pruebas que respalden
nuestros argumentos, serán mucho más convincentes.
Olimpiade reflexionó
sobre las palabras de Calístenes, consciente de la verdad en ellas. La lucha
por el trono de Macedonia estaba en juego, y necesitaban pruebas sólidas para
respaldar su causa.
–Calístenes, el
futuro de Macedonia estaba en juego, –dijo Olimpiade al historiador– mi hijo ha
demostrado ser digno de liderar este reino. Prometo que, si tienes éxito en
esta misión, serás recompensado generosamente y tu nombre será recordado en la
historia de nuestro imperio.
–Mi Señora, no
necesito recompensa alguna, pero esta tarea que me encomendáis no es sencilla.
–Respondió Calístenes intentando convencer a Olimpiade– Vos, Alejandro y
nuestros amigos exiliados somos como Leónidas y los espartanos luchando contra
los persas en las Termópilas.
–¿Hay algo que tú
conozcas para hacer ver al rey que está equivocado? –preguntó Olimpiade
desesperada.
Calístenes reflexionó
por un momento y luego respondió:
–Alguien. Tito Clito
puede hablar con el rey. Ahora es un oficial al que el rey tiene en muy alta
estima. Ha demostrado ser un gran héroe en Queronea y, al no estar influenciado
por la corte, es alguien a quien el rey escuchará. Filipo siente cierto apego
por Clito, y sus palabras pueden ser eficaces en los oídos del rey.
–¿Crees que el rey le
escuchará? –preguntó Olimpiade con preocupación.
–Espero que sí.
–Respondió Calístenes.
Mientras Olimpiade
jugueteaba con una serpiente en su regazo, continuó:
–He pensado en otras
acciones en las que podrías contribuir a nuestra empresa. Calístenes, como
historiador y cronista de la corte, podrías recopilar información sobre la vida
y los eventos en la corte, incluyendo detalles sobre Cleopatra y su hijo. Esta
información podría ser valiosa para buscar debilidades o puntos de presión.
–Necesito que
trabajes en las sombras para recopilar información que pueda utilizarse para
desacreditar a Cleopatra, ya sea revelando detalles de su pasado o destacando
su conducta inadecuada en la corte.
–Dado tu talento
retórico, podrías redactar discursos y argumentos persuasivos que se podrían
utilizar para cuestionar la legitimidad del heredero y promover a Alejandro
como el heredero adecuado. –Continuó Olimpiade.
Calístenes aceptó la
tarea con decisión y dijo:
–Encontraré una falla
en la armadura, una ranura por la que podamos atravesar sus defensas.
–Estoy en deuda
contigo, Calístenes. –Dijo Olimpiade asintiendo con gratitud– Este es un juego
peligroso, pero estoy dispuesta a arriesgar todo por mi hijo y por el futuro de
nuestro reino.
–Lo hago gustoso
–respondió Calístenes asintiendo con osadía.
–La prudencia será
nuestra aliada, Calístenes. –Dijo Olimpiade con gratitud y tristeza– Ahora,
dime, ¿dónde y cuándo puedo encontrarte en secreto para recibir noticias de tus
progresos?
–¿Tienes una esclava
de confianza que no sea muy conocida, una que no llame la atención? –pregunto
Calístenes considerando la pregunta de Olimpiade.
–Sí, la tengo
–asintió Olimpiade.
–Tengo en mi taller a
un joven maestro herrero, y esta esclava será la amante de dicho maestro
herrero. –continuó Calístenes con su plan– Será normal que se encuentren en la
noche e intercambien muestras de afecto... y alguna carta entre nosotros.
Olimpiade sonrió,
aprobando la idea:
–Me parece una idea
genial. –dijo Olimpiade sonriendo y aprobando la idea– Cuando tengas novedades,
envía un mensaje de esta forma. Nuestra lucha apenas comienza, pero estoy
segura de que, juntos, lograremos que Alejandro recupere su legado.
–Ese es mi objetivo
–añadió Calístenes con seguridad.
Concluida esta
conversación clandestina, Olimpiade y Calístenes se sumergieron en una
conspiración secreta para garantizar el futuro de Alejandro como rey de
Macedonia. Sus acciones se desarrollaron en las sombras de la corte, mientras
luchaban por proteger el legado de Alejandro y el destino de su imperio.
Calístenes, sobrino de Aristóteles |
Calístenes abandonó
la reunión con Olimpiade con una idea maquiavélica en mente: que la
desaparición del hijo de Cleopatra podría resolver el problema. Sin embargo,
una chispa de humanidad, impulsada por la rabia de Meir, lo llevó a desechar
rápidamente esta idea retorcida y pasar a la acción.
El historiador y
cronista de Alejandro comenzó a investigar historias de imperios o reinos que,
en circunstancias similares a las de Macedonia en ese momento, habían
enfrentado la amenaza de desaparecer debido a un error en la línea de sucesión.
Calístenes buscaba evidencia de situaciones en las que un niño heredero había
arrebatado el trono a un hermanastro mayor digno, lo que había llevado a la
destrucción del reino. Su búsqueda se convirtió en una misión para encontrar
precedentes históricos que respaldaran su causa.
Calístenes, con la
orientación de Meir, quien le sugirió ciertos textos donde buscar, finalmente
desenterró una historia que resonaba con la situación potencial en Macedonia si
se elegía a un heredero equivocado y carente de experiencia. La historia en
cuestión era la de la Dinastía Xia, que había florecido en la antigua China
mucho antes de la era de Alejandro Magno.
Según la leyenda transmitida
en estos textos antiguos, la Dinastía Xia fue establecida por Yu el Grande, un
líder conocido por sus esfuerzos en el control de inundaciones y el desarrollo
de la agricultura. Tras la muerte de Yu, su hijo, Qi, subió al trono. No
obstante, Qi fue ampliamente considerado como un gobernante cruel e ineficaz,
cuyo reinado estuvo marcado por la opresión y la tiranía.
El pueblo, hastiado
de su liderazgo, comenzó a resistirse activamente a su autoridad. En este
período tumultuoso, un héroe llamado Jie emergió como líder de la resistencia
contra Qi. Con el tiempo, Jie lideró una exitosa revuelta que derrocó a Qi. Sin
embargo, en lugar de instaurar un gobierno más justo, Jie se convirtió en un
tirano aún más despiadado que su predecesor.
La revuelta contra Qi
y el ascenso de Jie al poder condujeron al colapso de la Dinastía Xia. Este
período de inestabilidad resultó en la caída de la dinastía, que fue
reemplazada por la Dinastía Shang, marcando el inicio de una nueva era en la
historia china.
Aunque la historia de
la Dinastía Xia estaba envuelta en leyendas y mitos, con posibles exageraciones
y distorsiones a lo largo del tiempo, servía como un ejemplo claro de cómo un
líder indigno y la sucesión de un heredero niño podría precipitar el colapso de
un imperio o dinastía.
Calístenes finalmente
había encontrado el ejemplo histórico que necesitaba para respaldar su causa.
Calístenes, el astuto
consejero y historiador de la corte macedonia, pasó muchas noches en vigilia
reflexionando sobre el futuro del imperio. La situación era incierta, y la
sombra de la sucesión pesaba sobre él como una nube oscura. Filipo, el rey de
Macedonia, estaba envejeciendo y, aunque aún era poderoso y carismático,
Calístenes sabía que los años no pasaban en vano.
Haciendo un análisis
minucioso de las circunstancias, calculó que si Filipo viviera otros diez años,
el imperio podría mantener su estabilidad, al menos por ese tiempo. Sin
embargo, tenía serias dudas sobre lo que vendría después. La sucesión no estaba
garantizada, y el joven Alejandro, a pesar de sus notables logros y talentos,
aún era un príncipe con un camino incierto hacia el trono.
En sus cavilaciones
nocturnas, Calístenes llegó a una conclusión sombría. Sabía que no podía
predecir con certeza el futuro, y que la incertidumbre era una constante en la
política y el poder. En lugar de tratar de moldear el destino con maquinaciones
y conspiraciones, decidió dejar ese sueño en manos del azar. Era una elección
difícil, pero también una muestra de su profundo respeto por la grandeza que
Filipo había logrado.
Calístenes dedujo
que, en última instancia, era el destino el que decidiría el curso de los
acontecimientos. A pesar de su deseo de ver a Alejandro en el trono, entendió
que solo el tiempo revelaría si el joven príncipe sería digno de liderar el
imperio. Así que, con una sensación de resignación, decidió seguir siendo un
observador paciente de los eventos que se desarrollarían en los años venideros,
dispuesto a adaptarse a cualquier giro del destino.
Para lograr esto,
Calístenes decidió adoptar un enfoque meticuloso y basado en evidencias
empíricas. Su estrategia se centró en observar detenidamente a la familia real
y recopilar información sobre los rasgos físicos y las características
hereditarias.
Comenzó por estudiar
el árbol genealógico de Filipo, Cleopatra y el niño, buscando posibles
similitudes o discrepancias en los rasgos familiares. Calístenes también se
aseguró de que los informantes de la corte y los sirvientes proporcionaran
detalles sobre el nacimiento y la crianza del niño, prestando especial atención
a cualquier dato que pudiera ser utilizado para cuestionar su linaje.
