Capítulo 52: Eterno VII: Muerte de un Rey (337-336 a. C.)

 

Eterno VII

Muerte de un Rey

 (337-336 a. C)



Reino de Epiro
Conspiración en Epiro

En ese remoto rincón de Epiro, conocido por su rica vegetación y su impresionante belleza natural, existía un lugar secreto donde Olimpiade y Calístenes podían encontrarse discretamente. Ese sitio especial era una gruta oculta, situada en las profundidades de un exuberante bosque, que solo los lugareños conocían y a la que llamaban "La Gruta de las Ninfas".

Para llegar a este escondite, había que seguir un angosto y sinuoso sendero que atravesaba el denso bosque de robles y abetos. El sendero se encontraba rodeado de helechos y flores silvestres, creando la sensación de adentrarse en un rincón olvidado por el tiempo. La vegetación era tan densa que apenas dejaba pasar la luz del sol, lo que confería al lugar un aire misterioso y sombrío.

La gruta en sí era una maravilla de la naturaleza. La entrada de la gruta estaba cubierta de musgo y enmarcada por raíces que descendían desde el techo rocoso. Una vez dentro, uno se encontró en un espacio subterráneo iluminado por la suave luz de antorchas dispuestas estratégicamente. Las paredes de la gruta estaban decoradas con estalactitas y estalagmitas que parecían formar patrones caprichosos.

En el centro de la gruta, se encontró un pequeño estanque de agua cristalina alimentado por un manantial subterráneo. El suave murmullo del agua creaba una atmósfera serena y relajante. Rodeando el estanque, había cómodas rocas y troncos donde Olimpiade y Calístenes podían sentarse y mantener sus conversaciones en privado.

La gruta estaba imbuida de una profunda sensación de tranquilidad y secreto, un lugar donde los susurros de las conversaciones se perdían entre las rocas y donde el misterio se entrelazaba con la belleza natural. Era el rincón perfecto para que Olimpiade y Calístenes se reunieran en secreto y trazaran sus planos, rodeados por la paz y la majestuosidad de Epiro.

En la penumbra de una sala iluminada por escasas velas, Olimpiade, la ex reina de Macedonia, se erguía en una escena enigmática y fascinante. Su figura se recortaba en las sombras, añadiendo un toque de misterio a su presencia.

Ocupando un antiguo trono tallado en madera oscura, Olimpiade sostenía con delicadeza a su serpiente doméstica, un reptil con escalas brillantes y colores vibrantes. La serpiente se deslizaba suavemente entre sus manos, moviéndose con gracia y bailando al compás de sus gestos.

El cabello oscuro de Olimpiade fluía en cascada sobre sus hombros, creando un marcado contraste con su piel pálida y su vestido de seda negra que se deslizaba elegantemente. Sus ojos, llenos de valentía y astucia, parecían resplandecer en la penumbra mientras observaba a su serpiente, como si compartieran un profundo secreto.

A medida que la serpiente se deslizaba por sus manos, un destello de malicia se insinuaba en la sonrisa de Olimpiade. Parecía estar tejiendo su próximo movimiento en el intrincado juego de intrigas y conspiraciones que rodeaba a su hijo Alejandro y al trono de Macedonia. La suave caricia de la serpiente reflejaba su destreza para moverse en las sombras, siempre un paso adelante en su búsqueda de poder y venganza.

En medio de la noche oscura, este cuadro capturaba la esencia de Olimpiade: una mujer astuta y decidida, con una serpiente como confiada en sus maquinaciones secretas, lista para desempeñar su papel en el complejo tablero político de la antigua Macedonia.

–Calístenes, necesito tu ayuda en un asunto de suma importancia, –susurró Olimpiade, con una mirada furtiva que denotaba la gravedad de la situación. Calístenes la miró atentamente mientras asentía, listo para escuchar sus intrigantes palabras.

–Mi hijo, Alejandro, estaba en peligro de perder su derecho al trono. –concluyó Olimpiade con una profunda preocupación que se reflejaba en sus ojos.

Calístenes la observó con atención y asintió en silencio.

–La nueva reina, Cleopatra, ha dado a luz a un hijo –dijo Olimpiade con una expresión seria en su rostro– un heredero que, según las leyes, podría reclamar el trono antes que Alejandro. Mis temores se están haciendo realidad.

–¿Esta información es de dominio público? –preguntó Calístenes en voz baja.

–El mismo rey Filipo ha compartido la noticia con la corte. –respondió Olimpiade con preocupación.

–He escuchado rumores al respecto. –agregó Calístenes.

–Calístenes, tú tienes acceso a la corte y gozas de la confianza del rey Filipo, –dijo Olimpiade mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchara– necesito que intercedas ante él, que hables en secreto y lo convenzas de que Alejandro es el verdadero heredero, el destinado a reinar sobre Macedonia.

–¿Creéis que el rey me escuchará? –preguntó Calístenes mostrando inquietud.

–Eres sobrino de Aristóteles, y él es amigo de Filipo, –respondió Olimpiade– debería prestarte atención.

–Mi reina, Alejandro es el mejor candidato para ser el futuro rey. Seguramente el propio Filipo lo sabe. –dijo Calístenes– Ya debe de haber muchos conspirando, incluso entre los persas..."

–El problema es que no creo que tenga la suficiente confianza con el rey como para que tome en cuenta mis palabras –continuó Calístenes– no me veo capaz de realizar esta tarea. El rey es terco, –Olimpiade asintió, compartiendo su opinión– como dice el refrán, "el dato mata al relato". Si tenemos pruebas que respalden nuestros argumentos, serán mucho más convincentes.

Olimpiade reflexionó sobre las palabras de Calístenes, consciente de la verdad en ellas. La lucha por el trono de Macedonia estaba en juego, y necesitaban pruebas sólidas para respaldar su causa.

–Calístenes, el futuro de Macedonia estaba en juego, –dijo Olimpiade al historiador– mi hijo ha demostrado ser digno de liderar este reino. Prometo que, si tienes éxito en esta misión, serás recompensado generosamente y tu nombre será recordado en la historia de nuestro imperio.

–Mi Señora, no necesito recompensa alguna, pero esta tarea que me encomendáis no es sencilla. –Respondió Calístenes intentando convencer a Olimpiade– Vos, Alejandro y nuestros amigos exiliados somos como Leónidas y los espartanos luchando contra los persas en las Termópilas.

–¿Hay algo que tú conozcas para hacer ver al rey que está equivocado? –preguntó Olimpiade desesperada.

Calístenes reflexionó por un momento y luego respondió:

–Alguien. Tito Clito puede hablar con el rey. Ahora es un oficial al que el rey tiene en muy alta estima. Ha demostrado ser un gran héroe en Queronea y, al no estar influenciado por la corte, es alguien a quien el rey escuchará. Filipo siente cierto apego por Clito, y sus palabras pueden ser eficaces en los oídos del rey.

–¿Crees que el rey le escuchará? –preguntó Olimpiade con preocupación.

–Espero que sí. –Respondió Calístenes.

Mientras Olimpiade jugueteaba con una serpiente en su regazo, continuó:

–He pensado en otras acciones en las que podrías contribuir a nuestra empresa. Calístenes, como historiador y cronista de la corte, podrías recopilar información sobre la vida y los eventos en la corte, incluyendo detalles sobre Cleopatra y su hijo. Esta información podría ser valiosa para buscar debilidades o puntos de presión.

–Necesito que trabajes en las sombras para recopilar información que pueda utilizarse para desacreditar a Cleopatra, ya sea revelando detalles de su pasado o destacando su conducta inadecuada en la corte.

–Dado tu talento retórico, podrías redactar discursos y argumentos persuasivos que se podrían utilizar para cuestionar la legitimidad del heredero y promover a Alejandro como el heredero adecuado. –Continuó Olimpiade.

Calístenes aceptó la tarea con decisión y dijo:

–Encontraré una falla en la armadura, una ranura por la que podamos atravesar sus defensas.

–Estoy en deuda contigo, Calístenes. –Dijo Olimpiade asintiendo con gratitud– Este es un juego peligroso, pero estoy dispuesta a arriesgar todo por mi hijo y por el futuro de nuestro reino.

–Lo hago gustoso –respondió Calístenes asintiendo con osadía.

–La prudencia será nuestra aliada, Calístenes. –Dijo Olimpiade con gratitud y tristeza– Ahora, dime, ¿dónde y cuándo puedo encontrarte en secreto para recibir noticias de tus progresos?

–¿Tienes una esclava de confianza que no sea muy conocida, una que no llame la atención? –pregunto Calístenes considerando la pregunta de Olimpiade.

–Sí, la tengo –asintió Olimpiade.

–Tengo en mi taller a un joven maestro herrero, y esta esclava será la amante de dicho maestro herrero. –continuó Calístenes con su plan– Será normal que se encuentren en la noche e intercambien muestras de afecto... y alguna carta entre nosotros.

Olimpiade sonrió, aprobando la idea:

–Me parece una idea genial. –dijo Olimpiade sonriendo y aprobando la idea– Cuando tengas novedades, envía un mensaje de esta forma. Nuestra lucha apenas comienza, pero estoy segura de que, juntos, lograremos que Alejandro recupere su legado.

–Ese es mi objetivo –añadió Calístenes con seguridad.

Concluida esta conversación clandestina, Olimpiade y Calístenes se sumergieron en una conspiración secreta para garantizar el futuro de Alejandro como rey de Macedonia. Sus acciones se desarrollaron en las sombras de la corte, mientras luchaban por proteger el legado de Alejandro y el destino de su imperio.