Además, Calístenes
llevó a cabo investigaciones sobre la herencia genética y las características
físicas de la familia real macedonia. Esto incluyó estudios sobre la herencia
de rasgos como el color de ojos, cabello y la contextura física, en un esfuerzo
por encontrar cualquier discrepancia que pudiera utilizarse para alimentar las
dudas sobre la paternidad del niño.
Una vez que reunió
suficiente información, Calístenes comenzó a difundir cuidadosamente estas
observaciones entre aquellos que podrían estar dispuestos a creer en la
posibilidad de que el niño no fuera realmente hijo de Filipo. No buscaba lanzar
acusaciones directas, sino más bien crear una corriente de rumores subyacentes
que generaran incertidumbre y desconfianza.
El plan de Calístenes
estaba en marcha, y dependía de su habilidad para mantener estos rumores en
constante crecimiento, sembrando la duda sobre la legitimidad del niño y, al
mismo tiempo, apoyando discretamente a Alejandro como la mejor opción para
liderar Macedonia.
Olimpiade de Epiro, madre de Alejandro |
En medio de la
oscuridad de la noche en Pella, la antigua capital de Macedonia, Olimpiade, la
madre de Alejandro, planea un encuentro clandestino que podría cambiar el
destino del reino. Ella se encuentra exiliada en Epiro, lo que significa que
este encuentro podría costarle la vida si es descubierta por los partidarios de
Filipo y Cleopatra. Sin embargo, está decidida a hacer todo lo que esté a su
alcance para asegurar el trono para su amado hijo.
Olimpiade, vestida
con ropas discretas y un velo que oculta su rostro, se desliza sigilosamente
por las calles vacías de Pella. La tensión en el aire es palpable mientras se
dirige hacia un lugar previamente acordado. Su corazón late con fuerza en su
pecho, consciente de los riesgos que implica este acto audaz.
Mientras Olimpiade
avanza en la penumbra, finalmente llega a un rincón sombrío cerca del río.
Allí, entre las sombras, espera a Clito, el hombre en quien confía para llevar
a cabo su plan secreto. La noche está completamente en silencio, rota solo por
el susurro del viento y el suave chapoteo del agua contra las orillas del río.
De repente, un leve
crujido de hojas secas alerta a Olimpiade, y sus sentidos se agudizan aún más.
Delante de ella, emerge Clito, con la misma cautela en cada paso. Viste ropas
oscuras que se confunden con la noche, y su rostro apenas visible bajo una
capucha.
Este encuentro
clandestino, en medio de la oscuridad y el riesgo, marca el comienzo de una
conspiración que podría cambiar el curso de la historia de Macedonia. Olimpiade
y Clito están dispuestos a arriesgarlo todo en su búsqueda por asegurar el
trono para Alejandro y preservar su legado en medio de las sombras del poder.
–Clito, no podemos
arriesgarnos a que nadie se dé cuenta de mi viaje aquí, a Pella. Este encuentro
debe ser rápido y discreto. –Dijo Olimpiade susurrando con urgencia.
–Mi señora, no
debíais haberos puesto en peligro –dijo Clito preocupado.
–No quería que nadie
te relacionase conmigo en un viaje a Epiro –dijo Olimpiade– esto es más
arriesgado para mí pero más seguro para nuestro objetivo.
–Tengo a alguien
fiable consiguiendo información y difundiendo rumores entre la nobleza y la
corte de que el recién nacido no es realmente el hijo de Filipo. –Susurró
Olimpiade– Estos rumores podrían sembrar dudas sobre la legitimidad del
heredero.
–Yo por Alejandro
daría mi vida –respondió Clito.
–Clito, sabes tan
bien como yo que el destino de mi hijo Alejandro está en peligro. –Dijo
Olimpiade con voz suave pero decidida– Ese niño de Cleopatra amenaza su legado
y su reino.
–No me rendiré tan
fácilmente. –Dijo Olimpiade llena de orgullo– Alejandro es el verdadero
heredero, el que está destinado a ser el rey de Macedonia. Y haré lo que sea
necesario para asegurarme de que eso suceda.
–Podríamos acabar con
el hijo y con la madre si fuera necesario –sugirió Clito mirando cautelosamente
alrededor.
–Ese trabajo sería
demasiado sucio –dijo Olimpiade– levantaría demasiadas sospechas. Debemos ser
más sibilinos.
–Clito, debemos
sembrar la semilla de la duda. Debemos cuestionar la legitimidad del heredero
de Cleopatra. ¿Qué sabes sobre la concepción de ese niño? –preguntó Olimpiade
con una chispa de malicia en sus ojos.
–Todo parece estar
bien en su entorno, no hay nada turbio, al menos a simple vista. –Respondió
Clito frunciendo el ceño.
–A mi modo de ver
tenemos la vía del desprestigio, sembrando la duda de la legitimidad del hijo
de la reina Cleopatra –Dijo Clito– y la otra vía sería convencer a Filipo de
que Alejandro es la mejor opción para sucederle.
–Es un buen punto de
partida. –Añadió Olimpiade sonriendo astutamente– Necesitamos encontrar
cualquier detalle, información que pueda hacer dudar de que ese niño sea
realmente de Filipo. ¿Puedes investigar más, Clito? ¿Puedes buscar testigos,
hablar con personas cercanas a la reina Cleopatra?
–Podría. –Respondió
Clito– Se me ocurre buscar documentos que tracen su descendencia y verificar su
verdadero origen.
–Tengo a alguien de
confianza con ese asunto –Dijo Olimpiade pensativa.
–Debemos socavar la
legitimidad de ese niño, Alejandro debe tener acceso al trono de Macedonia y de
toda Grecia –Dijo Olimpiade llena de ambición.
–Así debe ser –añadió
Clito.
–Clito, –Dijo
Olimpiade mirando a los ojos al joven– he pensado que eres la persona adecuada
para ayudarme con varias cosas:
–Podrías utilizar tu
influencia para sobornar a sirvientes y consejeros cercanos a la reina
Cleopatra. Estos individuos podrían proporcionar información comprometedora o
actuar en contra de los intereses de Cleopatra.
–Podría buscar malos
hábitos entre el círculo de confianza de la reina y convencerlos para cooperar
con nuestra causa –dijo Clito.
–Excelente –dijo Olimpiade
asintiendo contenta.
–También he pensado
que podrías ayudar a crear documentos falsificados que cuestionen la
ascendencia del hijo de Cleopatra. Estos documentos podrían utilizarse como
evidencia en una campaña para socavar su legitimidad.
–Podría hacerlo
–respondió Clito– pero necesitaríamos a alguien influyente que legitime dichos
documentos, quizás Aristóteles.
–Tengo a alguien
cercano a él que podría hacerlo –dijo Olimpiade– sería peligroso involucrar
directamente a Aristóteles, podría descubrirnos.
–Como desees –dijo
Clito.
–Y la tarea más
difícil y peligrosa... –dijo Olimpiade– quizás podrías utilizar tu reciente
afinidad con Filipo para influir discretamente en sus decisiones. Podrías
destacar las virtudes de Alejandro y cuestionar la legitimidad del heredero
recién nacido, sin que Filipo sospeche de tus intenciones.
–Puedo intentarlo
–dijo Clito– al menos hasta que Alejandro salga del exilio.
La oscuridad de la
noche los envolvía, ocultando sus conspiraciones a los ojos del mundo. La madre
y su confidente Clito "El Negro" sabían que estaban jugando con
fuego, pero creían que este riesgo era necesario para lograr su objetivo: ver a
Alejandro convertido en el rey que estaba destinado a ser.
Filipo II, rey de Macedonia |
En el majestuoso
palacio de Pella, la capital de Macedonia, el aire estaba cargado de intriga y
secretos. El rey Filipo II, un hombre imponente con barba y cabello oscuro,
había convocado a Clito, uno de sus más leales confidentes, para una reunión
secreta en las sombras del palacio.
La sala en la que se
encontraban estaba apenas iluminada por antorchas estratégicamente dispuestas,
que arrojaban destellos intermitentes de luz sobre las paredes decoradas con
ricos tapices. El suelo estaba cubierto por una alfombra de colores profundos
que amortiguaba los pasos, contribuyendo a la sensación de opulencia que
permeaba el lugar.
El rey Filipo se
encontraba sentado en un trono ricamente ornamentado, con una expresión seria y
penetrante en su rostro. Sus ojos, oscuros como la noche, permanecían fijos en
Clito, quien estaba de pie frente a él, manteniendo una postura respetuosa pero
firme. La sala resonaba con la autoridad y el poder que emanaban del rey.
–Clito, has
demostrado ser uno de mis hombres de mayor confianza. Tu lealtad y valentía en
el campo de batalla son indiscutibles, y tu astucia es reconocida por todos.
–Dijo Filipo con una voz profunda y autoritaria.
–Mi señor, le
agradezco sus palabras –respondió Clito con un tono de respeto– ¿Tiene un
momento para hablar conmigo?
Filipo, en un gesto
majestuoso, se levantó de su trono y se acercó a Clito. La sala quedó sumida en
un silencio tenso mientras el rey y su leal confidente se enfrentaban en una
conversación que podría cambiar el curso de la historia de Macedonia.
–Clito, el destino de
Macedonia pende de un hilo. –Susurró Filipo con una pizca de preocupación– Soy todo oídos.
Clito, sirviéndose
una copa de vino y mirando al suelo, escogía cuidadosamente sus palabras para
transmitir su mensaje al rey de la manera más adecuada posible.
–Mi rey –comenzó
Clito–, usted sabe mejor que nadie cuánto ha invertido en Alejandro y en todos
nosotros, con un único propósito: encontrar el mejor camino para Macedonia.
–Mi hijo Alejandro
merece el trono –dijo Filipo mientras se servía una copa de vino–, pero los
vientos de cambio soplan en mi contra. Cleopatra, la madre de mi hijo, ha dado
a luz a un heredero. La legitimidad de mi dinastía está en peligro.
Clito observó al rey
con atención, comprendiendo la gravedad de la situación. La sombra de una
conspiración se cernía sobre ellos mientras Filipo confiaba en su confidente
Clito información crucial.
–Estoy plenamente
consciente de ello, mi rey –afirmó Clito con convicción–, pero desde el día en
que nos conocimos, hemos tomado las decisiones más sabias. Estoy seguro de que
Alejandro será el mejor de los reyes, superando incluso a lo que tenemos ahora.
Lo has visto en la batalla, su valentía y habilidad estratégica son
insuperables.
El rey sabía que solo
Clito tenía el valor o la suprema audacia para decirle lo que no quería
escuchar.
El rey y Clito se
miraron significativamente, sellando un pacto que podría cambiar el rumbo de la
historia de Macedonia. En ese momento, el destino de la nación y el futuro de
Alejandro Magno quedaron en manos de dos hombres decididos a hacer lo que fuera
necesario para proteger su legado y su reino.
–Debes perdonar a
Alejandro y permitir su regreso del exilio –insistió Clito.
–Lo consideraré –dijo
Filipo, vaciando su copa de un trago–, te lo prometo, Clito. Lo pensaré...
Clito, el Negro, Compañero de Alejandro |
Clito recurrió a sus
contactos en los bajos fondos de la ciudad, relaciones que había cultivado
durante años. Estos contactos le proporcionaron información valiosa sobre la
vida privada de los sirvientes y consejeros de Cleopatra. Conocían sus
debilidades y sus secretos mejor guardados. Clito corroboró la información a
través de uno de sus esclavos, un astuto asesino tebano a su servicio,
garantizando la veracidad de los datos.
Con la información
recopilada, Clito tenía en sus manos un arsenal de datos comprometedores.
Comenzó a coaccionar a los sirvientes y consejeros, utilizando su conocimiento
de sus debilidades. Aquellos con problemas financieros podían recibir pagos
generosos a cambio de información, mientras que aquellos con adicciones podían
obtener su suministro a cambio de lealtad. El chantaje se convirtió en una
herramienta poderosa para asegurarse de que estos individuos permanecieran
leales a su causa.
Con la lealtad de
algunos sirvientes y consejeros comprada mediante sobornos y chantaje, Clito
comenzó a obtener información estratégica sobre los planes y movimientos de
Cleopatra. Esto le permitió anticipar sus acciones y tomar medidas para
contrarrestarlas.
A lo largo de este
intrincado proceso, Clito actuó con sigilo y discreción, asegurándose de que
sus acciones no fueran descubiertas por Cleopatra ni por sus aliados. Su
habilidad para manipular a individuos vulnerables y utilizar sus conexiones en
los bajos fondos le permitió obtener información valiosa que podría ser
utilizada en su lucha por asegurar el trono para el joven Alejandro Magno y su
madre, Olimpiade.
¿Falsificación?
En el meollo de una
intriga palaciega, Clito, un hábil estratega y conspirador, se embarcó en una
oscura búsqueda para socavar la legitimidad del heredero macedonio. Con la
confianza de su aliado egipcio, quien había tejido una red de conexiones en el
mundo de los escribas, Clito tenía un plan maestro en mente: la creación de
documentos falsificados que cuestionarían la ascendencia del joven príncipe y
sembrarían las semillas de la discordia en la corte macedonia.
En un oscuro rincón
de Pella, Clito se encontró con su aliado egipcio. Los dos hombres habían
entablado una relación clandestina basada en un objetivo compartido: desafiar
la posición del heredero. Clito explicó con osadía la naturaleza de su misión:
documentos que arrojarían sombras de duda sobre la herencia macedonia del niño.
Detalles cuidadosamente planeados, como genealogías y fechas, debían ser
perfectos.
Con el compromiso de
su aliado egipcio, se embarcaron en la búsqueda de escribas hábiles y
experimentados. Estos hombres eran maestros en el arte de la escritura y
conocían a fondo la cultura egipcia. Reunidos en secreto, comenzaron su tarea
crucial de crear documentos falsificados que fueran difíciles de distinguir de
los originales.
El proceso de
creación de los documentos falsificados fue meticuloso. Los escribas utilizaron
pergaminos auténticos y tinta de alta calidad para darle a los documentos una
autenticidad innegable. Cada detalle, desde los nombres hasta las fechas, se
eligió con cuidado. Los documentos debían parecer legítimos en todos los
sentidos.
Una vez finalizados
los documentos, Clito y su aliado egipcio los revisaron minuciosamente. No podían
permitirse ningún error o inconsistencia. La credibilidad de sus esfuerzos
dependía de la precisión de los documentos. Después de extensas revisiones,
estaban listos para la siguiente fase.
Con los documentos
falsificados en su poder, Clito y su aliado idearon una estrategia de
distribución cuidadosamente planeada. Colocaron los documentos en lugares donde
podrían ser encontrados por personas influyentes o por aquellos que
cuestionaban la legitimidad del heredero. La ubicación estratégica sería esencial
para el éxito de su plan.
Antes de pasar al
último paso y distribuir los documentos falsificados, Clito decidió enviárselos
a Calístenes, el sobrino de Aristóteles y amigo suyo, para que los corroborara
y evaluara su calidad.
Calístenes recibió un
sobre con los documentos y realizó todas las pruebas que haría en cualquier
pergamino encontrado en una biblioteca o lugar donde se guardaran documentos
antiguos. Estudió el tipo y la calidad del papiro, la antigüedad y conservación
del material, la caligrafía utilizada, el idioma en el que estaban escritos y
la gramática empleada. Una vez completadas las evaluaciones, entregó la
valoración al agente sin revelar la identidad de quien lo envió.
Además, Calístenes
buscó minuciosamente si la información contenida en estos documentos
falsificados podría encajar con los documentos ya existentes, si cubría lagunas
y se ajustaba a la cronología histórica conocida.
Después de llevar a
cabo todas las investigaciones pertinentes, Calístenes llegó a una conclusión
sólida: los documentos eran de una calidad sublime. Todos los detalles
encajaban perfectamente, no parecían falsos en absoluto. La habilidad de los
escribas egipcios detrás de ellos era innegable, y los documentos encajaban
perfectamente en la cronología, a excepción del hecho de que la información que
contenían era falsa.
Con su evaluación
completa, Calístenes entregó los documentos al agente, proporcionando su
validación de su autenticidad.
Clito recibió la
certificación de Calístenes y esperó pacientemente el momento adecuado para
revelar los documentos, que llegó cuando Alejandro y su grupo regresaron del
exilio tras el perdón del rey Filipo.
Una vez en posesión
de los documentos, Clito los entregó a Olimpiade, quien asumió la
responsabilidad de dar el siguiente paso en su maquiavélico plan.
Además de distribuir
los documentos, Olimpiade y sus hábiles espías se encargaron de difundir
rumores sobre su existencia. La noticia de estos documentos misteriosos se
propagó rápidamente, llegando a oídos de aquellos que podrían utilizarlos para
sus propios fines. La semilla de la duda comenzó a germinar en la mente de la
gente, y la legitimidad del heredero fue ampliamente cuestionada.
En esta oscura trama
de engaño y maquinaciones, Clito y Olimpiade trabajaron incansablemente para
debilitar la posición del joven heredero y allanar el camino para un futuro
incierto. Con documentos falsificados en juego y rumores que se propagaban como
un incendio forestal, el destino de la corte macedonia se volvía cada vez más
incierto, mientras Alejandro Magno aguardaba en las sombras, listo para
reclamar su derecho al trono.
Aristóteles, Mentor de Alejandro |
El aroma a papiro
antiguo y a madera pulida llenaba el aire de la biblioteca del palacio de
Pella. Las antorchas, con sus llamas danzantes, arrojaban sombras intrincadas
sobre los estantes que albergaban innumerables pergaminos y manuscritos. En
este santuario del conocimiento, Calístenes, el joven sobrino de Aristóteles,
se encontraba inmerso en un profundo debate filosófico con su sabio tío.
Calístenes era un
joven de apariencia delicada pero con ojos brillantes de inteligencia. Su
cabello oscuro caía en cascadas de rizos que enmarcaban su rostro de tez clara.