 

Calístenes, sobrino de Aristóteles
Calístenes obrando

Calístenes abandonó la reunión con Olimpiade con una idea maquiavélica en mente: que la desaparición del hijo de Cleopatra podría resolver el problema. Sin embargo, una chispa de humanidad, impulsada por la rabia de Meir, lo llevó a desechar rápidamente esta idea retorcida y pasar a la acción.

El historiador y cronista de Alejandro comenzó a investigar historias de imperios o reinos que, en circunstancias similares a las de Macedonia en ese momento, habían enfrentado la amenaza de desaparecer debido a un error en la línea de sucesión. Calístenes buscaba evidencia de situaciones en las que un niño heredero había arrebatado el trono a un hermanastro mayor digno, lo que había llevado a la destrucción del reino. Su búsqueda se convirtió en una misión para encontrar precedentes históricos que respaldaran su causa.

Calístenes, con la orientación de Meir, quien le sugirió ciertos textos donde buscar, finalmente desenterró una historia que resonaba con la situación potencial en Macedonia si se elegía a un heredero equivocado y carente de experiencia. La historia en cuestión era la de la Dinastía Xia, que había florecido en la antigua China mucho antes de la era de Alejandro Magno.

Según la leyenda transmitida en estos textos antiguos, la Dinastía Xia fue establecida por Yu el Grande, un líder conocido por sus esfuerzos en el control de inundaciones y el desarrollo de la agricultura. Tras la muerte de Yu, su hijo, Qi, subió al trono. No obstante, Qi fue ampliamente considerado como un gobernante cruel e ineficaz, cuyo reinado estuvo marcado por la opresión y la tiranía.

El pueblo, hastiado de su liderazgo, comenzó a resistirse activamente a su autoridad. En este período tumultuoso, un héroe llamado Jie emergió como líder de la resistencia contra Qi. Con el tiempo, Jie lideró una exitosa revuelta que derrocó a Qi. Sin embargo, en lugar de instaurar un gobierno más justo, Jie se convirtió en un tirano aún más despiadado que su predecesor.

La revuelta contra Qi y el ascenso de Jie al poder condujeron al colapso de la Dinastía Xia. Este período de inestabilidad resultó en la caída de la dinastía, que fue reemplazada por la Dinastía Shang, marcando el inicio de una nueva era en la historia china.

Aunque la historia de la Dinastía Xia estaba envuelta en leyendas y mitos, con posibles exageraciones y distorsiones a lo largo del tiempo, servía como un ejemplo claro de cómo un líder indigno y la sucesión de un heredero niño podría precipitar el colapso de un imperio o dinastía.

Calístenes finalmente había encontrado el ejemplo histórico que necesitaba para respaldar su causa.

Calístenes, el astuto consejero y historiador de la corte macedonia, pasó muchas noches en vigilia reflexionando sobre el futuro del imperio. La situación era incierta, y la sombra de la sucesión pesaba sobre él como una nube oscura. Filipo, el rey de Macedonia, estaba envejeciendo y, aunque aún era poderoso y carismático, Calístenes sabía que los años no pasaban en vano.

Haciendo un análisis minucioso de las circunstancias, calculó que si Filipo viviera otros diez años, el imperio podría mantener su estabilidad, al menos por ese tiempo. Sin embargo, tenía serias dudas sobre lo que vendría después. La sucesión no estaba garantizada, y el joven Alejandro, a pesar de sus notables logros y talentos, aún era un príncipe con un camino incierto hacia el trono.

En sus cavilaciones nocturnas, Calístenes llegó a una conclusión sombría. Sabía que no podía predecir con certeza el futuro, y que la incertidumbre era una constante en la política y el poder. En lugar de tratar de moldear el destino con maquinaciones y conspiraciones, decidió dejar ese sueño en manos del azar. Era una elección difícil, pero también una muestra de su profundo respeto por la grandeza que Filipo había logrado.

Calístenes dedujo que, en última instancia, era el destino el que decidiría el curso de los acontecimientos. A pesar de su deseo de ver a Alejandro en el trono, entendió que solo el tiempo revelaría si el joven príncipe sería digno de liderar el imperio. Así que, con una sensación de resignación, decidió seguir siendo un observador paciente de los eventos que se desarrollarían en los años venideros, dispuesto a adaptarse a cualquier giro del destino.

Para lograr esto, Calístenes decidió adoptar un enfoque meticuloso y basado en evidencias empíricas. Su estrategia se centró en observar detenidamente a la familia real y recopilar información sobre los rasgos físicos y las características hereditarias.

Comenzó por estudiar el árbol genealógico de Filipo, Cleopatra y el niño, buscando posibles similitudes o discrepancias en los rasgos familiares. Calístenes también se aseguró de que los informantes de la corte y los sirvientes proporcionaran detalles sobre el nacimiento y la crianza del niño, prestando especial atención a cualquier dato que pudiera ser utilizado para cuestionar su linaje.

Además, Calístenes llevó a cabo investigaciones sobre la herencia genética y las características físicas de la familia real macedonia. Esto incluyó estudios sobre la herencia de rasgos como el color de ojos, cabello y la contextura física, en un esfuerzo por encontrar cualquier discrepancia que pudiera utilizarse para alimentar las dudas sobre la paternidad del niño.

Una vez que reunió suficiente información, Calístenes comenzó a difundir cuidadosamente estas observaciones entre aquellos que podrían estar dispuestos a creer en la posibilidad de que el niño no fuera realmente hijo de Filipo. No buscaba lanzar acusaciones directas, sino más bien crear una corriente de rumores subyacentes que generaran incertidumbre y desconfianza.

El plan de Calístenes estaba en marcha, y dependía de su habilidad para mantener estos rumores en constante crecimiento, sembrando la duda sobre la legitimidad del niño y, al mismo tiempo, apoyando discretamente a Alejandro como la mejor opción para liderar Macedonia.

 

Olimpiade de Epiro, madre de Alejandro
Conspiración en Pella

En medio de la oscuridad de la noche en Pella, la antigua capital de Macedonia, Olimpiade, la madre de Alejandro, planea un encuentro clandestino que podría cambiar el destino del reino. Ella se encuentra exiliada en Epiro, lo que significa que este encuentro podría costarle la vida si es descubierta por los partidarios de Filipo y Cleopatra. Sin embargo, está decidida a hacer todo lo que esté a su alcance para asegurar el trono para su amado hijo.

Olimpiade, vestida con ropas discretas y un velo que oculta su rostro, se desliza sigilosamente por las calles vacías de Pella. La tensión en el aire es palpable mientras se dirige hacia un lugar previamente acordado. Su corazón late con fuerza en su pecho, consciente de los riesgos que implica este acto audaz.

Mientras Olimpiade avanza en la penumbra, finalmente llega a un rincón sombrío cerca del río. Allí, entre las sombras, espera a Clito, el hombre en quien confía para llevar a cabo su plan secreto. La noche está completamente en silencio, rota solo por el susurro del viento y el suave chapoteo del agua contra las orillas del río.

De repente, un leve crujido de hojas secas alerta a Olimpiade, y sus sentidos se agudizan aún más. Delante de ella, emerge Clito, con la misma cautela en cada paso. Viste ropas oscuras que se confunden con la noche, y su rostro apenas visible bajo una capucha.

Este encuentro clandestino, en medio de la oscuridad y el riesgo, marca el comienzo de una conspiración que podría cambiar el curso de la historia de Macedonia. Olimpiade y Clito están dispuestos a arriesgarlo todo en su búsqueda por asegurar el trono para Alejandro y preservar su legado en medio de las sombras del poder.

–Clito, no podemos arriesgarnos a que nadie se dé cuenta de mi viaje aquí, a Pella. Este encuentro debe ser rápido y discreto. –Dijo Olimpiade susurrando con urgencia.

–Mi señora, no debíais haberos puesto en peligro –dijo Clito preocupado.

–No quería que nadie te relacionase conmigo en un viaje a Epiro –dijo Olimpiade– esto es más arriesgado para mí pero más seguro para nuestro objetivo.

–Tengo a alguien fiable consiguiendo información y difundiendo rumores entre la nobleza y la corte de que el recién nacido no es realmente el hijo de Filipo. –Susurró Olimpiade– Estos rumores podrían sembrar dudas sobre la legitimidad del heredero.

–Yo por Alejandro daría mi vida –respondió Clito.

–Clito, sabes tan bien como yo que el destino de mi hijo Alejandro está en peligro. –Dijo Olimpiade con voz suave pero decidida– Ese niño de Cleopatra amenaza su legado y su reino.

–No me rendiré tan fácilmente. –Dijo Olimpiade llena de orgullo– Alejandro es el verdadero heredero, el que está destinado a ser el rey de Macedonia. Y haré lo que sea necesario para asegurarme de que eso suceda.

–Podríamos acabar con el hijo y con la madre si fuera necesario –sugirió Clito mirando cautelosamente alrededor.

–Ese trabajo sería demasiado sucio –dijo Olimpiade– levantaría demasiadas sospechas. Debemos ser más sibilinos.

–Clito, debemos sembrar la semilla de la duda. Debemos cuestionar la legitimidad del heredero de Cleopatra. ¿Qué sabes sobre la concepción de ese niño? –preguntó Olimpiade con una chispa de malicia en sus ojos.    

–Todo parece estar bien en su entorno, no hay nada turbio, al menos a simple vista. –Respondió Clito frunciendo el ceño.