Tenía una mirada penetrante y curiosa que revelaba su sed insaciable de
conocimiento. Siempre vestía con ropas sencillas pero elegantes, mostrando su
dedicación a la sabiduría en lugar de a las extravagancias mundanas. Su postura
era erguida y su gesto, aunque serio, se suavizaba cuando se sumergía en
discusiones filosóficas. La pasión por el aprendizaje brillaba en sus ojos, y
su mente aguda y perspicaz lo convertía en un estudiante excepcional de su tío,
Aristóteles.
Aristóteles era un
hombre de mediana edad, con una barba densa y encanecida que le confería una
apariencia venerable. Sus ojos, profundos y reflexivos, reflejaban una
sabiduría antigua y un intelecto agudo. Vestía con sencillez pero con
elegancia, su túnica de tonos oscuros a menudo cubierta por los pergaminos que
siempre llevaba consigo. Su presencia emanaba autoridad y respeto, y su voz,
profunda y resonante, tenía el poder de cautivar a cualquier audiencia. Cuando
hablaba, cada palabra estaba imbuida de conocimiento acumulado a lo largo de
los años. Siempre tenía una expresión serena pero apasionada cuando discutía
filosofía o ciencia, mostrando un amor inquebrantable por el aprendizaje y la
verdad. Su rostro estaba marcado por líneas de experiencia y pensamiento
profundo, revelando la inmensidad de su conocimiento y la profundidad de su
comprensión del mundo.
Calístenes, con una
expresión seria y ligeramente preocupada en su rostro, comenzó la conversación,
planteando una pregunta que había estado atormentando su mente.
–Maestro, he estado reflexionando sobre la conspiración
que se está llevando a cabo en la corte. ¿Hasta qué punto podemos justificar
nuestras acciones en busca de un bien mayor? ¿Es moralmente aceptable
participar en maquinaciones que involucran engaño, chantaje y manipulación para
lograr un objetivo?
Aristóteles, con su
característica serenidad, observó a su sobrino antes de responder.
–Calístenes, la
moralidad es una senda delicada y compleja. En la búsqueda del bien mayor, a
menudo nos encontramos en situaciones éticamente ambiguas. La conspiración, en
su esencia, implica una falta de transparencia, una violación de la confianza
y, a veces, incluso la pérdida de vidas inocentes. Sin embargo, también debemos
considerar el contexto y los motivos detrás de nuestras acciones.
El sabio filósofo
continuó, su voz resonando en la tranquila biblioteca.
–La moralidad no es
una línea recta, sino un viaje lleno de matices. La justificación de nuestras
acciones se encuentra en la intención detrás de ellas y en las consecuencias
que se derivan. Si nuestras acciones buscan un bien mayor, como proteger a un
reino o asegurar la paz, entonces podríamos argumentar que, en algunos casos,
la conspiración podría considerarse justificada. Sin embargo, debemos ser
conscientes del costo humano y ético involucrado.
Calístenes asintió,
absorbido por las palabras de su tío.
–Entiendo, maestro. Pero, ¿cómo sabemos cuándo hemos
cruzado la línea y hemos perdido nuestra brújula moral en medio de la
conspiración?
Aristóteles sonrió
con tristeza.
–Esa es la pregunta
que los filósofos y líderes han debatido durante siglos, Calístenes. La
sabiduría radica en la autorreflexión constante y en la búsqueda incansable de
la verdad. En última instancia, es nuestra conciencia y nuestra capacidad para
discernir entre el bien y el mal lo que nos guiará en medio de la oscuridad de
la conspiración y nos recordará nuestra humanidad en tiempos de maquinación.
El joven discípulo
asintió, sintiéndose inspirado por las enseñanzas de su tío. En la tranquila
biblioteca del palacio de Pella, el debate filosófico continuó, tejiendo las
complejidades de la moralidad y la virtud en los corazones y las mentes de
ambos hombres.
Moira, esclava bruja |
Entre las sombrías
callejuelas de los barrios bajos de Pella, Moira, una esclava de ojos inquietos
y corazón afligido, se encontró en secreto con Ptolomeo, un confidente cercano
de Calístenes. Las sombras danzaban en las paredes de piedra, mientras los
susurros de preocupación flotaban en el aire cargado de tensión. La luna,
apenas un delgado arco en el cielo, arrojaba destellos de luz intermitente
sobre sus rostros angustiados.
Moira, la esclava de
mirada aguda y corazón apasionado, llevaba consigo la carga de un pasado
doloroso y la esperanza de un futuro mejor. Su cabello oscuro caía en ondas
desordenadas alrededor de su rostro, y sus ojos, oscuros y profundos como la
noche, guardaban secretos que solo las estrellas podrían entender. A pesar de
sus harapos, su presencia irradiaba una dignidad inquebrantable. Moira poseía
una inteligencia aguda y un coraje que desafiaba las cadenas de su esclavitud.
Ptolomeo, un
compañero leal de Alejandro y un oficial respetado del rey, era un hombre de
presencia imponente y astucia afilada. Sus ojos, de un azul profundo como el
cielo en un día claro, observaban el mundo con perspicacia. Vestía con
elegancia, con una armadura que llevaba las huellas del tiempo y las batallas
ganadas. Su voz era firme pero suave, y su sonrisa ocultaba misterios que pocos
lograban descifrar.
Cuando Moira y
Ptolomeo se encontraron en las sombrías callejuelas de Pella, sus destinos se
entrelazaron en un pacto silencioso. Moira, con su valentía impulsada por el
amor, compartió sus miedos y sospechas con Ptolomeo. En sus ojos, él vio el
fuego de una mujer decidida a proteger lo que amaba, incluso si eso significaba
desafiar fuerzas oscuras que se cernían sobre ellos. Ptolomeo, con su
experiencia y sabiduría, prometió ayudarla, forjando una alianza que se
convertiría en un faro de esperanza en medio de la conspiración que se cernía
sobre Macedonia. Juntos, se convirtieron en los guardianes de la verdad,
dispuestos a enfrentar el peligro y desvelar los oscuros secretos que
amenazaban con destruir todo lo que conocían.
–Amigo Ptolomeo,
estoy profundamente preocupada por Calístenes–, comenzó Moira, su voz cargada
de angustia.
–Ha estado actuando
de manera extraña últimamente. Sus cambios de humor son abruptos, y sus hábitos
han cambiado. He notado encuentros secretos y hasta un viaje a Epiro sin
explicación alguna. Sospecho que alguien está manipulándolo, utilizando algún
tipo de magia oscura.
Ptolomeo frunció el
ceño, reflejando la preocupación de Moira.
–Eso es inquietante, Moira. Calístenes es un hombre de
mente fuerte. Si algo lo está afectando de esta manera, debe ser algo poderoso
y oscuro. Pero, ¿quién podría estar detrás de esto y por qué?
Moira asintió, con
sus ojos llenos de osadía.
–Eso es lo que quiero
descubrir. Necesito tu ayuda, Ptolomeo. Eres un amigo cercano de Calístenes y
también un hombre astuto. Juntos, podemos investigar, descubrir la verdad y
protegerlo de cualquier mal que lo aceche.
Las palabras de Moira
fluían como un río de angustia contenida. Habló de los cambios extraños en el
comportamiento de Calístenes, de sus encuentros secretos y, lo más alarmante,
de un viaje clandestino a Epiro. La sospecha de la manipulación mágica pesaba
en el aire, tejiendo una red de conspiración en torno a Calístenes.
Ptolomeo asintió
solemnemente.
–Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte, Moira.
Conocemos los rincones oscuros de Pella y tenemos conexiones en lugares
insospechados. Comencemos nuestra búsqueda, descubriremos quién está detrás de
esto y lo detendremos, cueste lo que cueste.
En esa atmósfera
cargada, la confianza entre Moira y Ptolomeo se convirtió en un vínculo
indispensable. Juntos, decidieron adentrarse en las profundidades del misterio
que envolvía a su amigo Calístenes, enfrentando lo desconocido con valentía. Su
alianza, forjada en las sombras de la noche, se convertiría en la última
esperanza contra las fuerzas oscuras que amenazaban con desencadenar un destino
incierto sobre Macedonia.
Con esa osadía
ardiente en sus ojos, Moira y Ptolomeo se adentraron en las sombras de Pella,
listos para desentrañar el misterio que envolvía a Calístenes y protegerlo de
la oscuridad que amenazaba con consumirlo.
Filotas, Compañero de Alejandro |
En una noche de luna
llena, la villa en Epiro se sumió en un silencio sepulcral, solo roto por el
susurro del viento entre los árboles y el murmullo distante del río cercano. En
ese escenario misterioso, Olimpiade, la ex reina de Macedonia, se encontró en
secreto con Filotas, el hijo de Parmenión, en un rincón oculto del exuberante
jardín de la villa. La luz plateada de la luna derramaba un resplandor etéreo
sobre ellos, creando sombras danzarinas que parecían tener vida propia.
Olimpiade, por otro
lado, era una mujer de belleza enigmática y elegancia atemporal. Su mirada
astuta brillaba con una inteligencia profunda y un valor inquebrantable. La luz
de la luna resaltaba los rasgos finos de su rostro, mientras su expresión
revelaba una mezcla de astucia y pasión. Vestía ropas regias que fluían con
gracia a su alrededor, como si estuviera en perfecta armonía con el entorno que
la rodeaba. Cada palabra que pronunciaba llevaba consigo un peso de autoridad y
una sabiduría que la convertían en una figura intrigante y poderosa.
Su voz, suave como el
susurro de las hojas en el viento, llevaba consigo una urgencia palpable
mientras compartía sus pensamientos con Filotas. Vestía un vestido oscuro que
se movía con gracia a medida que se desplazaba por el jardín, como una sombra
en la noche.
Filotas, el hijo de
Parmenión, era un hombre de presencia imponente y mirada penetrante. Su complexión
fuerte y su postura erguida hablaban de su entrenamiento militar y de su
valentía en el campo de batalla. Sus ojos, iluminados por la luz de la luna,
reflejaban la seriedad del momento y el arrojo que ardía en su interior. Vestía
una armadura marcada por las huellas de numerosas batallas, testamento de su
experiencia en combate. Cada gesto y movimiento estaban imbuidos de una calma
que denotaba sabiduría y madurez más allá de sus años, un hombre que había
enfrentado desafíos y había emergido victorioso.
Sus ojos, iluminados
por la luz de la luna, reflejaban la seriedad del momento. Vestía una armadura
que llevaba las marcas de numerosas batallas, un testamento de su valentía en
el campo de guerra. Su presencia imponente se mezclaba con una calma que denotaba
experiencia y sabiduría más allá de sus años.
En ese rincón oculto
del jardín, entre las fragancias de las flores y el susurro de las hojas,
Olimpiade y Filotas intercambiaban palabras en voz baja, compartiendo secretos
y estrategias. La noche se convirtió en confidente de sus conspiraciones,
mientras el destino de Macedonia pendía en el delicado equilibrio de sus
decisiones. En ese momento, la historia se tejía con hilos de intriga y
traición, y el futuro de un reino y sus habitantes se veía moldeado por las
sombras de la noche y los susurros de los conspiradores.
En la tranquila noche
de luna llena, estos dos personajes, se encontraron en la penumbra del jardín,
tejiendo planes y conspiraciones que tendrían un impacto profundo en el futuro
de Macedonia. Sus conversaciones estaban llenas de tensiones ocultas y
estrategias cuidadosamente elaboradas, mientras navegaban por las aguas
turbulentas de la política y el poder en busca de un destino que solo el tiempo
revelaría por completo.
–Joven Filotas–,
comenzó Olimpiade, su voz cargada de significado,
–Necesito tu ayuda en
un asunto de gran importancia. Mi hijo, Alejandro, enfrenta desafíos
significativos en su camino hacia el trono. Las decisiones de ahora
determinarán el destino de Macedonia.
Filotas, intrigado
por la gravedad en la voz de Olimpiade, asintió respetuosamente.
–Estoy aquí para servirte, reina Olimpiade. ¿En qué puedo
ayudarte?
Olimpiade miró
fijamente a Filotas, evaluando su lealtad.
–Necesito que hables
al oído de tu padre, Parmenión. Él es un hombre sabio y respetado en la corte.
Su consejo pesa mucho en la decisión del rey. Mi hijo con Cleopatra es un
obstáculo en el camino de Alejandro hacia el trono. Necesito asegurarme de que
Parmenión aconseje adecuadamente al rey sobre la sucesión.
Filotas asintió,
comprendiendo la magnitud de la situación.
–Entiendo, reina Olimpiade. Haré todo lo posible para
hablar con mi padre. Él confía en mí y escuchará mis palabras con atención.
Pero, ¿cómo puedo convencerlo de que esta es la mejor decisión para Macedonia?
Olimpiade sonrió
astutamente.
–Filotas, demuéstrale
a tu padre que Alejandro es el verdadero heredero del trono, el líder que
Macedonia necesita en estos tiempos turbulentos. Resalta las cualidades de
Alejandro, su valentía, su sabiduría y su capacidad para unificar a nuestro
pueblo. Convéncele de que el futuro de Macedonia reside en las manos de mi
hijo, y no en las de un recién nacido con sangre noble pero sin la experiencia
y el valor que Alejandro posee.
Filotas asintió
solemnemente, internalizando las palabras de Olimpiade.
–Lo haré, reina Olimpiade. Haré todo lo posible para que
mi padre comprenda la verdad. La unidad de Macedonia es nuestra prioridad y
Alejandro es el líder que puede lograrla.
Con esa promesa en su
mirada, Filotas se retiró de la villa, llevando consigo la misión de convencer
a Parmenión de la verdadera naturaleza del destino de Macedonia, mientras Olimpiade
observaba con esperanza en su corazón.
Parmenión, General de Filipo II |
En el majestuoso
salón del palacio de Pella, iluminado por la suave luz de las antorchas, el rey
Filipo se encontraba sentado en su trono, una estructura adornada con
intrincados grabados que hablaban de las glorias pasadas de Macedonia. Su
mirada profunda y sabia estaba fija en un punto distante, como si estuviera
sopesando los destinos de naciones enteras en su mente. A su lado, Parmenión,
su general de máxima confianza, se mantenía erguido con una postura respetuosa
pero firme. Sus ojos, llenos de lealtad y experiencia, escudriñaban el rostro
del rey en busca de cualquier indicio de las decisiones que se estaban
gestando.
El aire estaba
cargado con la tensión que precede a una decisión trascendental. El rey Filipo,
con su imponente presencia real, parecía contener la energía de todo un reino
en su ser. Vestía ropas de un púrpura real, con bordados de oro que relucían en
la luz de las antorchas, mostrando su estatus como líder supremo. Su mano
derecha descansaba sobre el brazo del trono, firme pero no exenta de una cierta
fatiga, señal de las responsabilidades que pesaban sobre él.
Parmenión, por otro
lado, irradiaba confianza y dedicación. Su armadura, marcada por las cicatrices
de innumerables batallas, hablaba de su valentía en el campo de batalla. A
pesar de su posición de autoridad, su mirada estaba llena de respeto hacia el
rey, un hombre al que había seguido a través de los tiempos de paz y de guerra.
Su mano descansaba en la empuñadura de su espada, no por amenaza, sino como un
recordatorio silencioso de su compromiso con la protección del rey y del reino.
En ese silencioso y
majestuoso salón, resonaban los ecos de las decisiones que darían forma al
destino de Macedonia. El rey y su general, unidos por un vínculo de confianza y
lealtad, estaban a punto de sumergirse en una conversación que determinaría el
curso de la historia, mientras las sombras danzaban en las paredes, testigos
silenciosos de la magnitud del momento.
Filipo, con la mirada
perdida en el horizonte, habló en voz baja pero firme.
–Parmenión, he estado
reflexionando profundamente sobre el futuro de Macedonia. Mi tiempo en este
mundo es finito, y me preocupa quién debería ser el verdadero heredero de
nuestro reino.
Parmenión, conocido
por su sabiduría y lealtad, asintió en silencio, esperando a que Filipo
continuara.
–Mi hijo Alejandro es
valiente, astuto y tiene un corazón ferozmente leal a nuestra tierra–, dijo
Filipo, sus ojos encontrando los de Parmenión. –Sin embargo, también he
engendrado un hijo con Cleopatra, un hijo con sangre real que clama su derecho
al trono.
Parmenión inclinó la
cabeza en comprensión.
–Comprendo tus preocupaciones, mi rey. Ambos son dignos
de ser considerados para liderar Macedonia, pero solo uno puede ser el
heredero.
Filipo suspiró
profundamente.
–Así es, Parmenión.
Mi dilema radica en el futuro de nuestra nación. Necesito tu consejo, tu
sabiduría inigualable. ¿A quién consideras más adecuado para liderar nuestro
reino cuando yo ya no esté?
Parmenión mantuvo su
mirada firme en el rey, eligiendo sus palabras con cuidado.
–Mi señor, Alejandro es joven pero tiene un carácter
fuerte y una visión clara. Ha demostrado su valentía en el campo de batalla y
su astucia en la estrategia. Además, ha ganado el respeto y la lealtad de nuestros
soldados y la gente común.
Filipo asintió,
considerando las palabras de su general.
–Pero también está el
hijo que he engendrado con Cleopatra. ¿Deberíamos ignorar su derecho por su
origen materno?
Parmenión habló con
firmeza.
–Mi rey, la sangre real es importante, pero más crucial
es el corazón y la voluntad de servir a nuestra Macedonia. Alejandro lleva
nuestra sangre y también el espíritu macedonio en su alma. En él veo el
potencial para continuar tu legado y guiar a nuestra nación hacia un futuro
brillante.
Filipo asintió
lentamente, sintiendo la verdad en las palabras de Parmenión.
–Tienes razón, mi
amigo. La sangre macedonia y el espíritu de liderazgo son los pilares de
nuestro reino. Confío en tu juicio, Parmenión. Gracias por compartir tus
pensamientos conmigo.