–A mi modo de ver tenemos la vía del desprestigio, sembrando la duda de la legitimidad del hijo de la reina Cleopatra –Dijo Clito– y la otra vía sería convencer a Filipo de que Alejandro es la mejor opción para sucederle.

–Es un buen punto de partida. –Añadió Olimpiade sonriendo astutamente– Necesitamos encontrar cualquier detalle, información que pueda hacer dudar de que ese niño sea realmente de Filipo. ¿Puedes investigar más, Clito? ¿Puedes buscar testigos, hablar con personas cercanas a la reina Cleopatra?

–Podría. –Respondió Clito– Se me ocurre buscar documentos que tracen su descendencia y verificar su verdadero origen.

–Tengo a alguien de confianza con ese asunto –Dijo Olimpiade pensativa.

–Debemos socavar la legitimidad de ese niño, Alejandro debe tener acceso al trono de Macedonia y de toda Grecia –Dijo Olimpiade llena de ambición.

–Así debe ser –añadió Clito.

–Clito, –Dijo Olimpiade mirando a los ojos al joven– he pensado que eres la persona adecuada para ayudarme con varias cosas:

–Podrías utilizar tu influencia para sobornar a sirvientes y consejeros cercanos a la reina Cleopatra. Estos individuos podrían proporcionar información comprometedora o actuar en contra de los intereses de Cleopatra.

–Podría buscar malos hábitos entre el círculo de confianza de la reina y convencerlos para cooperar con nuestra causa –dijo Clito.

–Excelente –dijo Olimpiade asintiendo contenta.

–También he pensado que podrías ayudar a crear documentos falsificados que cuestionen la ascendencia del hijo de Cleopatra. Estos documentos podrían utilizarse como evidencia en una campaña para socavar su legitimidad.

–Podría hacerlo –respondió Clito– pero necesitaríamos a alguien influyente que legitime dichos documentos, quizás Aristóteles.

–Tengo a alguien cercano a él que podría hacerlo –dijo Olimpiade– sería peligroso involucrar directamente a Aristóteles, podría descubrirnos.

–Como desees –dijo Clito.

–Y la tarea más difícil y peligrosa... –dijo Olimpiade– quizás podrías utilizar tu reciente afinidad con Filipo para influir discretamente en sus decisiones. Podrías destacar las virtudes de Alejandro y cuestionar la legitimidad del heredero recién nacido, sin que Filipo sospeche de tus intenciones.

–Puedo intentarlo –dijo Clito– al menos hasta que Alejandro salga del exilio.

La oscuridad de la noche los envolvía, ocultando sus conspiraciones a los ojos del mundo. La madre y su confidente Clito "El Negro" sabían que estaban jugando con fuego, pero creían que este riesgo era necesario para lograr su objetivo: ver a Alejandro convertido en el rey que estaba destinado a ser.

 

Filipo II, rey de Macedonia
Hablar con el rey

En el majestuoso palacio de Pella, la capital de Macedonia, el aire estaba cargado de intriga y secretos. El rey Filipo II, un hombre imponente con barba y cabello oscuro, había convocado a Clito, uno de sus más leales confidentes, para una reunión secreta en las sombras del palacio.

La sala en la que se encontraban estaba apenas iluminada por antorchas estratégicamente dispuestas, que arrojaban destellos intermitentes de luz sobre las paredes decoradas con ricos tapices. El suelo estaba cubierto por una alfombra de colores profundos que amortiguaba los pasos, contribuyendo a la sensación de opulencia que permeaba el lugar.

El rey Filipo se encontraba sentado en un trono ricamente ornamentado, con una expresión seria y penetrante en su rostro. Sus ojos, oscuros como la noche, permanecían fijos en Clito, quien estaba de pie frente a él, manteniendo una postura respetuosa pero firme. La sala resonaba con la autoridad y el poder que emanaban del rey.

–Clito, has demostrado ser uno de mis hombres de mayor confianza. Tu lealtad y valentía en el campo de batalla son indiscutibles, y tu astucia es reconocida por todos. –Dijo Filipo con una voz profunda y autoritaria.

–Mi señor, le agradezco sus palabras –respondió Clito con un tono de respeto– ¿Tiene un momento para hablar conmigo?

Filipo, en un gesto majestuoso, se levantó de su trono y se acercó a Clito. La sala quedó sumida en un silencio tenso mientras el rey y su leal confidente se enfrentaban en una conversación que podría cambiar el curso de la historia de Macedonia.

–Clito, el destino de Macedonia pende de un hilo. –Susurró Filipo con una pizca de preocupación– Soy todo oídos.

Clito, sirviéndose una copa de vino y mirando al suelo, escogía cuidadosamente sus palabras para transmitir su mensaje al rey de la manera más adecuada posible.

–Mi rey –comenzó Clito–, usted sabe mejor que nadie cuánto ha invertido en Alejandro y en todos nosotros, con un único propósito: encontrar el mejor camino para Macedonia.

–Mi hijo Alejandro merece el trono –dijo Filipo mientras se servía una copa de vino–, pero los vientos de cambio soplan en mi contra. Cleopatra, la madre de mi hijo, ha dado a luz a un heredero. La legitimidad de mi dinastía está en peligro.

Clito observó al rey con atención, comprendiendo la gravedad de la situación. La sombra de una conspiración se cernía sobre ellos mientras Filipo confiaba en su confidente Clito información crucial.

–Estoy plenamente consciente de ello, mi rey –afirmó Clito con convicción–, pero desde el día en que nos conocimos, hemos tomado las decisiones más sabias. Estoy seguro de que Alejandro será el mejor de los reyes, superando incluso a lo que tenemos ahora. Lo has visto en la batalla, su valentía y habilidad estratégica son insuperables.

El rey sabía que solo Clito tenía el valor o la suprema audacia para decirle lo que no quería escuchar.

El rey y Clito se miraron significativamente, sellando un pacto que podría cambiar el rumbo de la historia de Macedonia. En ese momento, el destino de la nación y el futuro de Alejandro Magno quedaron en manos de dos hombres decididos a hacer lo que fuera necesario para proteger su legado y su reino.

–Debes perdonar a Alejandro y permitir su regreso del exilio –insistió Clito.

–Lo consideraré –dijo Filipo, vaciando su copa de un trago–, te lo prometo, Clito. Lo pensaré...

 

Clito, el Negro,
Compañero de Alejandro
Trapos sucios

Clito recurrió a sus contactos en los bajos fondos de la ciudad, relaciones que había cultivado durante años. Estos contactos le proporcionaron información valiosa sobre la vida privada de los sirvientes y consejeros de Cleopatra. Conocían sus debilidades y sus secretos mejor guardados. Clito corroboró la información a través de uno de sus esclavos, un astuto asesino tebano a su servicio, garantizando la veracidad de los datos.

Con la información recopilada, Clito tenía en sus manos un arsenal de datos comprometedores. Comenzó a coaccionar a los sirvientes y consejeros, utilizando su conocimiento de sus debilidades. Aquellos con problemas financieros podían recibir pagos generosos a cambio de información, mientras que aquellos con adicciones podían obtener su suministro a cambio de lealtad. El chantaje se convirtió en una herramienta poderosa para asegurarse de que estos individuos permanecieran leales a su causa.

Con la lealtad de algunos sirvientes y consejeros comprada mediante sobornos y chantaje, Clito comenzó a obtener información estratégica sobre los planes y movimientos de Cleopatra. Esto le permitió anticipar sus acciones y tomar medidas para contrarrestarlas.

A lo largo de este intrincado proceso, Clito actuó con sigilo y discreción, asegurándose de que sus acciones no fueran descubiertas por Cleopatra ni por sus aliados. Su habilidad para manipular a individuos vulnerables y utilizar sus conexiones en los bajos fondos le permitió obtener información valiosa que podría ser utilizada en su lucha por asegurar el trono para el joven Alejandro Magno y su madre, Olimpiade.

 

¿Falsificación?

En el meollo de una intriga palaciega, Clito, un hábil estratega y conspirador, se embarcó en una oscura búsqueda para socavar la legitimidad del heredero macedonio. Con la confianza de su aliado egipcio, quien había tejido una red de conexiones en el mundo de los escribas, Clito tenía un plan maestro en mente: la creación de documentos falsificados que cuestionarían la ascendencia del joven príncipe y sembrarían las semillas de la discordia en la corte macedonia.

En un oscuro rincón de Pella, Clito se encontró con su aliado egipcio. Los dos hombres habían entablado una relación clandestina basada en un objetivo compartido: desafiar la posición del heredero. Clito explicó con osadía la naturaleza de su misión: documentos que arrojarían sombras de duda sobre la herencia macedonia del niño. Detalles cuidadosamente planeados, como genealogías y fechas, debían ser perfectos.

Con el compromiso de su aliado egipcio, se embarcaron en la búsqueda de escribas hábiles y experimentados. Estos hombres eran maestros en el arte de la escritura y conocían a fondo la cultura egipcia. Reunidos en secreto, comenzaron su tarea crucial de crear documentos falsificados que fueran difíciles de distinguir de los originales.

El proceso de creación de los documentos falsificados fue meticuloso. Los escribas utilizaron pergaminos auténticos y tinta de alta calidad para darle a los documentos una autenticidad innegable. Cada detalle, desde los nombres hasta las fechas, se eligió con cuidado. Los documentos debían parecer legítimos en todos los sentidos.

Una vez finalizados los documentos, Clito y su aliado egipcio los revisaron minuciosamente. No podían permitirse ningún error o inconsistencia. La credibilidad de sus esfuerzos dependía de la precisión de los documentos. Después de extensas revisiones, estaban listos para la siguiente fase.