Con un gesto de
respeto, Parmenión se inclinó ante el rey.
–Es un honor servirte, mi rey. Estoy seguro de que has
tomado la decisión correcta para el futuro de Macedonia.
Así, en las sombras
del palacio de Pella, se tomó una decisión crucial sobre el heredero al trono
de Macedonia, guiada por la sabiduría del rey y la lealtad de su valeroso
general.
Dartmoorh, Princesa persa |
En el oscuro rincón
del prostíbulo de Pella, donde las sombras bailaban al compás de la luz
titilante de las velas y el perfume embriagador de incienso se mezclaba con el
aire cargado, se encontraban Darmoorh, la enigmática princesa persa y hábil
espía, y Clito, un hombre de mirada penetrante y lealtad inquebrantable,
compañero leal de Alejandro y confidente de Ptolomeo. La penumbra confería un
halo de misterio a la escena, donde las siluetas de los dos conspiradores se
dibujaban en la semioscuridad, sus gestos apenas perceptibles mientras
intercambiaban palabras en voz baja, apenas audibles sobre el bullicio distante
del prostíbulo.
Darmoorh, con su
cabello oscuro cayendo en cascadas alrededor de su rostro, emanaba un aire de
misterio y astucia. Sus ojos, de un profundo color ámbar, destellaban
inteligencia mientras observaban a Clito con una mezcla de intriga y cautela.
Vestía túnicas de seda fina que apenas susurraban al moverse, y su presencia
exudaba una elegancia sutil pero letal, como un felino acechante en la noche.
Clito, por otro lado,
era la personificación de la fortaleza silenciosa. Su musculatura se destacaba
incluso en la penumbra, su mirada intensa y fiera revelando la dedicación y
fidelidad que sentía por Alejandro y su causa. La sombra de una barba recortada
delineaba su mandíbula, y sus manos, curtidas por innumerables batallas,
descansaban con calma sobre la mesa, una calma que contrastaba con la inquietud
latente en su mirada.
En ese rincón oscuro,
impregnado de intrigas y conspiraciones, los destinos se entretejían mientras
Darmoorh y Clito compartían secretos susurrados y planeaban maquinaciones aún
más oscuras. Cada palabra pronunciada resonaba en la habitación, cargada de
significado y peligro, mientras el mundo exterior quedaba ajeno a los oscuros
designios que se urdían en esa sombría alcoba del prostíbulo de Pella.
Darmoorh, con su voz
seductora pero peligrosamente fría, comenzó a tejer sus intrigas.
–Clito, he oído
rumores oscuros sobre tu amigo Ptolomeo. Dicen que sus lealtades se extienden
más allá de nuestras tierras macedonias. Se murmura que tiene conexiones
secretas con el Faraón de Egipto, practicando artes oscuras que involucran
serpientes y el dios del caos Shet.
Clito arqueó una
ceja, intrigado y cauteloso al mismo tiempo.
–¿Qué pruebas tienes de tales acusaciones, Darmoorh?
Ptolomeo es un hombre astuto, pero no sé si estaría involucrado en tratos tan
oscuros.
Darmoorh sonrió
sutilmente, sus ojos centelleando con astucia.
–Las sombras susurran
secretos, Clito. Las serpientes, criaturas que representan tanto la astucia
como el peligro, han sido vistas merodeando cerca de los lugares donde Ptolomeo
se ha aventurado. Y el culto a Shet es conocido por su naturaleza siniestra y
sus rituales insondables. ¿No encuentras esto intrigante?
Clito frunció el
ceño, considerando las palabras de Darmoorh.
–Es ciertamente inquietante, pero necesitamos pruebas
concretas antes de sacar conclusiones precipitadas. ¿Cómo sabemos que no estás
tratando de sembrar discordia entre nosotros, princesa?
Darmoorh soltó una
risa suave y oscura.
–Mi querido Clito, la
verdad es relativa, pero las sospechas son poderosas. Observa de cerca a
Ptolomeo, mantén tus ojos y oídos abiertos. Tal vez descubrirás más de lo que
esperas.
Con esas palabras
enigmáticas, Darmoorh se levantó con gracia de su asiento, dejando a Clito con
una sensación de inquietud. En las sombras del prostíbulo de Pella, las
semillas de la desconfianza habían sido plantadas, y la conspiración entre las
sombras continuaba su oscuro baile.
Pausanias, guardia personal del rey |
Filipo se encontraba
en una situación delicada con uno de los miembros de su guardia real, Pausanias. El rey siempre había apreciado la belleza de Pausanias,
pero cuando desarrolló un interés por otro joven, las cosas se torcieron.
Pausanias reaccionó de manera negativa ante esta situación y, en un momento
lamentable, acusó al joven de ser hermafrodita y promiscuo. Lo hizo en
presencia del círculo íntimo del rey, incluyendo a Alejandro.
Frente a esta
situación desafiante, el rey Filipo decidió tomar medidas drásticas para lidiar
con Pausanias. Sugirió a Clito, leal compañero de Alejandro que embriagara a
Pausanias, lo dejara inconsciente y luego lo entregaran a los muleros del rey
para que se enfrentara las consecuencias de sus acciones.
Clito se encargó de
todo como se lo había pedido el rey y Pausanias acabó emborrachado por una
prostituta que lo dejó a manos de los muleros para que dieran buena cuenta de
él.
Después de sufrir
abusos a manos de los muleros, Pausanias finalmente se quejó ante Filipo sobre
los terribles tratos que había experimentado. Sin embargo, el rey no tomó
ninguna acción contra los responsables de los abusos, lo que agravó aún más la
difícil situación en la corte.
Cleopatra, hermana de Alejandro |
337 a. C.
Filipo, ya divorciado
de Olimpiade y recién casado con una joven noble macedonia llamada Cleopatra, había
recibido el bendito regalo de un heredero varón de pura sangre macedonia.
Aunque el futuro podía ser incierto, este acontecimiento planteaba una sombra
de duda sobre la posición de Alejandro, no necesariamente a corto plazo, pero
sí en un horizonte más lejano.
Nadie podía predecir
cuánto tiempo más viviría Filipo, ni si su nuevo hijo alcanzaría un futuro
próspero. Sin embargo, esta situación tensa se había apoderado de la corte
macedonia, sumiendo a todos en un estado de intriga y preocupación.
Durante el exilio de
Alejandro, su madre Olimpiade, una mujer de gran personalidad y además princesa
del Epiro, había estado tramando en las sombras. Ella tejía intrigas contra
Filipo, alimentaba las tensiones entre padre e hijo y los distanciaba
temporalmente.
Finalmente, Filipo y
Alejandro lograron una reconciliación, y el rey tomó una decisión estratégica:
casar a su hija Cleopatra, hermana de Alejandro, con el tío de ambos, el
hermano de Olimpiade, conocido como el rey Alejandro "el moloso".
Este movimiento se llevó a cabo con la clara intención de ganarse el favor del
rey Alejandro y, al mismo tiempo, debilitar la posición de Olimpiade, quien aún
ostentaba el título de Princesa de Epiro.
La boda se convirtió
en una ocasión de gran celebración que tuvo lugar en Egas, la primera capital
de la antigua Macedonia. Según la tradición, esta ciudad se remontaba al siglo
VII a.C., fundada por Pérdicas I, quien recibió el mandato del oráculo de
Delfos de establecer una ciudad en la región macedonia de Botiea, en un lugar
donde pastaban las cabras.
La festividad se
inició con una procesión solemne desde el amanecer, en la que las estatuas de
los doce dioses, sentadas en lujosos tronos ricamente decorados, avanzaron. La
decimotercera estatua en la procesión era la efigie del gran Filipo.
El punto culminante
de la celebración fue un gran banquete, seguido de un evento en el teatro local
donde se llevaría a cabo la culminación del festejo.
Filipo, como parte de
la festividad, organizó rituales de sacrificio y abrió las puertas a la
participación de tantos griegos como fuera posible. Se llevaron a cabo
competencias musicales y banquetes espléndidos. Los consejeros del rey le
aconsejaron que debía mostrar amabilidad hacia su pueblo.
El teatro del Palacio
Real se llenó de miles de macedonios, quienes se congregaron en un festival en
honor a los dioses, marcando un momento de unidad y celebración en la historia
de Macedonia.
Durante la bulliciosa
celebración nupcial, Parmenión se sumergió en una bacanal desenfrenada, entregándose
al festín y al vino como si el futuro dependiera de cada copa que bebía. Clito,
unido a la juerga junto a su amigo Ptolomeo, mantenía una aparente ligereza,
pero sus ojos vigilantes rastreaban a los nobles disconformes con el rey y su
hijo. Conocedor de sus motivos y conexiones, se mantuvo alerta para prevenir
cualquier intento de traición que pudiera socavar la estabilidad de la corona.
Mientras tanto,
Filotas, en su afán por desatar sus instintos más primarios, devoraba y bebía
sin medida, acompañado por Calístenes, quien se sumergía en profundas
conversaciones con los filósofos atenienses presentes en la corte. En un giro
inesperado, Filotas se retiró del banquete para entregarse a su fascinación
nocturna: rodearse de la naturaleza y aullar a la luna, hallando en la
presencia de los animales un refugio frente a la abrumadora multitud.