Con los documentos falsificados en su poder, Clito y su aliado idearon una estrategia de distribución cuidadosamente planeada. Colocaron los documentos en lugares donde podrían ser encontrados por personas influyentes o por aquellos que cuestionaban la legitimidad del heredero. La ubicación estratégica sería esencial para el éxito de su plan.

Antes de pasar al último paso y distribuir los documentos falsificados, Clito decidió enviárselos a Calístenes, el sobrino de Aristóteles y amigo suyo, para que los corroborara y evaluara su calidad.

Calístenes recibió un sobre con los documentos y realizó todas las pruebas que haría en cualquier pergamino encontrado en una biblioteca o lugar donde se guardaran documentos antiguos. Estudió el tipo y la calidad del papiro, la antigüedad y conservación del material, la caligrafía utilizada, el idioma en el que estaban escritos y la gramática empleada. Una vez completadas las evaluaciones, entregó la valoración al agente sin revelar la identidad de quien lo envió.

Además, Calístenes buscó minuciosamente si la información contenida en estos documentos falsificados podría encajar con los documentos ya existentes, si cubría lagunas y se ajustaba a la cronología histórica conocida.

Después de llevar a cabo todas las investigaciones pertinentes, Calístenes llegó a una conclusión sólida: los documentos eran de una calidad sublime. Todos los detalles encajaban perfectamente, no parecían falsos en absoluto. La habilidad de los escribas egipcios detrás de ellos era innegable, y los documentos encajaban perfectamente en la cronología, a excepción del hecho de que la información que contenían era falsa.

Con su evaluación completa, Calístenes entregó los documentos al agente, proporcionando su validación de su autenticidad.

Clito recibió la certificación de Calístenes y esperó pacientemente el momento adecuado para revelar los documentos, que llegó cuando Alejandro y su grupo regresaron del exilio tras el perdón del rey Filipo.

Una vez en posesión de los documentos, Clito los entregó a Olimpiade, quien asumió la responsabilidad de dar el siguiente paso en su maquiavélico plan.

Además de distribuir los documentos, Olimpiade y sus hábiles espías se encargaron de difundir rumores sobre su existencia. La noticia de estos documentos misteriosos se propagó rápidamente, llegando a oídos de aquellos que podrían utilizarlos para sus propios fines. La semilla de la duda comenzó a germinar en la mente de la gente, y la legitimidad del heredero fue ampliamente cuestionada.

En esta oscura trama de engaño y maquinaciones, Clito y Olimpiade trabajaron incansablemente para debilitar la posición del joven heredero y allanar el camino para un futuro incierto. Con documentos falsificados en juego y rumores que se propagaban como un incendio forestal, el destino de la corte macedonia se volvía cada vez más incierto, mientras Alejandro Magno aguardaba en las sombras, listo para reclamar su derecho al trono.

 

Aristóteles, Mentor de Alejandro

Calístenes y Aristóteles

El aroma a papiro antiguo y a madera pulida llenaba el aire de la biblioteca del palacio de Pella. Las antorchas, con sus llamas danzantes, arrojaban sombras intrincadas sobre los estantes que albergaban innumerables pergaminos y manuscritos. En este santuario del conocimiento, Calístenes, el joven sobrino de Aristóteles, se encontraba inmerso en un profundo debate filosófico con su sabio tío.

Calístenes era un joven de apariencia delicada pero con ojos brillantes de inteligencia. Su cabello oscuro caía en cascadas de rizos que enmarcaban su rostro de tez clara. Tenía una mirada penetrante y curiosa que revelaba su sed insaciable de conocimiento. Siempre vestía con ropas sencillas pero elegantes, mostrando su dedicación a la sabiduría en lugar de a las extravagancias mundanas. Su postura era erguida y su gesto, aunque serio, se suavizaba cuando se sumergía en discusiones filosóficas. La pasión por el aprendizaje brillaba en sus ojos, y su mente aguda y perspicaz lo convertía en un estudiante excepcional de su tío, Aristóteles.

Aristóteles era un hombre de mediana edad, con una barba densa y encanecida que le confería una apariencia venerable. Sus ojos, profundos y reflexivos, reflejaban una sabiduría antigua y un intelecto agudo. Vestía con sencillez pero con elegancia, su túnica de tonos oscuros a menudo cubierta por los pergaminos que siempre llevaba consigo. Su presencia emanaba autoridad y respeto, y su voz, profunda y resonante, tenía el poder de cautivar a cualquier audiencia. Cuando hablaba, cada palabra estaba imbuida de conocimiento acumulado a lo largo de los años. Siempre tenía una expresión serena pero apasionada cuando discutía filosofía o ciencia, mostrando un amor inquebrantable por el aprendizaje y la verdad. Su rostro estaba marcado por líneas de experiencia y pensamiento profundo, revelando la inmensidad de su conocimiento y la profundidad de su comprensión del mundo.

Calístenes, con una expresión seria y ligeramente preocupada en su rostro, comenzó la conversación, planteando una pregunta que había estado atormentando su mente.

–Maestro, he estado reflexionando sobre la conspiración que se está llevando a cabo en la corte. ¿Hasta qué punto podemos justificar nuestras acciones en busca de un bien mayor? ¿Es moralmente aceptable participar en maquinaciones que involucran engaño, chantaje y manipulación para lograr un objetivo?

Aristóteles, con su característica serenidad, observó a su sobrino antes de responder.

–Calístenes, la moralidad es una senda delicada y compleja. En la búsqueda del bien mayor, a menudo nos encontramos en situaciones éticamente ambiguas. La conspiración, en su esencia, implica una falta de transparencia, una violación de la confianza y, a veces, incluso la pérdida de vidas inocentes. Sin embargo, también debemos considerar el contexto y los motivos detrás de nuestras acciones.

El sabio filósofo continuó, su voz resonando en la tranquila biblioteca.

–La moralidad no es una línea recta, sino un viaje lleno de matices. La justificación de nuestras acciones se encuentra en la intención detrás de ellas y en las consecuencias que se derivan. Si nuestras acciones buscan un bien mayor, como proteger a un reino o asegurar la paz, entonces podríamos argumentar que, en algunos casos, la conspiración podría considerarse justificada. Sin embargo, debemos ser conscientes del costo humano y ético involucrado.

Calístenes asintió, absorbido por las palabras de su tío.

–Entiendo, maestro. Pero, ¿cómo sabemos cuándo hemos cruzado la línea y hemos perdido nuestra brújula moral en medio de la conspiración?

Aristóteles sonrió con tristeza.

–Esa es la pregunta que los filósofos y líderes han debatido durante siglos, Calístenes. La sabiduría radica en la autorreflexión constante y en la búsqueda incansable de la verdad. En última instancia, es nuestra conciencia y nuestra capacidad para discernir entre el bien y el mal lo que nos guiará en medio de la oscuridad de la conspiración y nos recordará nuestra humanidad en tiempos de maquinación.

El joven discípulo asintió, sintiéndose inspirado por las enseñanzas de su tío. En la tranquila biblioteca del palacio de Pella, el debate filosófico continuó, tejiendo las complejidades de la moralidad y la virtud en los corazones y las mentes de ambos hombres.

 

Moira, esclava bruja
Ptolomeo y Moira

Entre las sombrías callejuelas de los barrios bajos de Pella, Moira, una esclava de ojos inquietos y corazón afligido, se encontró en secreto con Ptolomeo, un confidente cercano de Calístenes. Las sombras danzaban en las paredes de piedra, mientras los susurros de preocupación flotaban en el aire cargado de tensión. La luna, apenas un delgado arco en el cielo, arrojaba destellos de luz intermitente sobre sus rostros angustiados.

Moira, la esclava de mirada aguda y corazón apasionado, llevaba consigo la carga de un pasado doloroso y la esperanza de un futuro mejor. Su cabello oscuro caía en ondas desordenadas alrededor de su rostro, y sus ojos, oscuros y profundos como la noche, guardaban secretos que solo las estrellas podrían entender. A pesar de sus harapos, su presencia irradiaba una dignidad inquebrantable. Moira poseía una inteligencia aguda y un coraje que desafiaba las cadenas de su esclavitud.

Ptolomeo, un compañero leal de Alejandro y un oficial respetado del rey, era un hombre de presencia imponente y astucia afilada. Sus ojos, de un azul profundo como el cielo en un día claro, observaban el mundo con perspicacia. Vestía con elegancia, con una armadura que llevaba las huellas del tiempo y las batallas ganadas. Su voz era firme pero suave, y su sonrisa ocultaba misterios que pocos lograban descifrar.

Cuando Moira y Ptolomeo se encontraron en las sombrías callejuelas de Pella, sus destinos se entrelazaron en un pacto silencioso. Moira, con su valentía impulsada por el amor, compartió sus miedos y sospechas con Ptolomeo. En sus ojos, él vio el fuego de una mujer decidida a proteger lo que amaba, incluso si eso significaba desafiar fuerzas oscuras que se cernían sobre ellos. Ptolomeo, con su experiencia y sabiduría, prometió ayudarla, forjando una alianza que se convertiría en un faro de esperanza en medio de la conspiración que se cernía sobre Macedonia. Juntos, se convirtieron en los guardianes de la verdad, dispuestos a enfrentar el peligro y desvelar los oscuros secretos que amenazaban con destruir todo lo que conocían.

–Amigo Ptolomeo, estoy profundamente preocupada por Calístenes–, comenzó Moira, su voz cargada de angustia.

–Ha estado actuando de manera extraña últimamente. Sus cambios de humor son abruptos, y sus hábitos han cambiado. He notado encuentros secretos y hasta un viaje a Epiro sin explicación alguna. Sospecho que alguien está manipulándolo, utilizando algún tipo de magia oscura.

Ptolomeo frunció el ceño, reflejando la preocupación de Moira.

–Eso es inquietante, Moira. Calístenes es un hombre de mente fuerte. Si algo lo está afectando de esta manera, debe ser algo poderoso y oscuro. Pero, ¿quién podría estar detrás de esto y por qué?

Moira asintió, con sus ojos llenos de osadía.

–Eso es lo que quiero descubrir. Necesito tu ayuda, Ptolomeo. Eres un amigo cercano de Calístenes y también un hombre astuto. Juntos, podemos investigar, descubrir la verdad y protegerlo de cualquier mal que lo aceche.

Las palabras de Moira fluían como un río de angustia contenida. Habló de los cambios extraños en el comportamiento de Calístenes, de sus encuentros secretos y, lo más alarmante, de un viaje clandestino a Epiro. La sospecha de la manipulación mágica pesaba en el aire, tejiendo una red de conspiración en torno a Calístenes.

Ptolomeo asintió solemnemente.

–Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte, Moira. Conocemos los rincones oscuros de Pella y tenemos conexiones en lugares insospechados. Comencemos nuestra búsqueda, descubriremos quién está detrás de esto y lo detendremos, cueste lo que cueste.

En esa atmósfera cargada, la confianza entre Moira y Ptolomeo se convirtió en un vínculo indispensable. Juntos, decidieron adentrarse en las profundidades del misterio que envolvía a su amigo Calístenes, enfrentando lo desconocido con valentía. Su alianza, forjada en las sombras de la noche, se convertiría en la última esperanza contra las fuerzas oscuras que amenazaban con desencadenar un destino incierto sobre Macedonia.

Con esa osadía ardiente en sus ojos, Moira y Ptolomeo se adentraron en las sombras de Pella, listos para desentrañar el misterio que envolvía a Calístenes y protegerlo de la oscuridad que amenazaba con consumirlo.

 

Filotas, Compañero de Alejandro
Filotas y Olimpiade

En una noche de luna llena, la villa en Epiro se sumió en un silencio sepulcral, solo roto por el susurro del viento entre los árboles y el murmullo distante del río cercano. En ese escenario misterioso, Olimpiade, la ex reina de Macedonia, se encontró en secreto con Filotas, el hijo de Parmenión, en un rincón oculto del exuberante jardín de la villa. La luz plateada de la luna derramaba un resplandor etéreo sobre ellos, creando sombras danzarinas que parecían tener vida propia.

Olimpiade, por otro lado, era una mujer de belleza enigmática y elegancia atemporal. Su mirada astuta brillaba con una inteligencia profunda y un valor inquebrantable. La luz de la luna resaltaba los rasgos finos de su rostro, mientras su expresión revelaba una mezcla de astucia y pasión. Vestía ropas regias que fluían con gracia a su alrededor, como si estuviera en perfecta armonía con el entorno que la rodeaba. Cada palabra que pronunciaba llevaba consigo un peso de autoridad y una sabiduría que la convertían en una figura intrigante y poderosa.

Su voz, suave como el susurro de las hojas en el viento, llevaba consigo una urgencia palpable mientras compartía sus pensamientos con Filotas. Vestía un vestido oscuro que se movía con gracia a medida que se desplazaba por el jardín, como una sombra en la noche.

Filotas, el hijo de Parmenión, era un hombre de presencia imponente y mirada penetrante. Su complexión fuerte y su postura erguida hablaban de su entrenamiento militar y de su valentía en el campo de batalla. Sus ojos, iluminados por la luz de la luna, reflejaban la seriedad del momento y el arrojo que ardía en su interior. Vestía una armadura marcada por las huellas de numerosas batallas, testamento de su experiencia en combate. Cada gesto y movimiento estaban imbuidos de una calma que denotaba sabiduría y madurez más allá de sus años, un hombre que había enfrentado desafíos y había emergido victorioso.

Sus ojos, iluminados por la luz de la luna, reflejaban la seriedad del momento. Vestía una armadura que llevaba las marcas de numerosas batallas, un testamento de su valentía en el campo de guerra. Su presencia imponente se mezclaba con una calma que denotaba experiencia y sabiduría más allá de sus años.

En ese rincón oculto del jardín, entre las fragancias de las flores y el susurro de las hojas, Olimpiade y Filotas intercambiaban palabras en voz baja, compartiendo secretos y estrategias. La noche se convirtió en confidente de sus conspiraciones, mientras el destino de Macedonia pendía en el delicado equilibrio de sus decisiones. En ese momento, la historia se tejía con hilos de intriga y traición, y el futuro de un reino y sus habitantes se veía moldeado por las sombras de la noche y los susurros de los conspiradores.

En la tranquila noche de luna llena, estos dos personajes, se encontraron en la penumbra del jardín, tejiendo planes y conspiraciones que tendrían un impacto profundo en el futuro de Macedonia. Sus conversaciones estaban llenas de tensiones ocultas y estrategias cuidadosamente elaboradas, mientras navegaban por las aguas turbulentas de la política y el poder en busca de un destino que solo el tiempo revelaría por completo.

–Joven Filotas–, comenzó Olimpiade, su voz cargada de significado,

–Necesito tu ayuda en un asunto de gran importancia. Mi hijo, Alejandro, enfrenta desafíos significativos en su camino hacia el trono. Las decisiones de ahora determinarán el destino de Macedonia.

Filotas, intrigado por la gravedad en la voz de Olimpiade, asintió respetuosamente.

–Estoy aquí para servirte, reina Olimpiade. ¿En qué puedo ayudarte?

Olimpiade miró fijamente a Filotas, evaluando su lealtad.

–Necesito que hables al oído de tu padre, Parmenión. Él es un hombre sabio y respetado en la corte. Su consejo pesa mucho en la decisión del rey. Mi hijo con Cleopatra es un obstáculo en el camino de Alejandro hacia el trono. Necesito asegurarme de que Parmenión aconseje adecuadamente al rey sobre la sucesión.

Filotas asintió, comprendiendo la magnitud de la situación.

–Entiendo, reina Olimpiade. Haré todo lo posible para hablar con mi padre. Él confía en mí y escuchará mis palabras con atención. Pero, ¿cómo puedo convencerlo de que esta es la mejor decisión para Macedonia?

Olimpiade sonrió astutamente.

–Filotas, demuéstrale a tu padre que Alejandro es el verdadero heredero del trono, el líder que Macedonia necesita en estos tiempos turbulentos. Resalta las cualidades de Alejandro, su valentía, su sabiduría y su capacidad para unificar a nuestro pueblo. Convéncele de que el futuro de Macedonia reside en las manos de mi hijo, y no en las de un recién nacido con sangre noble pero sin la experiencia y el valor que Alejandro posee.

Filotas asintió solemnemente, internalizando las palabras de Olimpiade.

–Lo haré, reina Olimpiade. Haré todo lo posible para que mi padre comprenda la verdad. La unidad de Macedonia es nuestra prioridad y Alejandro es el líder que puede lograrla.

Con esa promesa en su mirada, Filotas se retiró de la villa, llevando consigo la misión de convencer a Parmenión de la verdadera naturaleza del destino de Macedonia, mientras Olimpiade observaba con esperanza en su corazón.

 

Parmenión, General de Filipo II
Parmenión y Filipo

En el majestuoso salón del palacio de Pella, iluminado por la suave luz de las antorchas, el rey Filipo se encontraba sentado en su trono, una estructura adornada con intrincados grabados que hablaban de las glorias pasadas de Macedonia. Su mirada profunda y sabia estaba fija en un punto distante, como si estuviera sopesando los destinos de naciones enteras en su mente. A su lado, Parmenión, su general de máxima confianza, se mantenía erguido con una postura respetuosa pero firme. Sus ojos, llenos de lealtad y experiencia, escudriñaban el rostro del rey en busca de cualquier indicio de las decisiones que se estaban gestando.

El aire estaba cargado con la tensión que precede a una decisión trascendental. El rey Filipo, con su imponente presencia real, parecía contener la energía de todo un reino en su ser. Vestía ropas de un púrpura real, con bordados de oro que relucían en la luz de las antorchas, mostrando su estatus como líder supremo. Su mano derecha descansaba sobre el brazo del trono, firme pero no exenta de una cierta fatiga, señal de las responsabilidades que pesaban sobre él.

Parmenión, por otro lado, irradiaba confianza y dedicación. Su armadura, marcada por las cicatrices de innumerables batallas, hablaba de su valentía en el campo de batalla. A pesar de su posición de autoridad, su mirada estaba llena de respeto hacia el rey, un hombre al que había seguido a través de los tiempos de paz y de guerra. Su mano descansaba en la empuñadura de su espada, no por amenaza, sino como un recordatorio silencioso de su compromiso con la protección del rey y del reino.

En ese silencioso y majestuoso salón, resonaban los ecos de las decisiones que darían forma al destino de Macedonia. El rey y su general, unidos por un vínculo de confianza y lealtad, estaban a punto de sumergirse en una conversación que determinaría el curso de la historia, mientras las sombras danzaban en las paredes, testigos silenciosos de la magnitud del momento.

Filipo, con la mirada perdida en el horizonte, habló en voz baja pero firme.

–Parmenión, he estado reflexionando profundamente sobre el futuro de Macedonia. Mi tiempo en este mundo es finito, y me preocupa quién debería ser el verdadero heredero de nuestro reino.