Calístenes, atento y
perceptivo como siempre, notó la tensión en los filósofos atenienses, quienes
parecían inquietos por el posible estallido de una traición al rey. La
hipocresía flotaba en el aire, impregnando cada interacción y gesto con una
sutil pero palpable desconfianza.
Alejandro Magno, Príncipe de Macedonia |
Filipo, vestido de
blanco para la ocasión y decidido a destacar su cercanía al pueblo, se
preparaba para ingresar al recinto sin la escolta de guardaespaldas, lo que no
pasó desapercibido para los diplomáticos griegos presentes.
Sin embargo, en medio
de esta escena de solemnidad, Pausanias irrumpió furioso y se acercó a Filipo,
apuñalándolo de manera súbita antes de intentar huir. Trágicamente, no llegó
lejos, pues cayó muerto en el acto. Alejandro, presenciando la horrorosa
escena, corrió hacia su padre, pero lamentablemente era demasiado tarde.
El único que se dio
cuenta de que algo no iba bien fue Ptolomeo que buscó al ausente rey para
presenciar de lejos como lo asesinaban si poder hacer nada. Ptolomeo corrió
raudo a buscar a Alejandro pero cuando llegaron ya era tarde.
La vida de Filipo se
extinguió al instante, víctima del ataque de Pausanias, quien resultó ser uno
de los siete guardias personales y miembro de la guardia real. El asesino, tras
cometer el acto, trató desesperadamente de huir y reunirse con sus cómplices en
la conspiración. Estos lo esperaban con caballos en la entrada de Egas.
Afortunadamente, Alejandro
y Ptolomeo se lanzaron en su persecución, logrando capturarlo y ponerle fin a
su intento de escapar. La traición y el asesinato de Filipo marcaron un oscuro
y trágico episodio en la historia de Macedonia.
Ante la atónita
población, Alejandro protagonizó un impactante gesto: sin esperar a que nadie
se pronunciara, desenvainó su espada y, con sus propias manos, puso fin a la
vida de Pausanias, quien había sido su más leal amigo, su íntimo compañero
durante mucho tiempo. El asesinato se convirtió en un acto simbólico, y para
sorpresa de todos, el pueblo lo recibió con aprobación unánime. Nadie en ese
momento albergaba sospechas hacia Alejandro Magno, quien había actuado con
firmeza en medio de la tragedia.
Ciudad de Pella |
La escena se
despliega en un vértigo de emociones y urgencia. Ptolomeo, rodeado por su
círculo más íntimo, se encuentra en un mar de consternación mientras la corte
se abate en un silencio lúgubre al descubrir al rey muerto. Parmenión,
consumido por el dolor, se acerca al cadáver y, entre lágrimas, lo lleva con
gran reverencia a los aposentos del difunto rey Filipo, escoltado por Alejandro
y sus leales, quienes son seguidos por la corte que se inclina en un gesto de
respeto.
Alejandro, con la
espada aún en mano, muestra una mezcla de aturdimiento y desconcierto. Es Clito
quien, consciente de la responsabilidad del joven, lo alienta a asumir el papel
de rey. Arrodillándose ante él, Clito se convierte en el catalizador de un
canto unísono de aclamación: "¡Larga vida al nuevo rey de Macedonia!
¡Larga vida a Alejandro!", una proclama que resuena poderosamente por los
pasillos del palacio.
Mientras tanto,
Filotas, sorprendido por el estruendo, regresa al palacio, desconcertado por la
situación. Busca respuestas entre sus compañeros mientras Calístenes examina el
cuerpo del rey, confirmando con pesar las cuatro puñaladas, una de ellas
directa al corazón, un ataque brutal y sin piedad. Su tarea es purificar el cuerpo,
dejándolo en un estado presentable.
Parmenión, consciente
de los peligros y las intrigas que podrían rodear la situación, ordena la
protección inmediata de Alejandro y exige una búsqueda exhaustiva de los
culpables. En medio del caos, los compañeros se reúnen y tejen teorías sobre
los motivos de Pausanias, el asesino. Las dudas se convierten en una nebulosa
de sospechas y especulaciones sobre traición, conspiración o incluso influencia
del enemigo persa.
Calístenes, en su
labor de investigación, escudriña el cuerpo del asesino sin hallar pistas
concluyentes. Parmenión, urgido por la premura de la situación, ordena la caza
y ejecución de los responsables antes de que la sospecha de una conspiración
externa se propague.
Clito, agitando el
ambiente, insinúa una conexión entre Pausanias y Darmoorh, la princesa persa
conocida por su rol de espía en turbios asuntos. La conversación toma un giro
inesperado cuando se discute el siguiente heredero: según la ley, el bebé
recién nacido de Filipo con su nueva esposa, Cleopatra, lleva el mismo nombre
que Alejandro. Aunque parezca injusto, la sangre macedonia de Cleopatra la
sitúa como la verdadera sucesora.
Parmenión, convencido
por Clito, ordena la captura de Darmoorh al escuchar rumores que la vinculan al
asesinato. Pronto, la princesa es apresada y encarcelada, mientras los
compañeros de Alejandro, liderados por Parmenión, se preparan para
interrogarla. El susurro de una posible conspiración tiñe el aire con un aura
de inquietud y urgencia.
Ptolomeo, Compañero de Alejandro |
La presencia de la
princesa Darmoorh en los sombríos calabozos emanaba una sensación enigmática y
majestuosa. A pesar de la dura realidad de la prisión, su porte revelaba una
elegancia serena y una mirada aguda que transmitía su fortaleza interior.
Su cabello oscuro,
usualmente adornado con joyas persas, ahora mostraba signos de desorden por el
estrés y el confinamiento. Los ojos, profundos y penetrantes, mantenían un
brillo de inteligencia y una determinación inquebrantable.
Aunque las ropas,
desgastadas por el encarcelamiento, aún dejaban entrever el sello de su
posición real, era evidente que la esencia de su realeza perdida, pero no
olvidada, resonaba en su postura. No había rastro de sumisión en su actitud,
sino más bien una tenacidad que desafiaba las adversidades.
A pesar de estar
encerrada, Darmoorh proyectaba un aura de misterio y un dominio propio que
generaba entre los presentes una extraña mezcla de respeto y curiosidad. Su
presencia en aquel oscuro calabozo no era solo la de una prisionera, sino la de
alguien que aguardaba pacientemente, lista para actuar en el momento oportuno,
como si estuviera frente a un tablero de ajedrez antes de efectuar su
movimiento más crucial.
Los compañeros de
Alejandro irrumpieron en la celda oscura, rodeando a la princesa encadenada, en
medio de gritos de fondo. Ptolomeo, su amante, y Parmenión, inquirieron si
estuvo presente en la boda. Ella negó tal asistencia, defendiéndose de las
acusaciones, declarando que su encarcelamiento se basaba en rumores infundados
y que su liberación sería clave para evitar mayores conflictos.
Parmenión, explicó la
razón de su presencia allí, señalando que era sospechosa de ordenar el
asesinato del rey Filipo. La princesa, negó tal acusación y explicó que estaba
en la ciudad por asuntos propios y no asistió a la boda. Aseguró desconocer a
Pausanias, corroborado por la verificación de Calístenes.
Darmoorh mencionó
unos documentos cruciales, ubicados en el registro, que cuestionaban la pureza
de la sangre de los antepasados de Cleopatra. Alegaba que estos podrían poner
en duda la legitimidad del heredero de Filipo. Calístenes se encargó de
encontrar y revisar dichos documentos, confirmando su autenticidad o una muy
hábil falsificación.
La princesa mantenía
su inocencia, los compañeros de Alejandro estaban perplejos. Parmenión decidió
liberarla, aunque bajo arresto domiciliario, para esclarecer los hechos. Ordenó
llevarla a un lugar seguro, custodiada y sin permitirle abandonar la ciudad,
hasta resolver el embrollo.
Ptolomeo emprendió la
búsqueda de Cleopatra y su hijo, pero descubrió que habían dejado la ciudad por
temor a posibles represalias. Se rumoreaba que la nobleza rival de Filipo les
había brindado ayuda para escapar, lo que sembraba sospechas sobre su posible
implicación en la muerte del rey.
Cleopatra, reina de Macedonia |
Ultrajada
Mientras los
compañeros de Alejandro investigaban los documentos cruciales, la noticia llegó
a Parmenión sobre un incidente grave. Los soldados que custodiaban a la
princesa habían cometido un acto de violencia contra ella, dejándola gravemente
herida. Se habían tomado la justicia por su mano y han abusado de ella y la han
desfigurado
Consternado por la
atrocidad, Parmenión tomó medidas rápidas y justas. Ordenó la ejecución de los
responsables, marcando un precedente de severidad para evitar tales acciones
injustas en el futuro. Diez hombres pagaron con sus vidas esa noche.
Cuando Parmenión se
reunió con Alejandro y Ptolomeo, les relató lo sucedido. Les aseguró que la
princesa aún seguía con vida y que los perpetradores del acto inhumano ya
habían sido castigados. Explicó que la causa fue un malentendido motivado por
el rumor de su posible participación en la muerte del rey, algo que aún no se
había probado. Sin embargo, Parmenión sugirió usar esta situación para
exponerla como chivo expiatorio, algo que él consideraba útil, aunque no tenía
alta estima por las mujeres.
La reacción de
Ptolomeo fue evidente en sus ojos, reflejando una mezcla de dolor e ira
contenida. Parmenión solicitó represalias extremas, expresó su firmeza y su
deseo de justicia. pide a Parmenión las vidas de las familias de los culpables,
sus haciendas, sus hijos, y los hijos de sus hijos para que disponga de ellos
como desee, era lo justo.
Parmenión aceptó sus
deseos, comprendiendo que buscaba un castigo ejemplar. Ptolomeo se retiró de la
reunión para dirigirse hacia donde se encontraba Darmoorh, mientras el grupo
consideraba sus próximos pasos.
Mientras tanto entre
los compañeros se planteó la idea de que Alejandro debería proclamarse rey
pronto, utilizando los documentos descubiertos como apoyo a su legitimidad.
Consejo
Calístenes se acercó
al solitario Alejandro, sumido en pensamientos, y le propuso una partida del
juego de estrategia que solían jugar de niños. A pesar de la inquietud del
momento, Calístenes trató de aligerar el ambiente.
Sin embargo,
Alejandro, con la mente preocupada por los asuntos del reino, no estaba de
humor para juegos. Se sinceró con su amigo sobre sus preocupaciones.
–¿Cómo está el
ambiente allá afuera? –preguntó Alejandro, buscando comprender la situación en
el reino.
Calístenes,
intentando calmar sus inquietudes, respondió con un tono confiable:
–Los dioses te
favorecen. El pueblo te apoya.
Juntos, discutieron
sobre el otro pretendiente al trono, quien, a pesar del respaldo legal, carecía
de la experiencia y el apoyo fundamental del pueblo macedonio.
Con el peso de las responsabilidades,
finalmente, se abrazaron en un gesto de camaradería y solidaridad. Alejandro
expresó su gratitud hacia Calístenes por su constante apoyo en estos momentos
difíciles.
–Si hubiéramos
jugado, probablemente me habrías vencido –confesó Alejandro, intentando
encontrar un atisbo de ligereza en la situación tensa.
El gesto sincero de
amistad entre ambos quedó sellado en ese abrazo, reforzando la confianza y la
alianza en un momento crucial para el futuro del reino.
Dartmoorh desfigurada |
Doloroso encuentro
Ptolomeo, afectado
por el sufrimiento de la princesa, se dirige a visitarla en su lecho, sintiendo
una profunda preocupación por su estado. Darmoorh, postrada y con su rostro
vendado a causa de las heridas, confiesa su temor a sucumbir ante la adversidad.
El gesto conmovedor
de Darmoorh al expresar su miedo a la muerte conmueve a Ptolomeo, quien toma su
mano con ternura para brindarle consuelo y apoyo. A pesar de las diferencias
culturales y políticas que los separan, Ptolomeo permanece a su lado, demostrando
un compromiso inquebrantable y un profundo afecto hacia ella.
Alejandro se une a
Ptolomeo, encontrando a su amada gravemente herida en el lecho. Con la
preocupación reflejada en su mirada, dirige una pregunta directa a Ptolomeo
sobre sus sentimientos hacia ella. Con los ojos vidriosos y una emotividad
sincera, Ptolomeo confiesa su amor por la princesa.
Movido por la
situación, Alejandro le ofrece su promesa con convicción: asegura que harán
todo lo posible para cuidar de ella y garantizar su recuperación. Es una
promesa respaldada por la confianza y el compromiso de Alejandro, una
afirmación que emana de su corazón, asegurando el bienestar y la supervivencia
de la amada de Ptolomeo.
Con la gravedad
marcando sus palabras, Alejandro le dice a Ptolomeo que su presencia es
necesaria junto a los demás. A pesar del pesar que siente por la situación de
la princesa, Ptolomeo asiente con determinación y se dispone a seguir a
Alejandro.
Alejandro y sus
compañeros
En medio de la
tensión, Alejandro convocó a sus más cercanos y leales: Ptolomeo, Parmenión, su
hijo Filotas, Clito y Calístenes. Reunieron todo lo que sabían y comenzaron a
aconsejarle. Eran sus amigos más íntimos y en quienes confiaba plenamente.
Parmenión sugirió que
debían sacar provecho de la situación, mientras Ptolomeo instó a la firmeza,
incluso proponiendo ser severo con el joven heredero. Clito rompió el silencio
y reveló la verdad sobre Pausanias: contó cómo Filipo le encargó enseñarle una
lección, pero el asunto se descontroló en la boda, y la confrontación terminó
con la muerte del rey. También admitió su participación en la falsificación de
documentos que cuestionaban la legitimidad del heredero. Calístenes respaldó la
versión de Clito, reconociendo su propia implicación en la trama.
Parmenión se quedó
atónito al descubrir el alcance del conocimiento manejado por Clito y
Calístenes.
Filotas intervino,
alertando sobre el peligro de una guerra civil, ya que solo beneficiaría a los
persas, una preocupación compartida por Calístenes y Clito.
Calístenes argumentó
que todo podría haber sido una estrategia de los persas.
–Alejandro, tú eres
un líder excepcional. El joven heredero no posee tu habilidad y visión para
gobernar. La sucesión podría llegar a ti, pasando por alto al heredero
designado.
Alejandro,
visiblemente conmovido, mencionó que su padre había muerto y que ahora era el
rey, como lo hubiera deseado Filipo.
Clito añadió: –Me
confesó tu padre antes de morir que estaba pensando en ti como sucesor.
Parmenión confirmó
esta información, ya que también compartió esa confidencia en privado,
indicando que Filipo planeaba nombrarlo a él como sucesor.
Ptolomeo reflexionó: –Esto
no ha sido casualidad, los dioses así lo desean.
Calístenes aseguró a
Alejandro que contaba con el apoyo de todos ellos.
Clito concluyó con
firmeza: –Alejandro, eres un héroe y debes ser el rey. Si se requiere que
hagamos algo con respecto al heredero... se hará…
Palacio de Pella |
El nuevo Rey
Después de estos
trágicos sucesos, Alejandro dio un paso audaz e imponente: se proclamó Rey de
Macedonia. Emergió como el único heredero viable, y nadie se atrevió a
cuestionarlo ni a acusarlo.
El carismático rey
Filipo, quien había logrado reunificar Grecia, revolucionado las tácticas de
batalla y forjado la famosa Falange, la infantería macedonia, había sido
arrebatado por un regicidio perpetrado por quien una vez fue el más cercano
confidente de Alejandro Magno. En ese preciso momento, Alejandro tomó las
riendas de la historia, ascendiendo como el nuevo monarca de Macedonia a la
temprana edad de 20 años, adoptando el título de Alejandro Magno de Macedonia.
A pesar de las
complejas emociones y tensiones que albergaba hacia su padre, Alejandro decidió
llevar a cabo los funerales de Filipo II con toda solemnidad. Con una ceremonia
de incineración reverente, los restos del rey, acompañados de sus posesiones
más preciadas, fueron colocados en una cámara funeraria bajo toneladas de
tierra. Siguiendo la antigua tradición, la altura del montículo sobre la tumba
simbolizaba la importancia del individuo. En Aigai, no lejos del antiguo
palacio real, se levantó el Gran Túmulo, un monumento imponente en honor al
ilustre rey Filipo.
Los sospechosos
336 a. C.
El asesinato de
Filipo II de Macedonia en su propio palacio planteó una intrigante incógnita: ¿Quién
o quiénes podrían haber estado involucrados en esta conspiración?
Las motivaciones tras
el regicidio de Pausanias fueron un misterio enrevesado. Se rumoraba que
Pausanias había mantenido una relación amorosa con Filipo y que se había
llenado de celos cuando el rey cambió su atención por un joven también llamado
Pausanias. Además, se especulaba que podría existir una conexión con el oro
persa, ya que los persas temían que Filipo, después de unificar Grecia,
buscaría expandir su poderío hacia Persia. No obstante, estas eran conjeturas
sin evidencia sólida.
Las sospechas también
recayeron en Olimpiade, la madre de Alejandro. Se mencionaba un estrecho amigo
de Alejandro Magno llamado Pausanias, lo que llevó a especulaciones sobre una
posible participación del joven Alejandro en el crimen, incentivando al asesino
a actuar.
Fue crucial
investigar y confirmar lo que madre e hijo conversaron en los días previos a la
muerte de Filipo II. Sin embargo, considerando el intenso resentimiento entre
Olimpiade y Filipo, a menos que se sostuviera la idea de que Olimpiade incitó a
su hijo al odio, se podía inferir que algo se gestó en los últimos momentos de
la vida del monarca macedonio.
Para Alejandro, aquel
era un desafío monumental en su vida: debía demostrar a los ciudadanos de
Macedonia que era digno de convertirse en rey.