Parmenión, conocido por su sabiduría y lealtad, asintió en silencio, esperando a que Filipo continuara.

–Mi hijo Alejandro es valiente, astuto y tiene un corazón ferozmente leal a nuestra tierra–, dijo Filipo, sus ojos encontrando los de Parmenión. –Sin embargo, también he engendrado un hijo con Cleopatra, un hijo con sangre real que clama su derecho al trono.

Parmenión inclinó la cabeza en comprensión.

–Comprendo tus preocupaciones, mi rey. Ambos son dignos de ser considerados para liderar Macedonia, pero solo uno puede ser el heredero.

Filipo suspiró profundamente.

–Así es, Parmenión. Mi dilema radica en el futuro de nuestra nación. Necesito tu consejo, tu sabiduría inigualable. ¿A quién consideras más adecuado para liderar nuestro reino cuando yo ya no esté?

Parmenión mantuvo su mirada firme en el rey, eligiendo sus palabras con cuidado.

–Mi señor, Alejandro es joven pero tiene un carácter fuerte y una visión clara. Ha demostrado su valentía en el campo de batalla y su astucia en la estrategia. Además, ha ganado el respeto y la lealtad de nuestros soldados y la gente común.

Filipo asintió, considerando las palabras de su general.

–Pero también está el hijo que he engendrado con Cleopatra. ¿Deberíamos ignorar su derecho por su origen materno?

Parmenión habló con firmeza.

–Mi rey, la sangre real es importante, pero más crucial es el corazón y la voluntad de servir a nuestra Macedonia. Alejandro lleva nuestra sangre y también el espíritu macedonio en su alma. En él veo el potencial para continuar tu legado y guiar a nuestra nación hacia un futuro brillante.

Filipo asintió lentamente, sintiendo la verdad en las palabras de Parmenión.

–Tienes razón, mi amigo. La sangre macedonia y el espíritu de liderazgo son los pilares de nuestro reino. Confío en tu juicio, Parmenión. Gracias por compartir tus pensamientos conmigo.

Con un gesto de respeto, Parmenión se inclinó ante el rey.

–Es un honor servirte, mi rey. Estoy seguro de que has tomado la decisión correcta para el futuro de Macedonia.

Así, en las sombras del palacio de Pella, se tomó una decisión crucial sobre el heredero al trono de Macedonia, guiada por la sabiduría del rey y la lealtad de su valeroso general.

 

Dartmoorh, Princesa persa
Clito y Darmoorh

En el oscuro rincón del prostíbulo de Pella, donde las sombras bailaban al compás de la luz titilante de las velas y el perfume embriagador de incienso se mezclaba con el aire cargado, se encontraban Darmoorh, la enigmática princesa persa y hábil espía, y Clito, un hombre de mirada penetrante y lealtad inquebrantable, compañero leal de Alejandro y confidente de Ptolomeo. La penumbra confería un halo de misterio a la escena, donde las siluetas de los dos conspiradores se dibujaban en la semioscuridad, sus gestos apenas perceptibles mientras intercambiaban palabras en voz baja, apenas audibles sobre el bullicio distante del prostíbulo.

Darmoorh, con su cabello oscuro cayendo en cascadas alrededor de su rostro, emanaba un aire de misterio y astucia. Sus ojos, de un profundo color ámbar, destellaban inteligencia mientras observaban a Clito con una mezcla de intriga y cautela. Vestía túnicas de seda fina que apenas susurraban al moverse, y su presencia exudaba una elegancia sutil pero letal, como un felino acechante en la noche.

Clito, por otro lado, era la personificación de la fortaleza silenciosa. Su musculatura se destacaba incluso en la penumbra, su mirada intensa y fiera revelando la dedicación y fidelidad que sentía por Alejandro y su causa. La sombra de una barba recortada delineaba su mandíbula, y sus manos, curtidas por innumerables batallas, descansaban con calma sobre la mesa, una calma que contrastaba con la inquietud latente en su mirada.

En ese rincón oscuro, impregnado de intrigas y conspiraciones, los destinos se entretejían mientras Darmoorh y Clito compartían secretos susurrados y planeaban maquinaciones aún más oscuras. Cada palabra pronunciada resonaba en la habitación, cargada de significado y peligro, mientras el mundo exterior quedaba ajeno a los oscuros designios que se urdían en esa sombría alcoba del prostíbulo de Pella.

Darmoorh, con su voz seductora pero peligrosamente fría, comenzó a tejer sus intrigas.

–Clito, he oído rumores oscuros sobre tu amigo Ptolomeo. Dicen que sus lealtades se extienden más allá de nuestras tierras macedonias. Se murmura que tiene conexiones secretas con el Faraón de Egipto, practicando artes oscuras que involucran serpientes y el dios del caos Shet.

Clito arqueó una ceja, intrigado y cauteloso al mismo tiempo.

–¿Qué pruebas tienes de tales acusaciones, Darmoorh? Ptolomeo es un hombre astuto, pero no sé si estaría involucrado en tratos tan oscuros.

Darmoorh sonrió sutilmente, sus ojos centelleando con astucia.

–Las sombras susurran secretos, Clito. Las serpientes, criaturas que representan tanto la astucia como el peligro, han sido vistas merodeando cerca de los lugares donde Ptolomeo se ha aventurado. Y el culto a Shet es conocido por su naturaleza siniestra y sus rituales insondables. ¿No encuentras esto intrigante?

Clito frunció el ceño, considerando las palabras de Darmoorh.

–Es ciertamente inquietante, pero necesitamos pruebas concretas antes de sacar conclusiones precipitadas. ¿Cómo sabemos que no estás tratando de sembrar discordia entre nosotros, princesa?

Darmoorh soltó una risa suave y oscura.

–Mi querido Clito, la verdad es relativa, pero las sospechas son poderosas. Observa de cerca a Ptolomeo, mantén tus ojos y oídos abiertos. Tal vez descubrirás más de lo que esperas.

Con esas palabras enigmáticas, Darmoorh se levantó con gracia de su asiento, dejando a Clito con una sensación de inquietud. En las sombras del prostíbulo de Pella, las semillas de la desconfianza habían sido plantadas, y la conspiración entre las sombras continuaba su oscuro baile.

 

Pausanias, guardia personal del rey
Pausanias

Filipo se encontraba en una situación delicada con uno de los miembros de su guardia real, Pausanias. El rey siempre había apreciado la belleza de Pausanias, pero cuando desarrolló un interés por otro joven, las cosas se torcieron. Pausanias reaccionó de manera negativa ante esta situación y, en un momento lamentable, acusó al joven de ser hermafrodita y promiscuo. Lo hizo en presencia del círculo íntimo del rey, incluyendo a Alejandro.

Frente a esta situación desafiante, el rey Filipo decidió tomar medidas drásticas para lidiar con Pausanias. Sugirió a Clito, leal compañero de Alejandro que embriagara a Pausanias, lo dejara inconsciente y luego lo entregaran a los muleros del rey para que se enfrentara las consecuencias de sus acciones.

Clito se encargó de todo como se lo había pedido el rey y Pausanias acabó emborrachado por una prostituta que lo dejó a manos de los muleros para que dieran buena cuenta de él.

Después de sufrir abusos a manos de los muleros, Pausanias finalmente se quejó ante Filipo sobre los terribles tratos que había experimentado. Sin embargo, el rey no tomó ninguna acción contra los responsables de los abusos, lo que agravó aún más la difícil situación en la corte.

 

Cleopatra, hermana de Alejandro
La boda de Cleopatra

337 a. C.

Filipo, ya divorciado de Olimpiade y recién casado con una joven noble macedonia llamada Cleopatra, había recibido el bendito regalo de un heredero varón de pura sangre macedonia. Aunque el futuro podía ser incierto, este acontecimiento planteaba una sombra de duda sobre la posición de Alejandro, no necesariamente a corto plazo, pero sí en un horizonte más lejano.

Nadie podía predecir cuánto tiempo más viviría Filipo, ni si su nuevo hijo alcanzaría un futuro próspero. Sin embargo, esta situación tensa se había apoderado de la corte macedonia, sumiendo a todos en un estado de intriga y preocupación.

Durante el exilio de Alejandro, su madre Olimpiade, una mujer de gran personalidad y además princesa del Epiro, había estado tramando en las sombras. Ella tejía intrigas contra Filipo, alimentaba las tensiones entre padre e hijo y los distanciaba temporalmente.

Finalmente, Filipo y Alejandro lograron una reconciliación, y el rey tomó una decisión estratégica: casar a su hija Cleopatra, hermana de Alejandro, con el tío de ambos, el hermano de Olimpiade, conocido como el rey Alejandro "el moloso". Este movimiento se llevó a cabo con la clara intención de ganarse el favor del rey Alejandro y, al mismo tiempo, debilitar la posición de Olimpiade, quien aún ostentaba el título de Princesa de Epiro.

La boda se convirtió en una ocasión de gran celebración que tuvo lugar en Egas, la primera capital de la antigua Macedonia. Según la tradición, esta ciudad se remontaba al siglo VII a.C., fundada por Pérdicas I, quien recibió el mandato del oráculo de Delfos de establecer una ciudad en la región macedonia de Botiea, en un lugar donde pastaban las cabras.

La festividad se inició con una procesión solemne desde el amanecer, en la que las estatuas de los doce dioses, sentadas en lujosos tronos ricamente decorados, avanzaron. La decimotercera estatua en la procesión era la efigie del gran Filipo.

El punto culminante de la celebración fue un gran banquete, seguido de un evento en el teatro local donde se llevaría a cabo la culminación del festejo.

Filipo, como parte de la festividad, organizó rituales de sacrificio y abrió las puertas a la participación de tantos griegos como fuera posible. Se llevaron a cabo competencias musicales y banquetes espléndidos. Los consejeros del rey le aconsejaron que debía mostrar amabilidad hacia su pueblo.

El teatro del Palacio Real se llenó de miles de macedonios, quienes se congregaron en un festival en honor a los dioses, marcando un momento de unidad y celebración en la historia de Macedonia.

Durante la bulliciosa celebración nupcial, Parmenión se sumergió en una bacanal desenfrenada, entregándose al festín y al vino como si el futuro dependiera de cada copa que bebía. Clito, unido a la juerga junto a su amigo Ptolomeo, mantenía una aparente ligereza, pero sus ojos vigilantes rastreaban a los nobles disconformes con el rey y su hijo. Conocedor de sus motivos y conexiones, se mantuvo alerta para prevenir cualquier intento de traición que pudiera socavar la estabilidad de la corona.

Mientras tanto, Filotas, en su afán por desatar sus instintos más primarios, devoraba y bebía sin medida, acompañado por Calístenes, quien se sumergía en profundas conversaciones con los filósofos atenienses presentes en la corte. En un giro inesperado, Filotas se retiró del banquete para entregarse a su fascinación nocturna: rodearse de la naturaleza y aullar a la luna, hallando en la presencia de los animales un refugio frente a la abrumadora multitud.

Calístenes, atento y perceptivo como siempre, notó la tensión en los filósofos atenienses, quienes parecían inquietos por el posible estallido de una traición al rey. La hipocresía flotaba en el aire, impregnando cada interacción y gesto con una sutil pero palpable desconfianza.

 

Alejandro Magno, Príncipe de Macedonia
La muerte de Filipo

Filipo, vestido de blanco para la ocasión y decidido a destacar su cercanía al pueblo, se preparaba para ingresar al recinto sin la escolta de guardaespaldas, lo que no pasó desapercibido para los diplomáticos griegos presentes.

Sin embargo, en medio de esta escena de solemnidad, Pausanias irrumpió furioso y se acercó a Filipo, apuñalándolo de manera súbita antes de intentar huir. Trágicamente, no llegó lejos, pues cayó muerto en el acto. Alejandro, presenciando la horrorosa escena, corrió hacia su padre, pero lamentablemente era demasiado tarde.

El único que se dio cuenta de que algo no iba bien fue Ptolomeo que buscó al ausente rey para presenciar de lejos como lo asesinaban si poder hacer nada. Ptolomeo corrió raudo a buscar a Alejandro pero cuando llegaron ya era tarde.

La vida de Filipo se extinguió al instante, víctima del ataque de Pausanias, quien resultó ser uno de los siete guardias personales y miembro de la guardia real. El asesino, tras cometer el acto, trató desesperadamente de huir y reunirse con sus cómplices en la conspiración. Estos lo esperaban con caballos en la entrada de Egas.

Afortunadamente, Alejandro y Ptolomeo se lanzaron en su persecución, logrando capturarlo y ponerle fin a su intento de escapar. La traición y el asesinato de Filipo marcaron un oscuro y trágico episodio en la historia de Macedonia.

Ante la atónita población, Alejandro protagonizó un impactante gesto: sin esperar a que nadie se pronunciara, desenvainó su espada y, con sus propias manos, puso fin a la vida de Pausanias, quien había sido su más leal amigo, su íntimo compañero durante mucho tiempo. El asesinato se convirtió en un acto simbólico, y para sorpresa de todos, el pueblo lo recibió con aprobación unánime. Nadie en ese momento albergaba sospechas hacia Alejandro Magno, quien había actuado con firmeza en medio de la tragedia.

 

Ciudad de Pella
Primeros pasos

La escena se despliega en un vértigo de emociones y urgencia. Ptolomeo, rodeado por su círculo más íntimo, se encuentra en un mar de consternación mientras la corte se abate en un silencio lúgubre al descubrir al rey muerto. Parmenión, consumido por el dolor, se acerca al cadáver y, entre lágrimas, lo lleva con gran reverencia a los aposentos del difunto rey Filipo, escoltado por Alejandro y sus leales, quienes son seguidos por la corte que se inclina en un gesto de respeto.

Alejandro, con la espada aún en mano, muestra una mezcla de aturdimiento y desconcierto. Es Clito quien, consciente de la responsabilidad del joven, lo alienta a asumir el papel de rey. Arrodillándose ante él, Clito se convierte en el catalizador de un canto unísono de aclamación: "¡Larga vida al nuevo rey de Macedonia! ¡Larga vida a Alejandro!", una proclama que resuena poderosamente por los pasillos del palacio.

Mientras tanto, Filotas, sorprendido por el estruendo, regresa al palacio, desconcertado por la situación. Busca respuestas entre sus compañeros mientras Calístenes examina el cuerpo del rey, confirmando con pesar las cuatro puñaladas, una de ellas directa al corazón, un ataque brutal y sin piedad. Su tarea es purificar el cuerpo, dejándolo en un estado presentable.

Parmenión, consciente de los peligros y las intrigas que podrían rodear la situación, ordena la protección inmediata de Alejandro y exige una búsqueda exhaustiva de los culpables. En medio del caos, los compañeros se reúnen y tejen teorías sobre los motivos de Pausanias, el asesino. Las dudas se convierten en una nebulosa de sospechas y especulaciones sobre traición, conspiración o incluso influencia del enemigo persa.

Calístenes, en su labor de investigación, escudriña el cuerpo del asesino sin hallar pistas concluyentes. Parmenión, urgido por la premura de la situación, ordena la caza y ejecución de los responsables antes de que la sospecha de una conspiración externa se propague.

Clito, agitando el ambiente, insinúa una conexión entre Pausanias y Darmoorh, la princesa persa conocida por su rol de espía en turbios asuntos. La conversación toma un giro inesperado cuando se discute el siguiente heredero: según la ley, el bebé recién nacido de Filipo con su nueva esposa, Cleopatra, lleva el mismo nombre que Alejandro. Aunque parezca injusto, la sangre macedonia de Cleopatra la sitúa como la verdadera sucesora.

Parmenión, convencido por Clito, ordena la captura de Darmoorh al escuchar rumores que la vinculan al asesinato. Pronto, la princesa es apresada y encarcelada, mientras los compañeros de Alejandro, liderados por Parmenión, se preparan para interrogarla. El susurro de una posible conspiración tiñe el aire con un aura de inquietud y urgencia.

 

Ptolomeo, Compañero de Alejandro
Interrogatorio

La presencia de la princesa Darmoorh en los sombríos calabozos emanaba una sensación enigmática y majestuosa. A pesar de la dura realidad de la prisión, su porte revelaba una elegancia serena y una mirada aguda que transmitía su fortaleza interior.

Su cabello oscuro, usualmente adornado con joyas persas, ahora mostraba signos de desorden por el estrés y el confinamiento. Los ojos, profundos y penetrantes, mantenían un brillo de inteligencia y una determinación inquebrantable.

Aunque las ropas, desgastadas por el encarcelamiento, aún dejaban entrever el sello de su posición real, era evidente que la esencia de su realeza perdida, pero no olvidada, resonaba en su postura. No había rastro de sumisión en su actitud, sino más bien una tenacidad que desafiaba las adversidades.

A pesar de estar encerrada, Darmoorh proyectaba un aura de misterio y un dominio propio que generaba entre los presentes una extraña mezcla de respeto y curiosidad. Su presencia en aquel oscuro calabozo no era solo la de una prisionera, sino la de alguien que aguardaba pacientemente, lista para actuar en el momento oportuno, como si estuviera frente a un tablero de ajedrez antes de efectuar su movimiento más crucial.

Los compañeros de Alejandro irrumpieron en la celda oscura, rodeando a la princesa encadenada, en medio de gritos de fondo. Ptolomeo, su amante, y Parmenión, inquirieron si estuvo presente en la boda. Ella negó tal asistencia, defendiéndose de las acusaciones, declarando que su encarcelamiento se basaba en rumores infundados y que su liberación sería clave para evitar mayores conflictos.

Parmenión, explicó la razón de su presencia allí, señalando que era sospechosa de ordenar el asesinato del rey Filipo. La princesa, negó tal acusación y explicó que estaba en la ciudad por asuntos propios y no asistió a la boda. Aseguró desconocer a Pausanias, corroborado por la verificación de Calístenes.

Darmoorh mencionó unos documentos cruciales, ubicados en el registro, que cuestionaban la pureza de la sangre de los antepasados de Cleopatra. Alegaba que estos podrían poner en duda la legitimidad del heredero de Filipo. Calístenes se encargó de encontrar y revisar dichos documentos, confirmando su autenticidad o una muy hábil falsificación.

La princesa mantenía su inocencia, los compañeros de Alejandro estaban perplejos. Parmenión decidió liberarla, aunque bajo arresto domiciliario, para esclarecer los hechos. Ordenó llevarla a un lugar seguro, custodiada y sin permitirle abandonar la ciudad, hasta resolver el embrollo.

Ptolomeo emprendió la búsqueda de Cleopatra y su hijo, pero descubrió que habían dejado la ciudad por temor a posibles represalias. Se rumoreaba que la nobleza rival de Filipo les había brindado ayuda para escapar, lo que sembraba sospechas sobre su posible implicación en la muerte del rey.

 

Cleopatra, reina de Macedonia

Ultrajada

Mientras los compañeros de Alejandro investigaban los documentos cruciales, la noticia llegó a Parmenión sobre un incidente grave. Los soldados que custodiaban a la princesa habían cometido un acto de violencia contra ella, dejándola gravemente herida. Se habían tomado la justicia por su mano y han abusado de ella y la han desfigurado

Consternado por la atrocidad, Parmenión tomó medidas rápidas y justas. Ordenó la ejecución de los responsables, marcando un precedente de severidad para evitar tales acciones injustas en el futuro. Diez hombres pagaron con sus vidas esa noche.

Cuando Parmenión se reunió con Alejandro y Ptolomeo, les relató lo sucedido. Les aseguró que la princesa aún seguía con vida y que los perpetradores del acto inhumano ya habían sido castigados. Explicó que la causa fue un malentendido motivado por el rumor de su posible participación en la muerte del rey, algo que aún no se había probado. Sin embargo, Parmenión sugirió usar esta situación para exponerla como chivo expiatorio, algo que él consideraba útil, aunque no tenía alta estima por las mujeres.

La reacción de Ptolomeo fue evidente en sus ojos, reflejando una mezcla de dolor e ira contenida. Parmenión solicitó represalias extremas, expresó su firmeza y su deseo de justicia. pide a Parmenión las vidas de las familias de los culpables, sus haciendas, sus hijos, y los hijos de sus hijos para que disponga de ellos como desee, era lo justo.

Parmenión aceptó sus deseos, comprendiendo que buscaba un castigo ejemplar. Ptolomeo se retiró de la reunión para dirigirse hacia donde se encontraba Darmoorh, mientras el grupo consideraba sus próximos pasos.

Mientras tanto entre los compañeros se planteó la idea de que Alejandro debería proclamarse rey pronto, utilizando los documentos descubiertos como apoyo a su legitimidad.

 

Consejo

Calístenes se acercó al solitario Alejandro, sumido en pensamientos, y le propuso una partida del juego de estrategia que solían jugar de niños. A pesar de la inquietud del momento, Calístenes trató de aligerar el ambiente.

Sin embargo, Alejandro, con la mente preocupada por los asuntos del reino, no estaba de humor para juegos. Se sinceró con su amigo sobre sus preocupaciones.

–¿Cómo está el ambiente allá afuera? –preguntó Alejandro, buscando comprender la situación en el reino.

Calístenes, intentando calmar sus inquietudes, respondió con un tono confiable:

–Los dioses te favorecen. El pueblo te apoya.

Juntos, discutieron sobre el otro pretendiente al trono, quien, a pesar del respaldo legal, carecía de la experiencia y el apoyo fundamental del pueblo macedonio.

Con el peso de las responsabilidades, finalmente, se abrazaron en un gesto de camaradería y solidaridad. Alejandro expresó su gratitud hacia Calístenes por su constante apoyo en estos momentos difíciles.

–Si hubiéramos jugado, probablemente me habrías vencido –confesó Alejandro, intentando encontrar un atisbo de ligereza en la situación tensa.

El gesto sincero de amistad entre ambos quedó sellado en ese abrazo, reforzando la confianza y la alianza en un momento crucial para el futuro del reino.

 

Dartmoorh desfigurada

Doloroso encuentro

Ptolomeo, afectado por el sufrimiento de la princesa, se dirige a visitarla en su lecho, sintiendo una profunda preocupación por su estado. Darmoorh, postrada y con su rostro vendado a causa de las heridas, confiesa su temor a sucumbir ante la adversidad.

El gesto conmovedor de Darmoorh al expresar su miedo a la muerte conmueve a Ptolomeo, quien toma su mano con ternura para brindarle consuelo y apoyo. A pesar de las diferencias culturales y políticas que los separan, Ptolomeo permanece a su lado, demostrando un compromiso inquebrantable y un profundo afecto hacia ella.

Alejandro se une a Ptolomeo, encontrando a su amada gravemente herida en el lecho. Con la preocupación reflejada en su mirada, dirige una pregunta directa a Ptolomeo sobre sus sentimientos hacia ella. Con los ojos vidriosos y una emotividad sincera, Ptolomeo confiesa su amor por la princesa.

Movido por la situación, Alejandro le ofrece su promesa con convicción: asegura que harán todo lo posible para cuidar de ella y garantizar su recuperación. Es una promesa respaldada por la confianza y el compromiso de Alejandro, una afirmación que emana de su corazón, asegurando el bienestar y la supervivencia de la amada de Ptolomeo.

Con la gravedad marcando sus palabras, Alejandro le dice a Ptolomeo que su presencia es necesaria junto a los demás. A pesar del pesar que siente por la situación de la princesa, Ptolomeo asiente con determinación y se dispone a seguir a Alejandro.

 

Alejandro y sus compañeros

En medio de la tensión, Alejandro convocó a sus más cercanos y leales: Ptolomeo, Parmenión, su hijo Filotas, Clito y Calístenes. Reunieron todo lo que sabían y comenzaron a aconsejarle. Eran sus amigos más íntimos y en quienes confiaba plenamente.

Parmenión sugirió que debían sacar provecho de la situación, mientras Ptolomeo instó a la firmeza, incluso proponiendo ser severo con el joven heredero. Clito rompió el silencio y reveló la verdad sobre Pausanias: contó cómo Filipo le encargó enseñarle una lección, pero el asunto se descontroló en la boda, y la confrontación terminó con la muerte del rey. También admitió su participación en la falsificación de documentos que cuestionaban la legitimidad del heredero. Calístenes respaldó la versión de Clito, reconociendo su propia implicación en la trama.

Parmenión se quedó atónito al descubrir el alcance del conocimiento manejado por Clito y Calístenes.

Filotas intervino, alertando sobre el peligro de una guerra civil, ya que solo beneficiaría a los persas, una preocupación compartida por Calístenes y Clito.

Calístenes argumentó que todo podría haber sido una estrategia de los persas.

–Alejandro, tú eres un líder excepcional. El joven heredero no posee tu habilidad y visión para gobernar. La sucesión podría llegar a ti, pasando por alto al heredero designado.

Alejandro, visiblemente conmovido, mencionó que su padre había muerto y que ahora era el rey, como lo hubiera deseado Filipo.

Clito añadió: –Me confesó tu padre antes de morir que estaba pensando en ti como sucesor.

Parmenión confirmó esta información, ya que también compartió esa confidencia en privado, indicando que Filipo planeaba nombrarlo a él como sucesor.

Ptolomeo reflexionó: –Esto no ha sido casualidad, los dioses así lo desean.

Calístenes aseguró a Alejandro que contaba con el apoyo de todos ellos.

Clito concluyó con firmeza: –Alejandro, eres un héroe y debes ser el rey. Si se requiere que hagamos algo con respecto al heredero... se hará…

 

Palacio de Pella

El nuevo Rey

Después de estos trágicos sucesos, Alejandro dio un paso audaz e imponente: se proclamó Rey de Macedonia. Emergió como el único heredero viable, y nadie se atrevió a cuestionarlo ni a acusarlo.

El carismático rey Filipo, quien había logrado reunificar Grecia, revolucionado las tácticas de batalla y forjado la famosa Falange, la infantería macedonia, había sido arrebatado por un regicidio perpetrado por quien una vez fue el más cercano confidente de Alejandro Magno. En ese preciso momento, Alejandro tomó las riendas de la historia, ascendiendo como el nuevo monarca de Macedonia a la temprana edad de 20 años, adoptando el título de Alejandro Magno de Macedonia.

A pesar de las complejas emociones y tensiones que albergaba hacia su padre, Alejandro decidió llevar a cabo los funerales de Filipo II con toda solemnidad. Con una ceremonia de incineración reverente, los restos del rey, acompañados de sus posesiones más preciadas, fueron colocados en una cámara funeraria bajo toneladas de tierra. Siguiendo la antigua tradición, la altura del montículo sobre la tumba simbolizaba la importancia del individuo. En Aigai, no lejos del antiguo palacio real, se levantó el Gran Túmulo, un monumento imponente en honor al ilustre rey Filipo.

 

Los sospechosos

336 a. C.

El asesinato de Filipo II de Macedonia en su propio palacio planteó una intrigante incógnita: ¿Quién o quiénes podrían haber estado involucrados en esta conspiración?

Las motivaciones tras el regicidio de Pausanias fueron un misterio enrevesado. Se rumoraba que Pausanias había mantenido una relación amorosa con Filipo y que se había llenado de celos cuando el rey cambió su atención por un joven también llamado Pausanias. Además, se especulaba que podría existir una conexión con el oro persa, ya que los persas temían que Filipo, después de unificar Grecia, buscaría expandir su poderío hacia Persia. No obstante, estas eran conjeturas sin evidencia sólida.

Las sospechas también recayeron en Olimpiade, la madre de Alejandro. Se mencionaba un estrecho amigo de Alejandro Magno llamado Pausanias, lo que llevó a especulaciones sobre una posible participación del joven Alejandro en el crimen, incentivando al asesino a actuar.

Fue crucial investigar y confirmar lo que madre e hijo conversaron en los días previos a la muerte de Filipo II. Sin embargo, considerando el intenso resentimiento entre Olimpiade y Filipo, a menos que se sostuviera la idea de que Olimpiade incitó a su hijo al odio, se podía inferir que algo se gestó en los últimos momentos de la vida del monarca macedonio.

Para Alejandro, aquel era un desafío monumental en su vida: debía demostrar a los ciudadanos de Macedonia que era digno de convertirse en rey.